domingo, 4 de octubre de 2009

Gobernar con la policía


P
ara qué son las urnas de votación sí no para decidir, quién nos va a gobernar. En este pequeño detalle, se asienta la enseñanza de la democracia mexicana, la ejercemos para decidir quién va a mandar en nuestras vidas. Quienes serán el emperador y sus cónsules. Esto, por lo menos es lo que entienden allá arriba, el presidente y los gobernadores que una vez que toman posesión del cargo se dedican durante el periodo de su mandato a hablarle a la población y nunca escucharla, a darle ordenes sin explicaciones o explicaciones preparadas al vapor por asesores en la oscuridad burocrática.

El monologo del poder está bien de salud, todos los días nos regala sabiduría y textos que retratan al México y Jalisco ideal que portan en su jornada testuz… mientras tanto los órganos legislativos sesionan sin acuerdo, sin comisiones, sin discurso, sin planteamiento articulado, frente al mandato de legislar y vigilar la cuenta pública.

En este contexto, nada más molesto que salga la gente a la calle a protestar por algún supuesto atropello de la autoridad, en la lógica llena de convoluciones de la moderna democracia mexicana, solo existe un instante, un chispazo, en donde la gente debe de manifestarse y esto debe de ser en la urna, a solas con la conciencia.

El gobierno que emane de esa decisión colectiva, es naturalmente perfecto pues surge de la voluntad popular y como dice la conseja Vox populi vox dei através del pueblo el gobierno elegido habla de la voluntad divina, democracia de un día de mil, o mejor dicho de mil noventa y cinco para ser exactos. Una protesta popular es una anomalía que rompe el guión con el que se mueven las televisoras. Significa que todo el teatro y tinglado está mal armado, que el perfeccionamiento de las herramientas de la democracia podría ser, un montaje. Para eso está, precisamente, la policía antimotines.

Estos guardianes de la democracia están presentes por qué el gobierno sabe bien que hay algunos enfermos mentales y delincuentes que podrían ser millones, o tal vez decenas de millones o incluso podrían ser cien millones, que alucinan que el gobierno electo actúa mal. Eso jamás ha sucedido en la historia de México, que alguien traiga a colación, que recuerde la fecha en que un gobernante haya dicho: “me equivoque”.

Imposible, la premisa básica de la democracia mexicana es que el voto popular otorga el don de la infalibilidad al gobernante, por ello la policía antimotines existe. No tanto para restaurar el orden sino con los toletazos impedir a través del miedo que la población irrumpa en el escenario a exhibir a los gobernantes como algo menos que un regalo luminoso para la humanidad.

Detrás de este teatro asoma la cabeza el poder puro, el poder no como un medio para alcanzar fines, sino el objetivo mismo de la actividad humana. Un sociopata sin posibilidades de curarse, por qué en el libro del político sociopata se mide como ambición. Y ambición es motor de toda palabra y actividad en el espejo distorsionado que rebota discursos de la autoadulación. “Que lluevan los toletazos” son el mejor discurso. El discurso de la implantación del miedo y el silencio, el gobierno hay que confesarlo, cree sentirse cerca de haber modelado al ciudadano perfecto, que vota y no come, que vota y no piensa que vota y obedece.

Carlos Ramírez Powell
Programa Multiverso, Radio Universidad de Guadalajara.




Una sola mirada, diferentes visiones.

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