lunes, 30 de enero de 2012

Monólogo de contradicción

Por Yavanna Warman  _Flickr


Que si el amor y el resentimiento, que si el odio y el perdón, que si juegas o hablas en serio, tantos supuestos y por suponer, tanto bueno y malo para comprender; me estoy enredando ya no sé por donde se empieza y cuál es el final.

Me estaba riendo y de repente una lágrima rodó en mi mejilla, era una de esas lágrimas negras que más que una sustancia salina sabe a amargura como resultado de amor y un toque de rencor, pero no estaba odiando a nadie, ni siquiera sé lo que es el dolor, ¿Y esa lágrima de donde salió? Si estaba riendo, si era felicidad, porque una lágrima se atrevió a deslizarse, a escurrirse en mi mejilla si no era su momento.

Los sentimientos de contradicción del alma, confusión de ideas; tanto causan y tan poco regalan, sentimientos que rompen las esperanzas y te ahogan en su mar de desesperación; ¿Qué si he amado? ¿Qué si algo me causo dolor alguna vez? Todo fue culpa de un sentimiento nacido de la rama más superficial de un montón de nervios causando choques en el cerebro, ¿y el corazón?, ja, el corazón (con tono de ironía) ¿Cuál corazón? Si ya no me queda ni un trocito de él, ¿y las esperanzas? El verde se me ha terminado ¿y las ilusiones? (me rio sin contestar); todo ha terminado, la farsa se acabo, sigo aquí sin esperar nada más que una muerte oportuna, y un silencio devastador.

Y siempre son las mismas interrogantes, siempre el mismo resultado, una risa absurda, una lágrima de verdad y después el mismo monólogo encerrada en una oscura soledad de sentimientos que desbordan, de palabras que flotan a mi alrededor…

 ¿Quién soy?...

Lo he olvidado ya.

domingo, 29 de enero de 2012

Su mirada en mi

Por Rocio <3  Flickr


Su mirada penetró todos mis sentidos, me hipnotizó, los ojos verdes de don Federico, al que siempre le llamé así (no por el hecho de ser un señor, sino por su manera de vestir tan elegante), tuvieron gran importancia en mi vida pasada; recuerdo que una tarde al volver a casa, lo pillé mirándome entretenidamente en el vagón, disimulé pero él seguía observándome sin perder un detalle de mis movimientos, al bajar me sostuvo la manga del blazer rojo que portaba, tal acción me sorprendió, no puedo negar que sentí un pavor tremendo, aún cuando me encantaba la idea de poder platicar con él, esa tarde el andén estaba totalmente vacío, me invitó a sentarnos por ahí, donde solo el sonido de las maquinas podrían interrumpir la entonación de nuestras voces. Desde que nos sentamos no deje de mirarle los ojos, ese encuentro tan poco casual con un extraño, al que jamás le había visto me desconcertaba y me atraía, esa vez escuche su nombre y se me quedó grabado de una manera anormal; la plática sólo fue una presentación común, hasta llegar a coincidir en que su hermana era mi compañera de oficina, pero sin más ni más, al mirar el reloj noté que se hacía tarde y me dispuse a marcharme, nos paramos del lugar y al despedirnos, poco a poco sus labios rojos se acercaron a los míos, me besó.

De camino a casa pensé en su boca que me extasió por completo; más tarde el sabor de don Federico se había esfumado, su recuerdo ya no estaba en mi, ni siquiera recordaba los ojos verdes que me habían mirado de una manera loca, que me hipnotizaron. Pude dormir tranquilamente sin insomnio ni pesadillas, sin ni un solo recuerdo de su aroma.

La siguiente tarde al subir al vagón de nuevo pensé en él, pero no estaba en ningún sitio el chico de los ojos verdes y los labios rojos, de aroma a madera y de sabor a cereza; desilusionada bajé muy a prisa y del mismo modo caminé rumbo a casa, al llegar tremenda sorpresa la que me llevé…

En el pórtico estaba a pierna cruzada como catrín de la Europa antigua, don Federico, el de los ojos de gato; lo saludé tartamudeando y él se levanto para besarme la mano, era todo un don, sentía que el estomago se me revoloteaba, mezcla de nervios y emoción, que al cabo siempre están ligados; le ofrecí una copa de vino y mientras fumaba un cigarrillo, hablamos largo y tendido, del amor, de los sueños, de la vanidad que me envolvía, mientras el humo del cigarrillo se iba en forma de espiral, el me miraba de pies a cabeza, y después de pensarlo tanto, me confesó como había llegado a mí, y el motivo por el cual estaba ahí esperándome tan galante; aun seguía yo sin pronunciar palabra alguna, mirándole solamente los labios y recordando el beso aquel, de nuevo se acerco a mí, para susurrarme al oído palabras de esas engatusadoras, que nosotras las mujeres adoramos oír, aún cuando sabemos que pudieran llegar a ser falsas, recorrió mi oreja con sus labios y llegó hasta los míos, de nuevo ese momento, de nuevo esa inquietante sensación, pero juro que no era amor, no, era ese deseo de pasión, de querer, era un sentimiento distinto, y ahí estaba de nuevo el beso en su más largo apogeo, su dedo índice dibujaba círculos en mi mejilla y yo tuve que soltar la copa y el cigarrillo antes de terminarle, nos levantamos y comenzamos a caminar, la habitación nos esperaba, era el segundo encuentro y yo no lo pensé dos veces para invitarle a hacer el amor, pero no con palabras, esa invitación se hizo con caricias que nos movieron hasta la cama; el sombrero salió volando, y mi vestido poco a poco se deslizó hasta caer en la alfombra, al tiempo en que le desabotonaba la camisa, y los besos subían cada vez de ritmo, la intensidad de las caricias aumentaban, sus manos delicadas acariciaban mis pechos, yo le besaba la frente y así entre caricia y caricia nos tiramos en la cama y empezamos la batalla, una guerra de pasión, los gemidos eran inevitables pues lo que hacía no tenía comparación, me hizo tocar el cielo, su cuerpo se movía de una manera tan excitante, y sus cabellos rizados parecían moverse con una soltura tan espontanea, mientras arqueaba mi espalda el metía sus manos tratando de acariciarme la espalda, estábamos en un acto de locura, terminado con el deseo que evidentemente demostramos al mirarnos en el vagón aquella tarde, y comenzaba el momento del máximo placer, era la hora del orgasmo, y al sentirme y sentirlo casi llegar, me penetro esa sensación inexplicable de ansiedad y clavé mis uñas en su espalda, un grito de placer rompió el silencio de la habitación, no cabía duda…  llegó, llegué; caímos rendidos, envolvimos los cuerpos en las sabanas de seda al tiempo en que hablamos de lo que sentimos, de las sensaciones que nos llevaron hasta aquel exquisito sexo de devastador placer; seguía sin evitar mirar sus ojos y sentirlos penetrándome el alma; después de un rato me levanté, peiné mis cabellos y me senté a verlo dormir, ese momento, esa tarde don Federico se volvió el ser más importante, fue esa tarde cuando empecé a soñar con su mirada, fue esa tarde cuando su aroma se quedó impregnado, no solo en mis sabanas sino en todo mi ser y los besos se tatuaron de una forma casi permanente, esa tarde empecé a amar a don Federico, aún siendo extraño; fue ese día que entendí que existe ese amor espontaneo, que de un solo vistazo te hace caer en la dulce tentación del placer que se dibuja a pinceladas en los verdes ojos que se quedaron arraigados en mi, esos ojos bellos de demonio y hombre que no puedo olvidar y nunca lo lograré hacer, sus ojos han quedado en mi.

Quiero un gato


foto por _Madolan_ @flickr



       María Juana rompió a llorar sobre el féretro. Camila su comadre, encumbró los tonos altos hasta los Alpes y los mantuvo firmes para ahogar los gritos de dolor de la madre. El padre de la Iglesia miraba con lástima a Juana “pobre Juana, que la Providencia le dé consuelo”.
Los esfuerzos de Camila y el coro de la Iglesia fueron en vanos, los curiosos comenzaban a acercarse, algunos desde lugares tan lejanos como el puerto. Todos habían sido alertados por la cadena desinformadora de mensajes que corrían en todo Santa María:
-Que el hijo de Doña Juana...
-Lo mataron.
-Que unos matones...
-Que dicen que a machetazos.
-No, no te digo que fue Clotilde.
-¿Clotilde?
-Hoy lo entierran...
-Oye las campanas, hoy lo entierran...
-Que van a enterrar lo que pudieron encontrar, la casa es un desmadre.
-¿Y Clotilde?...
-¡Clotilde!, ¡Jesús!..
-¿ La niña Clotilde ?, ¡no puede ser!...
-Si, si, le digo, Clotilde, ya vinieron los del diario, que mañana lo publican.
-Mañana sale en San Juan...
-Que huyó para San Juan, Clotilde, la de los pelos revueltos, la muy maldita...
-Mira que matar al marido.
-Que reciba castigo de la Providencia...
-Castigada está, yo la vi anoche, creí que era un espectro, era ella, te lo juro, Clotilde...

Para la hora del entierro, que fue apurado por la necesidad expresa de Juana de iniciar el luto cuanto antes, en el pueblo la pregunta no era que había sido del occiso, o que de la madre desconsolada, sino Clotilde, ¿dónde estaba?, ¿a dónde iba?, ¿quiénes la habían visto?.

Mientras la caja de cedro se iba hundiendo en el lote 334 del panteón, detrás, en el pueblo, iba creciendo el número de avistamientos de Clotilde. A esa hora, a Clotilde se le había visto a distintas horas, muchas de las cuáles resultaban contradictorias pues se trataba de avistamientos en lugares opuestos con diferencias de apenas segundos. Al fantasma de la homicida se le había visto comprando naranjas en el puesto de Juan, subiendose a un cayuco azul propiedad de Salvador Carpinteiros, conversando en el puerto con Henry Hanssen, operador del transbordador a San Juan Bautista; se le vió acariciando la cabeza de una de los hijas de Rogelio, y el mismo Rogelio confirmó que la había visto de camino a la casona de Miraflores: él le preguntó que si que hacía por esos lugares tan oscuros y tan de noche, ella no respondió.

Ajena al tormentoso trajín en que había quedado sumergido su pueblo, Juana veía con resentimiento como caía la tierra sobre la caja donde estaba su hijo. En ese momento cuando estaba al borde de la locura, no pudo pensar en otra cosa más que en el gato de su madre maullando en la mata de mango que había sembrado su padre -”Ya se subió otra vez ese pinche gato, hay que bajarlo al pendejo”- gritaba María Concepción, y ella se divertía cuando su hermano le daba de escobazos al árbol para que cayera el animal. Una y otra vez contemplaba al gato maullando aterrado en las ramas del árbol, y una y otra vez veía llegar a su hermano, apartarla y empezar maquinalmente a golpear las cerdas contra las ramas -”¡Vamos gato!.. ¡ándele, no se haga!”-.

Camila terminó de entonar los himnos necesarios para implorar a ángeles y arcángeles por la vida de su ahijado, y el padre dio un pequeño sermón sobre la vida, el pecado y la muerte. Echó su bendición como si el mismo se la echara, quedo y sin gracia. Él también había escuchado los rumores de Clotilde, y le aterraba pensar en una mujer asesina, aquí en su Iglesia, en su pueblo. Se escuchó el último amén y los asistentes iniciaron el proceso doloroso y a veces carente de sentido del último pésame.

-”Me tocan, me dicen que dios me guarde, que están conmigo y que para lo que se ofrezca”- pensó Juana, -”Pero ya no se me ofrece nada, la vida se me ha acabado, ya puedo esperar mi muerte más resignada que nunca, y espero, que llegue pronto”-. Suspiró y miró al cielo cómo interrogando la pérdida.

Camila fue la última en darle el pésame y la acompañó hasta su casa, caminaron las dos señoras cincuentonas dando traspiés como borrachas. Daba verdadera lástima verlas, Camila le sostenía la mano a Juana y esta no hacía más que mirar al horizonte, perdida en sus pensamientos, sumergida, ausente de lo que le rodeaba. Tropezaba y se iban las dos al suelo, a veces se levantaban en seguida, pero otras veces Juana se quedaba tirada como piedra y tenían que venir dos o tres transeúntes a ponerla en marcha. Así caminaron hasta la casa de María Juana.

Al llegar, Camila la sentó en el diván heredado de terciopelo y le besó la frente a Juana.
- Comadre... - dijo Juana enfocando por primera vez en todo el camino los ojos en Camila– ...Quiero un gato...

sábado, 28 de enero de 2012

Consumado es


por Special Collections at Wofford College



Te quiero, creo que indudablemente te quiero. Ahora, lo que ya no sé, es si te quiero a ti, como amiga, como hermana, o como la que alguna vez quise. Un corazón vomitado de sentimentalismo abyecto, una mezcla homogénea de cosas heterogéneas. Te quise, te quiero.

Igualmente no tengo ni remota idea de si te quiero por lo que eres, por lo que fuiste, o por lo que puedes ser. Quizás, ya no te busco a ti, sino a la otra que está en alguna esquina, en alguna fonda, subiendo a un camión, pensando en las múltiples cosas cargadamente cotidianas que se tienen que resolver al día. Porque al día vivimos, vivo.

No te quiero. Te quise. Pero te extraño, extraño lo mucho que te quise, que nos quisimos y que nos besamos. El recuerdo dicen unos es la consumación del deseo, la única manera en que el hombre puede poseer las cosas, recordándolas, porque el recuerdo es uno y no la extensión de uno. Pero el recuerdo es pasado, y el pasado es impalpable. ¿A qué sabían las naranjas de la casa rosa, cuantas cucharadas de azúcar en el café por las tardes, que había ahí donde ahorita no hay nada, o casi nada?. ¿Tú te acuerdas?. Yo casi no y lo lamento. Por las noches me asalta tu recuerdo, me secuestran tus labios y tus manos, tu piel y tu acento, tus ojos y tus cabellos, se enredan con los míos en mi cama y me dicen cosas al oído. Aquello jamás sucedió, nunca estuviste conmigo más allá de las once, pero de alguna manera te recuerdo a mi lado. El recuerdo, el olvido, la consumación del deseo. El olvido, la consumación del recuerdo. El recuerdo la consumación del olvido. Escoge la fórmula, ninguna cuenta y todas están equivocadas y si todas la están, todas están en lo correcto. Todas se cruzan se solapan se mezclan.

Un corazón vomitado de afuera hacia adentro. Destrozado no, destrozado es eso que se cae y se rompe en un montón de pedazos perfectamente reconocibles. Lo mío no es eso, lo mío es la sensación extraña de que todo está revuelto, todo está mezclado. Indiscernible.

Vivir de atrás hacia adelante, así vivo, allá lejos y aquí presente. Quizás sea esa la razón eterna de una melancolía insaciable, el constante esperar de algo que ya ocurrió. Espero, te espero a ti en la puerta, en la estación de camiones por la mañana, verte bajar del cayuco verde que te traía los sábados, con tus faldas recogidas y tus pies humedecidos por el agua que se filtraba a través de la madera. Ese perfume de hojas de árboles verdes y nuevos que rodeaba tu cabello. ¿Porqué?.

Bien sabes que no fuiste la única, y que incluso con cada una de las anteriores mantuve relaciones similares a las que tuve contigo. ¿Qué te hizo diferente?. Fue la vez que casi te ahogas a mitad de la laguna, o la vez que me sonreíste cuando compraba pescados en el mercado. No sé. Quizás fueron las tardes con el sol en puesta en que te declamaba aquellos versos “El sol venía borracho o iba herido, y se cayó en el mar aquella tarde”. Y reías. Luego tomabas mi mano y yo sonreía.

Paz, quiero paz, déjenme en paz, penar en paz. Ya no te puedo llorar, porque se me va la memoria, el recuerdo es el último estadio del hombre, después de eso, sólo nos queda el polvo que dejamos en la tierra. Ya no tengo lágrimas, literalmente. Sin lágrimas sólo se puede penar eternamente.

Te quiero a ratos, cada vez más cortos, cada vez más estrechos. Me reduzco a nada en este mundo y el recuerdo que soy yo se quedará con ustedes, contigo quién sabe. No recuerdo lo de aquella noche. Quiero recordar. ¿Dónde estás?. ¿Dónde fuiste?. ¿Que camino tomaste?.

El recuerdo es trágico, porque al final ni siquiera es nuestro. Somos recuerdo de otros. La suma de las expresiones de quiénes nos conocieron. ¿Podrán decir que nos conocieron?. Yo te conocí hasta esa noche, conozco aún tu rostro y tu cuerpo, pero tu nombre, ¿cuál era?. Yo ya no existo, soy una suma menos del recuerdo tuyo, que ahora no es precisamente bueno. Regresa. Conmigo, regresa. Iremos a probar las naranjas, a ver el atardecer en el río, te abrazaré en la noche y los huele de noche perfumaran las horas previas a la aurora. Duerme conmigo como dicen los cristianos. Descansemos. Tú...
tú...mujer...¿cómo...¡Clotilde!.

miércoles, 25 de enero de 2012

Somos...



Somos fatalmente, la suma de nuestras decisiones e indecisiones. El producto de las acciones y no-acciones de otras gentes y otras vidas. Elegimos a diario, desatamos la tiranía del destino sobre otros, los condenamos a decidir y ellos nos condenan. Un bebé que llora, un viejo que agoniza, un camión que se retrasa, una mariposa que agita sus alas en el Ecuador, condenan a París, Wall Street, a la tienda de la esquina y al borracho del pueblo.

Aún si decidimos no elegir, el caos encontrará un orden y las cosas comenzarán a depositarse en su lugar. Lluvia, polvo, amores, sueños, ilusiones. Inevitablemente curiosa, la vida va cerrando las puertas traseras, los escaparates, el regreso continuo y deseado hacia un pasado inalcanzable, al punto de ruptura, al cruce de caminos.

Cada decisión es morir un poco. Cada paso encierra su propia fatalidad, vida y muerte besados, conjugados y sumados. Luego, nosotros nos definimos de muchas formas, como personas, tomamos las palabras más resonantes y las redactamos para definir quiénes somos. Ignoramos lo que fuimos, lo que somos y los que nunca fuimos, los que nunca serán, los múltiples yo que mueren cada vez que respiramos.

La vida es muerte, una mortandad constante pero necesaria. Somos el producto de la mortalidad fecunda de nosotros mismos, somos más muerte que vida y sin embargo somos vida, por encima de todo, vida.

Poco, mucho, nada.


Pocas fueron las palabras, las letras enviadas desde el móvil en los últimos días. Sí, ahora todo para mi buena o mala suerte queda donde debía estar, en su lugar.


complicado y aturdido by Péricos on Grooveshark

martes, 24 de enero de 2012

Clotilde llega a San Juan Bautista

Bolivia Ortíz Yañez. San Juan Bautista 1887


Una carreta que pasaba la empujó y Clotilde, débil y cansada se dejó caer al camino polvoso. Hacían más de cien días sin lluvias, y el polvo oxidado le entró en las narices y se asentó sobre sus labios resecos. El sol tropical se reflejaba sobre el río. Atrás había quedado la mala noche, los machetes y las injurias, el retén militar del otro lado del río.Adelante estaba la capital. "La pinche y maldita capital", murmuró mientras se incorporaba. A su lado pasaban de vez en cuando carretas con plátanos, mangos, naranjas, limones, y otras más con pescados. Desde la hora en que empezó a pasar por las casas que se erguía alrededor de las Tres Lomas, había divisado dos grupos de vacas y borregos. 

Alcanzó las primeras calles dos horas y tres caídas después, la gente la observaba como a una malnacida, y ella con la mirada entre asustada y asombrada, les buscaba los rostros y las bocas, les adivinaba los ojos. Se agachaba para descubrirles las cabezas de los sombreros, les miraba los machetes y los bushes colgados al hombro. "Pus no son tan diferentes estos juanitos", pensó y continúo dando traspiés hasta la calle principal. 

Miró el muelle con por lo menos cincuenta o más cayucos varados en la orilla, y un par de navíos al fondo, un hormigueo de gente recorría constantemente el camino de ida y vuelta a los cayucos, los cargaban y empujaban, casi hundidos, se iban nadando contra la corriente.

Abría las perlas canela que tenía por ojos, y recorrió con la mirada los anuncios de las calles cercanas. No encontró nada decente en que ocuparse. Allá en su pueblo había sido una buena costurera, pero si se quedaba acá, tarde que temprano alguien iba a recorrer las veinte leguas de distancia y daría parte a las autoridades, con santo y seña, de quién era ella y quién había sido, de dónde venía y en que probablemente se ocupaba entonces. "Costurera no".

Pasó por la Iglesia y se paró a contemplarla. "Si dios me perdonará siquiera, pero ni de eso tengo 
esperanza, perdón del cielo no tengo. Jodida, estoy bien jodida, lo mejor es que me esconda del cielo, y espere pacientemente a que me salgan manchas en estas manos, y se me blanqueen los ojos y los pelos, y me quede sola, porque ese destino elegí. Uno elige, y uno paga. Uno mismo se jode, se niega el cielo, y se niega el perdón, porque sabe que no hay alguno. Esperanza tienen los niños, los que tienen perdón, los que esperan. Yo nomás espero mi muerte, no como alivio, sino como la consumación de mi penar terreno, el inicio de mi fuego eterno... Te quise Mario, como te quise... te quiero Mario, como te quiero... te extraño Mario, como te extraño."

"Maldita sea yo, maldita sea mi existencia y el camino que elegí. Ni le he llorado, ni yo misma me he llorado. Ando muerta, bien pinche jodida y muerta. ¿Cuánto vale mi cabeza?, un real, un racimo de plátano de Jalapa. Nada, no vale nada, que me la corten. Pero cortarla es aliviarme. Ellos creen que me alivian, pero castigo del cielo ya tengo. Si me entrego, no podré penar en la tierra, tengo que penar, cargar mi cruz. ¡Ay Jesucristo!". Se llevó las manos violentamente a los ojos y lloró un poco en silencio. Una familia española que pasaba por ahí le aventó unas monedas al faldón que le cubría hasta los tobillos, se despertó de su letargo y tomó las moneditas que rodaban por el piso. "Jodida, que empiece mi vida jodida, mi jodida vida, que yo jodí".

Se encaminó al muelle hundiendo los pies en el barro, y se puso a mirar a los hombres que iban y regresaban con guacales llenos de frutas y verduras, y otros que acarreaban verdaderos racimos de robalos, mojarras, lizetas, topenes y pejelagartos. Suspiró. Volvió la vista a la Villa Hermosa de San Juan Bautista, un atolladero de casas blancuzcas de cal y rojizas por el suelo oxidado, marcadas hasta donde se podía ver, con una línea de humedad, mudo testigo de inundaciones periódicas que iban y venían cada temporada de lluvias. Casas simples empujadas unas con otras, unas levantando señales de humo al cielo y otras luciendo sus recién instaladas tejas de barro. Se inclinó y se mojó la cara en el río ante la mirada lasciva de los hombres que iban y venían y no faltó alguno que se detuviera a contemplar aquella mujer pálida, con moretones en las manos y en la cara, con el sol de frente y el río mojándole las piernas.

No puedo...


No puedo resignarme aunque en verdad quisiera y me suplique a mi mismo hacerlo. Mi problema al igual que Galeano es por tener una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

lunes, 23 de enero de 2012

FAMATINA NO SE TOCA!!


FAMATINA NO SE TOCA!!, originalmente cargada por fraternal.


A través de Flickr:

Cielo abierto

Los pobladores de Famatina y de Chilecito, en la provincia de La Rioja (Argentina), resisten la instalación de Osisko Mining Corporation, empresa que pretende explotar una mina de oro a cielo abierto en el Nevado del Famatina.

domingo, 22 de enero de 2012

Almas hermanas

por Megan Evans @ Flickr

No todos los ángeles son de luz,  no todos intentan cambiarnos, algunos incluso son más que ángeles, compañeros y compañeras de viaje en esta vida humana, almas hermanas si se quiere deseosas de entender la bipolaridad propia de la vida, ansiosas de encontrar explicaciones que ellas sólo han logrado entender a medias, y por otro lado  poseedoras de verdades que gradúan nuestras visiones.

Las almas hermanas se cruzan en nuestro camino para compartir las penas y aprender a disfrutarlas, para enseñarnos a sobrevivir en la superficialidad mientras penamos en la profundidad, así funciona la existencia en casi todos los casos, y eso no quiere decir que no podamos llegar a ser felices en la tristeza profunda, en el sin sentido.


Una de películas, Sin nombre



Personalmente, pretendo apoyar al cine mexicano y en general al cine latinoamericano. Nuestra región es tan rica y tan diversa, que hasta me parece increíble que los gringos, las grandes casas productoras de Hollywood no se hayan aventado su versión de "La noche triste" o "La caída de Tenochtitlán", sólo por decir algunas en México.

Hoy me tocó disfrutar de una de las películas latinas con mejor fotografía que jamás he visto, su nombre paradojicamente es "Sin nombre".

En mi apreciación personal, la historia es un poco floja, uno la ve, y no se termina de creer lo que el protagonista por "Sayra", o lo ingenua que puede llegar a ser esta última. Pero de fondo, corre una realidad a medias, que lacera, que lástima, o que nos debiera de doler como mexicanos primero, como latinos inmediatamente. De fondo corre la trágica historia de los indocumentados, desde que abordan "La Bestia" en Tapachula, Chiapas hasta llegar a Reynosa. El grueso pues, del filme se desarrolla en México, el otro México, el México de paso, que es un peligro en si mismo, el México noble y de fondo, que está ensartado hasta lo último de importancia, el olvidado, al que los otros escuchan en las noticias de a diario, pero que nadie conoce, sólo unos pocos. La cruda historia de un México cruel, desalmado y a veces bondadoso, frente a los hermanos que obligadamente cruzan sobre este país tan contrastante y clandestino.

La película es cruda, y sin embargo se queda corta. En donde si se lleva un diez cómo pocas, es en la fotografía, es trágico ver las selvas verdes de Chiapas, más verdes aún por la tormenta que se descarga desde aquí y hasta los cerros que se miran azules a lo lejos. Y en el medio de un desierto verde, la mole de chatarra avanzando con cuerpos agazapados a su espalda.
Una película muy buena, a la que creo, debemos darle un chance.

sábado, 21 de enero de 2012

jueves, 19 de enero de 2012

Twitter, Appadurai y la modernidad desbordada.


César Huerta/ @zorrotapatio

En el marco de una modernidad desbordada, los medios de comunicación electrónicos han sido transformados por uno de los inventos más importantes de la historia del ser humano: el internet. Nacido por fines militares que siempre buscan terminar con la vida del otro, revertió su origen dañino y hasta nuestros días es una de las herramientas tecnológicas donde el trabajo de la imaginación que resalta Appadurai es de total relevancia, pues dota para millones de cibernautas en el mundo, de un sinfín de posibilidades para la acción, creación e incluso subversión.

Un buen ejemplo de esto es Twitter, una red social donde interactúan miles de personas a lo largo y ancho del planeta. A diferencia de Facebook, lo que ahí se escribe puede ser leído en total libertad y por todos, las palabras y las voces se escuchan e incluso suelen en algunas ocasiones superar y dictar agenda a las de medios tradicionales, que antes podían decirse la voz de todos sin recibir ni una sola palabra. En dicha red el individuo puede desplegar una amplia variedad de realidades a través de un clic.

Twitter es también un espacio de disputas y negociaciones simbólicas mediante el cual los individuos muchas de las veces anexan lo global a sus prácticas cotidianas, respecto a lo que ellos consideran lo moderno.

Y es esta modernidad desbordada la que ha traído como consecuencia una interacción sin precedentes mediante una nueva forma de comunicación capaz de achicar al mundo para hacerlo propio, entenderlo y conocerlo. En Twitter se han creado vecindarios virtuales en los cuales los individuos pueden convivir e incluso pueden ser generadores de contextos. Los grupos sociales que en esta red convergen pueden unirse a una rebelión contra el orden social establecido o quedarse inmóviles frente a la realidad. Tienen en su poder la capacidad de hacer temblar a muchos medios tradicionales y corporaciones o quedarse detrás de la computadora y sólo pensar en sí mismos.

Los individuos que utilizan esta red y se comunican en ella están desterritorializados y sólo unidos por comunidades de imaginación y de intereses ancladas por sus posiciones y voces diaspóricas. Intercambian información y construyen vínculos que afectan a muchas áreas de su propia vida. No necesitan de pasaporte y sólo depende eso sí del acceso a internet y a los aparatos tecnológicos que hacen posible su conexión. Dicha brecha tecnológica suele ser limitante para la comunicación y por ella, miles quedan al margen.

Pero sin duda se han generado espacios colectivos de transformación, las revueltas de este año iniciadas en la primavera árabe, continuadas en el Mayo español y finalizadas con los estudiantes chilenos y los indignados de todo el mundo, demostraron la factibilidad de las redes sociales para unir lazos en común por una causa.

Huyendo en Marzo


Foto por KeylimeSteve


El sol se murió sobre sus hombros sin que se diera cuenta, y la Luna la sorprendió soñando. El aroma de los escasos huele-de-noche le llegó hasta sus fosas nasales y comenzó a despertarla ligeramente. Se sintió adolorida y cansada, y entre abrió sus negros ojos.  Tocó la maleza que le nacía entre los dedos de la mano derecha sobre la que estaba recostada, y la movió para reconocerla. Le incomodaron las piedras, frías y picudas sobre las que estaba su cuerpo,  y sintió  más frío. Se incorporó y se sentó. La cabeza le pesó como si tuviera el tamaño de un elefante, y tocó sus tobillos desnudos, para sentir la sangre coagulada que nacía de los raspones de las piernas, arremangó su falda y siguió recorriendo las múltiples cicatrices de cada una, con los ojos bien abiertos por la oscuridad. Sonrío primero y lloró después. Levantó la mano de las piernas y como cubriendo sus pechos, se tocó el codo opuesto (también lastimado). Se bebió sus lágrimas y acarició el cabello tieso y enredado que le cubría hasta el ombligo. Lo tomó y lo llevó hacia atrás, intentó peinarlo y hacerse una trenza. Miró al cielo y vio las estrellas, todas, un cuajo de seres luminosos sólo perturbados por la presencia ocasional de algún cocuyo o estrella fugaz. A lo lejos alcanzó a divisar las moles de los cerros que se empezaban a encrespar sobre la  planicie. "Ya estoy cerca", pensó, e intentó incorporarse, pero los pies le dolían demasiado y los huaraches desechos dejaron que las piedras picudas le apuntalaran el calcañar, dio un grito de dolor y sorpresa y se volvió a sentar sobre la piedra más grande que encontró. Tomó su falda y la estiró hasta los pies, los enrolló y los acomodó cercanos a ella  muy juntos, para que se dieran calor. La noche le cubría el rostro lleno de líneas, marcas silenciosas de arañazos y zarpazos, recuerdos rojos y dolorosos  que la perseguían cuando se miraba en un río, cuando las tocaba, o cuando alguien del camino le preguntaba porque estaba arañada, de dónde venía, a dónde iba. Miró el horizonte y descubrió, muy pegado al suelo, el pueblo más cercano,  se asustó porque pensó que la noticia de su escape ya rondaba por ahi y que seguro el alguacil y el alcalde ya planeaban aprehenderla si la veían. "No pasaré por esta orilla", pensó. Los grillos cantaban y la luna se reflejaba como un plato sobre la superficie calma del río.

Un arriero que pasaba de regreso la vio y pensó que era un espectro, el Xtabay o algo parecido. Ella aprovechó la oportunidad y encarando su papel de fantasma le dijo que lo dejaría ir, pero a cambio de dos monedas y algo para comer, el arriero dudó pero luego resolvió no meterse en asuntos perversos y le dio lo que pedía.

Después de comer unas piezas de pan y beber agua de río, se acomodó los huaraches, cogió un bejuco a manera de bastón y empezó a andar. Allá a lo  lejos se veían las primeras casas de Tres Lomas.

Su plan era llegar a San Juan Bautista y embarcarse con un reclutador de obreros para las haciendas de chicle, rumbo a Chiapas. Allá lejos, donde nadie sabía quién era, ni de dónde venía, ni le preguntarían a donde iba o porqué estaba aquí, donde las eternas hectáreas de selva borran los nombres de las gentes y los transformaban en máquinas, con número solamente, meros objetos. Allá, nadie sabría que se llamaba Clotilde de Arco, o que tuvo por marido a Mario Avendaño, y que había salido así sin nada, huyendo de la  justicia popular de Santa María de la Victoria, escapando de ojos endiablados, palos, injurias y machetes. No, allá en los cerros donde no se ve el mar, ni hay puertos, nadie preguntaría porqué Clotilde había huído, sóla, esa noche de Marzo. Clotilde, ella, sola. Huyendo en marzo.

miércoles, 18 de enero de 2012

¡La SOPA? ¿Cómo no!

Nos inquietamos, nos sentimos vejados, agredidos, creemos que nuestra molicie terminará, o si bien nos va, se reducirá sustancialmente casi hasta hacerla incómoda, insostenible, insoportable.

Heroína abstrayente, alienación de nuestra época que junto a las religiones, siguen permitiendo el trafico de la sinrazón, la pandemia del aburguesamiento tanto imaginario como verídico, los ojos creen todo, los oídos aceptan, el cerebro adiestrado.

Puedo reconocer que la buenaventura de mirar, leer, escuchar, adquirir, expresarse, todo con inmediatez, es un suave murmullo que invita a relajar las defensas, pero no estoy tan cierto respecto a qué tan objetiva sea la alta estima por un mero intermediario.

Evidentemente, siempre hemos tenido intermediarios, ya sea nuestra (in)capacidad mental para comprender y expresar, la (in)disposición anímica para sentir lo que dentro sucede y aquello que nos rodea, así como los meros órganos corporales que no necesariamente nos traducen la realidad en forma homogenea.

Sin embargo, aún cuando nuestros mecanismos naturales sean deficientes para allegarnos la realidad interna/externa, o nuestra imagen de ella, a pesar de ello ningún otro mecanismo ajeno nos debe resultar indispensable para asir el mundo, el universo.

Hubo carretas, caballos, barcos, pero no dejamos de andar las rutas, de recorrer otros caminos, no dejamos de Ir.

Hubo la tinta, los muros, el papel, la imprenta, la fotografía, pero no dejamos de pensar, de sentir, de mirar, de Expresarnos.

Hubo cartas, telégrafos, teléfonos, internet, pero las personas han seguido ahí, las palabras también, las manos, no dejamos de Mirarnos, Hablarnos, Silenciarnos juntos.

Que un instrumento cómodo, total, veloz, deje de funcionar o modifique su marcha no debería implicar un retroceso en nuestra forma de aprehender la realidad o en la manera de expresarnos. Puede significar mayor trabajo, lentitud, fraccionamiento, sin embargo, durante la ausencia de ese medio de comunicación, la Internet, mucho se hizo, hermoso, ingenioso, funcional, romántico, útil, gozable.

Sin Internet también hubo música, se cruzaron los mares y los cielos, combinamos nuestros alimentos, nuestras sangres, las costumbres y los defectos, nos peleamos, nos enamoramos, escribimos, hablamos, caminamos, vimos y creímos, y tambien desconfiamos, aprendimos, cuestionamos, creamos, compartimos, copiamos, robamos y de ahí partimos a otros lugares antes inexistentes, fuimos y hemos seguido siendo.

No lo sé, a veces sólo el silencio suele ser la mejor forma de escuchar el mensaje, la palabra que se escapó de entre los labios desde el corazón, puede ser la manera óptima para creer en el tacto que no tocamos pero sentimos a la distancia, para imaginar el camino que aún falta por recorrer, probablemente el silencio sea la banca a un costado del campo en donde podemos esperar, comenzar y morir viviendo.

No lo sé, pero quisiera pensar que el silencio de ese sentido adoptado por nuestro cuerpo como si fuera originario, el Internet, nos puede ayudar a potenciar nuestros otros sentidos. No lo sé.

Carta líquida sin remitente



Señorita, debió advertirme que podría caer en sus redes. No debí meterme tanto en su vida, aunque debo decirle, usted no es culpable de nada, tal vez lo es la circunstancia, quizá, el destino siempre inexorable. Usted siempre fue sincera, linda, auténtica. Yo en cambio, tuve el privilegio de conocerla en su esplendor y como muchos hombres a lo largo de la historia, no pude resistirme a sus miradas, a su sonrisa, a su voz tan particular que tanto me gusta. 

Ahora todo, como suele suceder en estos tiempos líquidos, parece venirse abajo. Nunca pensé que los días más bellos en tiempos recientes de mi vida, podrían sucederse tan rápido, tan pronto. Usted no tiene la culpa de nada, el error privilegio de conocerla y quererla es mío, y aunque estoy un poco perdido, quizá es una pequeña circunstancia importante la que pueda decidir el futuro entre usted y yo. 

viernes, 13 de enero de 2012

La verdad es la única realidad


Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o
de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente
el presente, pero pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso
cubriendo la Patagonia
porque las masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad, como
la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha
hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse,
a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.

Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973
Paco Urondo

jueves, 12 de enero de 2012

Rogelio despierta.


Gambas al ajillo, Becky Quan @ Flickr


Tres gotas de humedad, no de lluvia, resbalaron desde una viga de cedro que sostenía las tejas de lámina de zinc. Una cayó en el dedo índice de la mano derecha, otra en el pulgar del pie izquierdo, y la tercera en el mechón que caía sobre la frente. La última gota, después de perder su forma y reagruparse, se resbaló hacia la oreja izquierda, surcó rápidamente los pómulos altos, se deslizó entre las incipientes arrugas que aparecían sobre el  rostro de Rogelio, se acumuló sobre el trago de la oreja, y al alcanzar de nuevo su forma de gota, se precipitó violentamente por el  conducto auditivo, hasta perderse en su profundidad. Rogelio despertó. Arrugó la  cara y sacudió la cabeza violentamente, en la reacción, dirigió su mano derecha sobre su oreja y hundió su dedo índice.  Se irritó aún más al  sentir la sensación de la  piel húmeda del dedo,  y lo apartó rápidamente. Apretó el rostro, agitó la cabeza, y abrió sus párpados de golpe. Sus ojos quedaron desorientados en la noche, todo él se sentía desorientado. El oído fue el primer sentido en regresar plenamente al mundo terrenal, escuchó el catre crujir mientras el se acomodaba sobre sí mismo y estiraba los pies. Suspiró, como resignado a perder la noche por una tontería. En ese entonces, Rogelio trabajaba con Don Gamaliel, pero le había surgido un trabajo temporal en la casona de Don Nicanor, y eso de estar viajando de un lado a otro del pueblo lo tenía muy cansado. Tenía ya, tres noches sin dormir más de cuatro horas. Sólo así podía cumplir la jornada en el rancho de Cochinos y  retacharse a tiempo para continuar las obras de cambio de baldosas en la casona de Miraflores. Rogelio pensó en eso y volvió a suspirar. El segundo sentido en despertar fue el  tacto, y sintió la textura áspera del cobertor que estaba usando por esos días. Lo maldijo, y después se arrepintió cuando se acordó que era un regalo de su hija Margarita, por el día del padre. Suspiró una vez más y moviendo piernas y pies, recuperó el  resto del cobertor que estaba sobre el  suelo de la casita de palo de jahuacte en la  que vivía. Le dio un poco de frío y se preguntó que hora era. El olfato y el gusto, regresaron casi al mismo tiempo y le llevaron los aromas que desprendía el barro que se estaba formando ahí afuera, mezclados con la saliva que uno tiene atravesada en el  gaznate por las mañanas. Azuzó el oído cuando se dio cuenta del olor a tierra  mojada, a humedad. Distinguió el estrepitoso sonido que lo había acompañado todo ese rato. No se lo  creyó. Sonrió conteniéndose. Volvió a escuchar. Era cierto.  Ahí estaba ese ruido ensordecedor, ese que hacen las láminas de las casas como las de Rogelio, donde el señor dios no siempre da el  pan de cada día. Rogelio sonrió y se sintió contento. Empezó a escuchar el sonido de las ranas del arroyo que estaba más allá de la calle, y se imaginó el agua fría que se estaba depositando en ese lugar. Recordó cuando era niño y corría entre los charcos de agua, y nadaba en arroyos de hasta un metro, atrapando sapos y ranas, siempre atento a las serpientes, a caracoles extraños, y a los camarones que podía juntar para comer. Le encantaban las piguas. Una idea le llevó a otra, y pronto se imaginó sentado en el restauran de Teófilo comiendo camarones de mar al mojo de ajo, imaginó su textura y su sabor, y se le hizo agua la boca. Pasó la  lengua de un lado a otro mojándo sus labios y cerró los ojos, para imaginar mejor el platillo. De pronto salió de su visión. Esa agua fría que estaba cayendo, no iba a servir más que para encharcar calles, inundar esquinas, y sobre todo, causarle retrasos en su camino de la Hacienda a la casona, y de la casona a su casa. "¡Pinche aguacero!". Echando madres, se dobló sobre si mismo y se dispuso a dormir cerrando fuertemente los ojos. Aquella noche Rogelio no durmió más de dos horas.

Cortázar


Untitled, originalmente cargada por ¡Oye, Nacha!.

A través de Flickr:
En realidad, las cosas verdaderamente difíciles son todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento.

- Julio Cortázar

lunes, 9 de enero de 2012

De palmas y fiestas


No sé cómo pensarte y soñarte después de hacerlo de tantas maneras. Antes de cualquier cosa, tendría primero que descifrar cada una de tus miradas, de tus palabras escritas sin tinta en la palma de mi mano.

Tous Les Garçons Et Les Filles by Soundtrack on Grooveshark

domingo, 8 de enero de 2012

Tú, el cronista

foto por DvortyGirl


A uno le toca, escuchar atentamente, asentir, mirar alrededor. Tocarse la sien, acomodarse el cabello, tocarse la nariz. Abotonarse la camisa, acomodarse la playera, peinarse. Abrocharse el cinturón, el pantalón, quedarse quieto. Levantar las orejas. 

A ellos, los otros, les toca vivir, bien vivir, mal vivir, vivir viviendo, tan sólo para existir, o con una causa mal justificada de su existencia, algunos con una consecuencia. Con cruz o sin ella, con penas, glorias, pero sobre todo cotidiana y continuamente, vivir. Ellos no se darán cuenta, vivirán al día, escurrirán los años, los dejarán ir y venir, se sentarán al mar y se irán, plantarán árboles, tendrán hijos, los crecerán. Serán, hijos, hermanos, novios, cuñados, yernos, cuñadas, hermanas, maestras, madres, ladrones, serán un montón de vidas sin ser todas,  y creeran al final de todo, que serán uno. 

A ti te tocará saber que no son una sóla pieza, que son más bien la suma de muchas coincidencias. Una junta de maderos. Heterogéneos, como sus historias. Te corresponderá reconstruir plazas, hoteles, lugares, bodas, caseríos, casonas, colonias enteras, erigir pueblos fantasmas, encontrar ciudades perdidas, ocultas, descripciones de calles enmontadas, olvidadas. Verás, a través de ellos, ríos, manglares, ciudades, caminos, ranchos y haciendas. Descubrirás el aroma del abril de hace ya mucho tiempo, y volverás a traer a la vida a los muertos.

Comerás con ellos sin perturbarlos, te esforzarás en mantener el recuerdo tan intacto como sea posible al extraerlo. Pero serás consciente de que al hacerlo, te enfrentas a distorsionarlo. Sabes que al final de todo estás limitado por tus ojos, que no son tuyos sino ajenos,  y no son dos sino cientos, que las fuentes con el tiempo se extinguirán y tú mismo pasarás a ser una fuente. Se te acabará el tiempo y te extinguirás, satisfecho, de haber extraído los recuerdos, de haberlos comunicado, de haberlos atesorado aunque no fuesen tuyos. Habrás narrado tu tiempo, y el tiempo de otros.

viernes, 6 de enero de 2012

La inundación de 1942


Para llegar a Paraíso, Tabasco, uno tiene que alcanzar desde Villahermosa, el entronque a la altura de "La Isla", en la carretera Villahermosa-Cárdenas, la autopista que nunca llegó a ser de cuota "Dos Bocas-La Isla" y después de un recorrido totalmente horizontal, de aproximadamente cuarenta y cinco minutos, uno alcanza la cabecera municipal que lleva el mismo nombre.

Paraíso, la ciudad, está ubicada en el margen izquierdo del río Seco (antes Dos Bocas, aún más antes de Venados), tiene cuatro puentes que la conectan al lado frontal de la ciudad-pueblo que da la cara al visitante. De esos cuatro puentes, sólo recuerdo el nombre de uno, "El maestro cole", recién construido en está década, con desperdicios de los pozos petroleros que se encontraban en la zona. 
La entrada del pueblo se hace a través de un puente de concreto, el primero construido, el de más historia, que se encuentra perfectamente alineado con la Iglesia de San Marcos, al fondo y que al sol de hoy luce una decoración multicolor.

Éste puente en particular que ahora es de concreto, alguna vez fue de pura madera, atravesada, entrepuesta,  totalmente endeble, como un conjunto de palillos que apenas se sostenían sobre la superficie del agua. Por ahí cruzaban a pie, los antiguos pobladores de Paraíso, y el resto lo hacía en cayuco. Los que llegaban en cayuco venían de lugares más lejanos, siguiendo cuidadosamente el cauce de ríos, lagunas y canales para alcanzar la cabecera. Sin calles pavimentadas, oficialmente en 1942, Paraíso no era una ciudad proclamada (aunque hay quienes afirman que hoy no lo es aún), era un conjunto de casas, con una Iglesia a medio construir, nada impresionante y un manojo de caminos de polvo y tierra, aderezados por el lodo que causan los encharcamientos, un par de escuelas y alguno que otros servicios.

El río en ese entonces igual que ahora, aunque mucho menos contaminado, corría  lejos del pueblo, en su continuo devenir hacia el mar y la laguna, unos cuantos kilómetros más adelante,  sin pausa, sin detenerse.

Don Abimael Santos, recuerda: "Era una mañana limpia, hermosa, bonítisima, sin una sola nube en el cielo". En 1942, Don Abimael tenía 9 años cumplidos, había venido desde Comalcalco a vivir en una casita de palo de jahuacte, en un terreno que su papá había heredado en la ribera del río, pero en el margen derecho del Río Seco, frente a Paraíso. "Teníamos en ese entonces, bastantes gallinas, algunos pollos, un perro garrapatudo, y algunas cositas, por suerte teníamos un tapanco". Él aún no se explica el porqué, sin avisar, desde esa misma mañana, el río comenzó a crecer, constantemente, primero medio metro, luego un metro, luego dos. De la manera más extraña que él recuerde, en un día, el río tranquilo y que estaba a unos cinco metros de la casa, desbordó y comenzó a inundar todo. El río avanzaba sin descanso y ante la impotencia, su madre comenzó a subir las cosas al tapanco. "¿Y, hasta donde llegó el río?", le pregunto, "Hasta aquí", extiende su mano y me da una altura, yo calculo  que es más de metro y medio. "Dicen que llegó el  río  hasta el parque". Ése dato es clave, en la historia de Paraíso, la ciudad, sólo se ha ido una vez al agua,  desde su fundación, dos veces, la primera de ellas en 1942, cuando las aguas del río Mezcalapa, decenas de kilómetros arriba, arrastraron excesos desde la sierra de Chiapas y los distribuyó entre sus brazos, uno de ellos, el  río Seco.

"He preguntado a varios viejos, si aún se acuerdan, sólo uno me ha dicho que si, pero ya es muy viejo el pobre", me dice Don Abimael, y se retira a trabajar, a su propio paso, en el mismo terreno que aquella vez quedara sumergido bajo las aguas de ese mismo río que corre frente a sus ojos.

jueves, 5 de enero de 2012

El amor


El amor es una construcción, poco a poquito va adquiriendo forma, volumen, sustancia. Yo últimamente, quizá sin quererlo ni pensarlo, sin proponérmelo, me estoy enamorando de ti.

Tus palabras, los momentos en que nos vemos, las sonrisas, risas, guiños. Tus sueños, nuestros sueños y pesadillas, nuestros temores y crisis. Sin dudarlo, diría que los días a tu lado, transforman mi cotidianidad. Aunque debo reconocer que aún entre los "te quiero" y los "te amo" existe una brecha gigantesca de diferencia que no debo de olvidar. Soy como dice la canción, el número dos de tu lista. 


miércoles, 4 de enero de 2012

150 días sin agua


foto por Antonio Nicolás Pina

¿Llueve?. Parece, me contestas y guardas silencio. Acaricio tu torso desnudo, recorro con mis torpes y toscas manos tu espalda y acerco mis labios gruesos y gastados a tu oreja derecha. La beso.  Si, parece que llueve, ¿no sientes frío?. No, frío no, más bien calor,  o  mejor dicho calentura. ¿Calentura?, estás enferma. De amor, o mejor dicho,  de pasión. Te beso y llevo mis dedos hasta tu entrepierna,  descienden furtivamente y llegan a ese punto en que tu cuerpo se curva sobre sí mismo. Suspiras. Acerco el edredón viejo que nos cubre la mitad de los cuerpos y te sumerjo en esa oscuridad engrosada, sofocante,  tupida. Me besas, te beso,  nos besamos. Nuestros cuerpos juntos y distantes, necesitados de fundirse se golpean mutuamente, se hallan, se encuentran, se pierden. Afuera llueve... llueve... llueve. Adentro también, agua salada, de cuerpo humanos, llueve calor.

-¿Me quieres?
-Ahora si.
-¿Y mañana?
-¿Habrá sol mañana?
-No lo sé, supongo que...
-exacto, no sabes
-osea que...
-no sé.
-No sabes. O no quieres saber.
-No sé, si quisiera te querría, pero te quiero ahora,  ¿qué más da mañana?. No hay mañana sólo ahora.
-Y ahora llueve
-¡Llueve!

Nuestros ojos,  semi-brillantes en la oscura cama se encontraron, como descubriendo una verdad, los suyos verdosos, los míos no sé, casi no me paro a contemplar  mi rostro. Llovía afuera, como granizo. Pero yo nunca he escuchado caer granizo, es cierto que no lo sé, pero supongo que así ha de oírse. Nos tiramos boca arriba y nos soltamos, sólo nuestras piernas seguían entrelazadas. Fatigados, mi corazón, cansado. Arriba sobre la teja de barro el agua se deslizaba entre las baldosas cóncavas, se escabullía, se bifurcaba, se unía, y se precipitaba desesperadamente a un suelo rojizo y polvoso, que empezaba a convertirse en un charco lodoso alrededor de la casona. A esta hora, pensé, nadie ha de notar que llueve, una, dos, cien, miles de gotas besan el suelo. Ella estaba ahí, con la mano en el sexo, como si intentara guardar algo de pudor. ¿De qué o de quién?, si sólo estaba yo aquí, y yo la había visto así tan abandonada decenas de veces. De  alguien se esconde, imaginé, y este pensamiento me cabreó un poco. La idea de no ser el único, aunque lo sabía. Rodar por su cuerpo y su cama, como uno más y no como yo mero. Me enojé y clavé la mirada en el techo. Una gota se partió en mi nariz y se rompió en un montón de gotitas que mojaron mi rostro y su pezón derecho. Fruncí el ceño e hice un pequeño rugido de molestia.  Torcí la boca y apreté los labios. Ella soltó una ligera risa, luego suspiró. Me pareció malévola, pero el suspiro me devolvió un poco de calma. Sonrió otra vez y alargando las piernas se deslizo sobre mi cuerpo hasta quedar sobre mi, dejó caer su cabello castaño. Me cubrió la cara. Acercó su nariz a la mía y susurró, con una voz pícara y angelical: "Está lloviendo, mañana quién sabe, vamos a celebrar que la tierra está mojada de nuevo", y me mordió el labio inferior.

Afuera de la casona, siguió lloviendo como nunca, pero en calma, una pared constante de agua que reprimía la vista y enlodaba las calles del poblado. Sin viento. Sin luz. Sólo agua desbocada. Esa noche hacían más de 150 días sin agua.

martes, 3 de enero de 2012

¿Somos pobres apá?



¿Somos pobres, apá?... Pos, a según, m’ijo. Y es que pobreza es un concepto relativo. Los neandertales se morían de hambre, de un torzón o de un catarro pero no eran pobres. Las carencias materiales y espirituales siempre agüitan pero se tornan pobreza porque no son fatales, porque en la casa de enfrente, en la colonia de al lado o en el país vecino hay unos güeyes que nadan en la abundancia. Somos pobres porque hay ricos que para serlo se montan en nuestra pobreza. Por más que se modere la indigencia, por más que se atenúe el pauperismo, mientras haya gandallas opulentos no habrá justicia, no habrá verdadero “desarrollo humano”.


Armando Bartra

domingo, 1 de enero de 2012

Primero de enero en Sta. María de la Victoria

foto por Nir Nussbaum

A eso de las cinco treinta de la mañana cuando la brisa del río recorre las calles del centro refrescando las casas de adobe y de ladrillo rojo, cuando amanece la ciudad totalmente vacía, y llena de basura de los cuetes y las fiestas de la noche que a penas se va retirando, comienzan a salir de las casonas, y de las casas más pequeñas, las viudas.

Vestidas rigurosamente de negro, cubren su cabeza con un manto de encaje del mismo color,  el cabello recogido, mirada cabizbaja,  labios y caras despintadas, pómulos pálidos, algunas ojerosas. Ahí van primero unas cuantas, luego decenas, caminando entre las calles desiertas, asustando a los borrachos que extraviados y desconcertados vagan de una esquina a otra. Caminan rápido,  a paso veloz, antes de que les amanezca y sean incapaces de lavar sus pecados en la fuente de San Agustín. Múltiples figuras oscuras, sombras, se deslizan canosas, joviales, entre los últimos tamarindos de la plaza central, se escabullen en silencio, entre los rumores de unas cuantas que se saludan entre sí y se acomodan impacientes frente a la Iglesia de Santa María.

Cuando faltan diez minutos para las seis de la mañana y las primeras luces del alba empiezan a bañar los techos húmedos y lamosos de la  ciudad, el seminarista empuja los cerrojos de las puertas hacia afuera y sin ayuda, hala de las puertas de siete metros de altura, mientras la muchedumbre fúnebre entra estrepitosamente primero, y después calmadamente al templo. Un murmullo de voces se saludan nuevamente, se dan la mano, mientras que otro ruido de zapatos arrastrado va acomodando a la multitud entre las bancas. Todas se hincan.

El padre, vestido de blanco oficia la misa. Y en lugar de que cada mujer joven y vieja pase a recoger su porción de ostia, cada una pasa a la fuente de San Agustín al fondo de la Iglesia, toma un poco de agua entre sus manos, la besa, y pasa sus manos callosas, lisas, sobre sus pies maltratados, y cuidados.

A las siete en punto, cuando la misa acaba por fin, la muchedumbre toma el ataúd que está en el centro del templo, y lo cargan, en masa, en desorden total, una orgía de cuerpos y mantas negras, vestidos, zapatos zapatillas, un tumulto de cuerpos que se golpean, se magullan, se aplastan. Prestas individualmente, pero torpes como masa, llevan al féretro hasta el muelle, y ahí un frenesí de labios le besan y una masa informe de manos y dedos, le acarician, unas cuantas le lloran, lo despiden y lo arrojan al río.

Amanece y las viudas se dispersan, ya despojadas de su forma de masa, rápidas y ágiles desaparecen, entre las esquinas y las casas, y se meten en las casonas y debajo de los techos y entre las puertas,y vuelven a la cama o a los quehaceres, mientras el sol se levanta.

Audiolibro Recomendado del Mes

Compartimos el Libro: "De la dictadura a la Democracia" del autor Gene Sharp, en su formato audiolibro para nuestros estimados lectores. Un título imprescindible sobre los diferentes métodos que el autor propone para disolver dictaduras por medio de revoluciones pacíficas y acciones no-violentas. (son díez capítulos que se estarán subiendo hasta completar la carpeta):