lunes, 6 de febrero de 2017

La impunidad israelí [Robert Fisk]


Impunidad es la palabra que viene a la mente. Ochocientos palestinos muertos. Ochocientos. Infinitamente más que dos veces el total de víctimas mortales en el vuelo MH17 en Ucrania. Y si nos referimos sólo a los muertos inocentes –es decir, no combatientes de Hamas, ni jóvenes simpatizantes, ni funcionarios corruptos de ese partido, con quienes a su debido tiempo los israelíes tendrán que hablar– entonces las mujeres, niños y ancianos que han sido masacrados en Gaza están muy arriba del total de víctimas en ese vuelo.

Y hay algo muy extraño en nuestras reacciones ante esas escandalosas cifras de muertos. Llamamos a cesar el fuego en Gaza, pero los dejamos enterrar a sus muertos en los muladares abrasados por el sol y ni siquiera podemos abrir una ruta humanitaria para los heridos. Para los pasajeros del MH17 exigimos –de inmediato– una sepultura apropiada y atención a los deudos. Maldecimos a quienes dejaron los cuerpos regados en los campos del este de Ucrania, en tanto el mismo número de cuerpos han quedado esparcidos –quizá por menos tiempo, pero bajo un sol igual de quemante– en Gaza.

Porque –y esto me ha fastidiado durante años– los palestinos no nos importan mucho, ¿verdad? Tampoco nos importa la culpabilidad israelí, que es mucho mayor por el gran número de civiles que el ejército israelí ha asesinado. Ni tampoco, para el caso, la capacidad de Hamas. Desde luego, ni Dios quiera que las cifras fueran al revés. Si hubieran muerto 800 israelíes y sólo 35 palestinos, creo que sé cuál sería nuestra reacción.

La llamaríamos –con justa razón– una masacre, una atrocidad, un crimen cuyos perpetradores deberían ser llamados a cuentas. Sí, también hay que hacer responsable a Hamas. Pero, ¿por qué los únicos criminales a los que perseguimos son los hombres que lanzaron un misil, quizá dos, a un avión de línea que volaba sobre Ucrania? Si los muertos en Israel igualaran en número a los palestinos –y déjenme repetirlo, gracias al cielo no es así–, sospecho que los estadunidenses estarían ofreciendo todo el apoyo militar a un Israel amenazado por los terroristas apoyados por Irán. Estaríamos exigiendo que Hamas entregara a los monstruos que dispararon cohetes hacia Israel y que, digámoslo de paso, están tratando de impactar con sus disparos a los aviones en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv. Pero no estamos haciendo eso. Porque los que han muertos son en su mayoría palestinos.

Más preguntas. ¿Cuál es el límite de muertes palestinas antes de que decretemos un cese el fuego? ¿Ochocientos? ¿Ocho mil? ¿Podríamos llevar un marcador? ¿El tipo de cambio de muertes? O tendremos simplemente que esperar hasta que la sangre nos llegue al gañote y entonces decir que ya basta, que hasta para la guerra de Israel ya estuvo bien.

No es que no hayamos pasado por todo esto antes. Desde la masacre de aldeanos árabes por el nuevo ejército israelí en 1948, como la han registrado historiadores israelíes, hasta la matanza de Sabra y Chatila, cuando aliados libaneses de Israel asesinaron a mil 700 personas en 1982 mientras soldados israelíes los contemplaban; desde la masacre de Qana de árabes libaneses en la base de la ONU –sí, de nuevo la ONU– en 1996, hasta otra terrible matanza, más pequeña, de nuevo en Qana 10 años después. Y de allí al asesinato en masa de civiles en la guerra de Gaza en 2008-9. Y hubo pesquisas después de Sabra y Chatila, como las hubo después de Qana y de Gaza en 2008-9, y no recordamos qué peso se le dio, algo ligero, por supuesto, cuando el juez Goldstone hizo cuanto pudo por desacreditarla, luego de que, según mis amigos israelíes, se vio sometido a intensa presión.

En otras palabras, ya hemos estado allí. Esa afirmación de que sólo los terroristas tienen la culpa por aquellos a quienes Hamas da muerte y por los que Israel mata (terroristas de Hamas, claro). Y la afirmación constante, repetida una y otra vez, de que Israel tiene las normas más altas de cualquier ejército en el mundo y jamás lastimaría a civiles. Recuerdo aquí los 17 mil 500 muertos de la invasión de Israel en 1982 a Líbano, la mayoría de los cuales eran civiles. ¿Hemos olvidado todo eso?

Y aparte de impunidad, otra palabra que viene a la mente es estupidez. Me olvidaré aquí de los árabes corruptos y los asesinos del EI y todos los asesinos en masa de Irak y Siria. Tal vez su indiferencia hacia Palestina es de esperarse. Ellos no dicen representar nuestros valores. Pero, ¿qué pensar de John Kerry, el secretario de Estado de Barack Obama, quien nos dijo la semana pasada que es necesario atender los temas subyacentes del conflicto palestino-israelí? ¿Qué diablos estuvo haciendo todo el año pasado, cuando afirmó que iba a lograr la paz en Medio Oriente en 12 meses? ¿No se da cuenta de por qué los palestinos están en Gaza?

La verdad es que muchos cientos de miles de personas en el mundo –quisiera poder decir millones– quieren poner fin a esta impunidad, poner fin a frases como bajas desproporcionadas. ¿Desproporcionadas con respecto a qué? Valerosos israelíes sienten lo mismo. Escriben al respecto. Larga vida a Haaretz, el periódico israelí. Entre tanto, los árabes, el mundo musulmán, se vuelve loco de ira. Y pagaremos el precio.


Sin reticencias [Roque Dalton]

El niño Dios nació armado con un tambor
y la resurrección de Cristo
era señal convenida
para entrarles a cruzazos a todos los ricos del mundo.
¿Qué es la cultura cristiana
sin la comprensión de esta teología conspirativa?
Mierda.

Marx contraataca [Lucien Sève]



Casi nos habían convencido: la historia estaba terminada, el capitalismo, para satisfacción general, constituía la forma definitiva de organización social, la «victoria ideológica de la derecha», palabra de primer ministro, estaba consumada, sólo algunos incurables utópicos agitaban aún la bandera de no se sabe bien que otro futuro.

El fantástico seísmo financiero de octubre de 2008 destruyó con un solo golpe esta idealización. En Londres, el Daily Telegrah escribe: «El día 13 de octubre de 2008 quedará en la historia como el día en que el sistema capitalista británico reconoció haber fracasado. En Nueva York, manifestantes blanden ante Wall Street pancartas afirmando que «¡Marx tenía razón!». En Frankfurt, un editor anuncia que su venta de El Capital se triplicó. En París, una conocida revista examina, en un dossier de treinta páginas, a propósito de aquel que era señalado como definitivamente muerto, «las razones de un renacimiento». La historia se reabre…

Zambulléndose en Marx, todos pueden hacer descubrimientos. Unos escritos hace siglo y medio parecen hablar de nosotros con una agudeza arrebatadora. Ejemplo: «Por el hecho de que la aristocracia financiera dicte las leyes, dirija la gestión del Espado, disponga de todos los poderes constituidos, domine de hecho la opinión pública en la práctica y a través de la prensa, veíamos reproducirse en todas las esferas, desde la corte hasta el café mal afamado, la misma prostitución, la misma mentira sin vergüenza, la misma sed de enriquecerse, no a través de la producción, sino por el robo de la riqueza de otros…». Marx describía allí el estado de cosas en Francia en vísperas de la revolución de 1848… Da para soñar.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Todas las mujeres son iguales




Todas las mujeres son iguales. A todas les gusta acabar y aplastar al hombre que tienen al lado. Machacarlo. Explotarlo. Vivir de él. Al que es bueno. Porque saben mucho. Les gusta el hijodeputa, el que les da golpes y les parte un hueso y no las deja ni hablar ni mirar pal lado. Ese hijoputa es el que les gusta. Pero aparece un tipo noble, que les da todos los gustos y les trae regalos y les da dinero y acaban con uno. Te destruyen, chico, te destruyen.

Pedro Juan Gutiérrez. “Animal tropical”.

viernes, 4 de noviembre de 2016

No seré Florentino Ariza



No tenías derecho a regresar. Debiste guardar silencio y nunca abrir la boca para decirme que era verdad lo que veían mis ojos cuando te miraban. Era mejor así, no saberlo, presentirlo, tener que digerirlo. Pero egoísta como siempre fuiste, nada de eso te importó. 

Esa noche volviste, te aventaste a la cama y te echaste a llorar como una pequeñita, confundida, sabedora de que al contármelo todo quedaría desgraciado, con miles de preguntas sin responder, con millones de escenarios en mi cabeza en los que aparecía a tu lado. 

Dije muchas cosas sin sentido. Me tomó por sorpresa la revelación, que me dijeras de golpe todo lo que siempre ocultaste por todos los medios, lo que negaste infinidad de veces, lo que me decían tus labios sin moverse.

Ya tenías el plan y como si fuese una venganza, apretaste el gatillo de la verdad. No era necesario. Te habías marchado desde hace un tiempo y yo vivía el duro proceso de la resignación. Había guardado mis ideales y utopías porque veía que comenzabas a ser feliz con la vida material con la que siempre soñaste: viajes, una casa propia, un hombre con la vida resuelta, sin complicaciones, que te diera todo.

¿Por qué regresaste? ¿Por qué me lo contaste todo? Después de tanto tiempo de darle vueltas y vueltas a esa idea, lo he comprendido. No querías lidiar con todo esto tú sola, necesitabas mirarme por última vez, convencerte de que todavía era tú rehén. Anhelabas verme caer, disfrutar del espectáculo al decirme adiós y abandonarme para siempre. 

Acepto que lo conseguiste. Quiero aclarar algo: no seré Florentino Ariza. No te esperaré cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Cartas a una desconocida [Nicanor Parra]



Cuando pasen los años, cuando pasen
los años y el aire haya cavado un foso
entre tu alma y la mía; cuando pasen los años
y yo sólo sea un hombre que amó,
un ser que se detuvo un instante frente a tus labios,
un pobre hombre cansado de andar por los jardines,
¿dónde estarás tú? ¡Dónde
estarás, oh hija de mis besos!

Nicanor Parra

domingo, 21 de septiembre de 2014

Rayuela, capitulo 3



-Vos no podrías -dijo-. Vos pensás demasiado antes de hacer nada.

-Parto del principio de que la reflexión debe preceder a la acción, bobalina.

-Partís del principio -dijo la Maga-. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza.

-Esta chica lo dejaría verde a Santo Tomás -dijo Oliveira.

-¿Por qué Santo Tomás? -dijo la Maga-. ¿Ese idiota que quería ver para creer?

-Sí, querida -dijo Oliveira, pensando que en el fondo la Maga había embocado el verdadero santo. Feliz de ella que podía creer sin ver, que formaba cuerpo con la duración, el continuo de la vida. Feliz de ella que estaba dentro de la pieza, que tenía derecho de ciudad en todo lo que tocaba y convivía, pez río abajo, hoja en el árbol, nube en el cielo, imagen en el poema. Pez, hoja, nube, imagen: exactamente eso, a menos que...

Julio Cortázar

jueves, 11 de septiembre de 2014

Salvador Allende en las memorias de Pablo Neruda


Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres dias de los hechos incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido acompañar aquel inmortal cadaver. La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques , muchos tanques, a luchar intrépidamente contra un solo hombre: el Presidente de la República de Chile, Salvador Allende, que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón , envuelto en humo y llamas.
Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.
Pablo Neruda

jueves, 28 de agosto de 2014

Gaza [Eduardo Galeano]



Palestinos lloran sobre los cuerpos sin vida de cuatro niños en la mezquita durante su funeral en la ciudad de Gaza.Foto: AP 

Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.


Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.

Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelí usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina. Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.

Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa. No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Iraq para evitar que Iraq invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.

Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros. ¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?

El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.

Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.

Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.

La llamada comunidad internacional, ¿existe?

¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?

Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.

Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.

La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.

Eduardo Galeano es un escritor y periodista nacido en el sur del mundo, Uruguay.

*Este artículo fue publicado originalmente el Miércoles 28 de noviembre de 2012 

martes, 22 de julio de 2014

La soledad de Palestina [Emir Sader]


Un palestino herido es tratado por los médicos en la sala de urgencias del hospital de Shifa, en la ciudad de Gaza, Franja de Gaza. Foto: AP 

Lo más difícil es ser víctima de las víctimas, decía Edward Said, para expresar una de las dimensiones de los obstáculos que encuentran los palestinos para luchar contra la ocupación israelí de sus territorios.

La soledad actual de los palestinos demuestra cómo esa era apenas una de las tantas dificultades que ellos tienen que enfrentar para poder sobrevivir. El derecho elemental, aprobado hace décadas por las Naciones Unidas, de tener un Estado Palestino, al igual que existe el Estado de Israel, es bloqueado por el voto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad y la ONU no hace nada para cambiar tal actitud.

Palestina sigue siendo dos territorios discontinuos –Cisjordania y Gaza–, el primero descuartizado por los muros, violado por asentamientos judíos y ocupado militarmente. Gaza, cercada y atacada cada tanto, impunemente. No existe como Estado y se intenta que deje de existir como territorios aislados, al hacer que sea económicamente inviable y humanamente insostenible.

Todos debieran ir a Palestina –a Cisjordania, y si lo logran, también a Gaza– para tener idea de lo que es vivir bajo ocupación de un ejército racista. Para ver lo que significan cotidianamente los muros, que separan a vecinos, a parientes, a niños que antes jugaban juntos en la calle. Cómo las señoras palestinas tienen que caminar kilómetros para poder cruzar hacia el otro lado, sometidas al arbitrio de jóvenes militares racistas de Israel, que controlan los pasos.

Para ver cómo ese mismo tipo de jóvenes sale por las noches, protegido por fuerzas militares de Israel, para destruir bienes de los palestinos, incluidos olivares, que tardan un siglo para crecer. Que tiran basura en calles de los palestinos, quienes tienen que poner redes de protección para defenderse.

Para sentir cómo los palestinos son atacados también en su orgullo, en sus espacios mínimos de vida, hay que ir a Palestina: a Cisjordania y, de ser posible, a Gaza.

Nada de todos estos sufrimientos justifica acciones violentas, aunque uno piensa, cuando está allá, ¡cómo hacen los palestinos para no reaccionar al terrorismo cotidiano que se ejerce en contra de ellos!

Incluso porque lo primero es la unidad nacional de Palestina, porque se trata de una lucha contra el invasor, hay que unir el país para expulsarlo. En segundo, dada la correlación de fuerzas internacional, hay que contar con sectores en Israel que se convenzan que no vale la pena la ocupación permanente de Palestina y las incertidumbres que ello trae para los mismos israelíes.

Hoy se puede decir que la construcción de un Estado Palestino está en punto cero. Existe el acuerdo de reunificación entre Gaza y Cisjordania, pero Israel afirma que no negocia con un gobierno nacido de ese acuerdo, porque Hamas no reconoce al Estado de Israel. Mahmoud Hamas ya dijo que el nuevo gobierno sí lo reconocerá, pero Israel usa cualquier pretexto para no avanzar en negociaciones, que sólo pueden conducir al reconocimiento del Estado palestino.

La nueva ofensiva brutal de Israel sobre la desprotegida Gaza revela, una vez más, la soledad de los palestinos. No pueden contar con nadie que detenga a Israel. Nadie que se juegue, en contra de Estados Unidos, por la existencia del Estado Palestino.

sábado, 19 de julio de 2014

La historia de Gaza que los israelíes no cuentan [Robert Fisk]

Médicos palestinos tratan a una niña herida en la sala de urgencias del hospital de Shifa, en la ciudad de Gaza, Franja de Gaza. Foto: AP

Muy bien, para la tarde del viernes el intercambio de muertes estaba 110-0 en favor de Israel. Pero pasemos a la historia de Gaza que nadie va a contarnos en estas horas.

Se trata de la tierra. Los israelíes de Sederot reciben fuego de cohetes de los palestinos de Gaza y ahora a los palestinos les dan su merecido. Seguro, pero esperen: ¿cómo es posible que todos esos palestinos –1.5 millones- estén amontonados allí en Gaza, por principio de cuentas? Bueno, sus familias vivieron alguna vez en lo que hoy se llama Israel, ¿verdad? Y fueron expulsadas –o huyeron para salvar la vida– cuando el Estado israelí fue creado.

Y –aquí tal vez hay que contener el aliento– los pobladores de Sederot a principios de 1948 no eran israelíes, sino árabes palestinos. Su aldea se llamaba Huj. No eran enemigos de Israel. De hecho, dos años antes, esos mismos árabes habían escondido del ejército inglés a combatientes judíos de Haganá. Pero cuando el ejército israelí se volcó contra Huj, el 31 de mayo de 1948, expulsó a todos los pobladores árabes… ¡a la franja de Gaza!

Se volvieron refugiados. David Ben Gurión (primer israelí en ocupar el cargo de primer ministro) la llamó acción injusta e injustificada. Lástima: nunca se permitió a los palestinos de Huj volver a su ciudad.

Y hoy día, mucho más de 6 mil descendientes de los palestinos de Huj –la actual Sederot– viven en el muladar de Gaza, entre los terroristas que Israel afirma que se propone destruir y que lanzan sus cohetes hacia lo que fue Huj. Interesante historia.

Lo mismo va por el derecho de Israel a la autodefensa. Hemos vuelto a oírlo mencionar. ¿Qué pasaría si los londinenses fueran atacados con cohetes, como los israelíes? ¿Acaso no devolverían el golpe? Bueno, sí, claro, pero los británicos no tenemos más de un millón de antiguos habitantes del Reino Unido aglomerados en campos de refugiados en unos cuantos kilómetros cuadrados en los suburbios.

La última vez que este especioso argumento se utilizó fue en 2008, cuando Israel invadió Gaza y dio muerte al menos a mil 100 palestinos (tipo de cambio: mil 100 a 13). ¿Y si Dublín fuera atacada con cohetes?, preguntó entonces el embajador israelí. Pero en la década de 1970 la ciudad británica de Crossmaglen, en Irlanda del Norte, fue atacada con cohetes por la república de Irlanda, y sin embargo la Real Fuerza Aérea no bombardeó Dublín en venganza ni mató mujeres y niños irlandeses.

En Canadá, en 2008, los partidarios de Israel manejaban el mismo alegato fraudulento. ¿Y si la gente de Vancouver, Toronto o Montreal fuera atacada con cohetes desde los suburbios de sus propias ciudades? ¿Cómo se sentiría? Pero los canadienses no han apretujado a los pobladores originales de su territorio en campos de refugiados.

Crucemos ahora hacia Cisjordania. Primero que nada, Benjamin Netanyahu dijo que no podía hablar con el presidente Mahmoud Abbas porque no representa también a Hamas. Ahora dice que sólo puede hablar con él si rompe con Hamas, aun si entonces ya no representaría a Hamas.

Entre tanto, el gran filósofo izquierdista israelí Uri Avnery –que a sus 90 años se conserva fuerte, por fortuna– ha abordado la más reciente obsesión de su país: el peligro de que el Estado Islámico (EI) se lance hacia el oeste desde su califato iraquí/sirio y llegue a la margen oriental del río Jordán. “Y Netanyahu dijo –señala Avnery– que si no es detenido allí (en el Jordán) por la guarnición permanente israelí, aparecerá a las puertas de Tel Aviv.”

La verdad, por supuesto, es que la fuerza aérea israelí aplastaría al EI en el momento mismo en que se atreviera a cruzar el Jordán desde Irak o Siria.

La importancia de esto, sin embargo, es que si Israel mantiene su ejército en el Jordán (para proteger a Israel del EI), un futuro Estado palestino no tendría fronteras y sería un enclave dentro de Israel, rodeado por todas partes por territorio ocupado por Israel.

Muy parecido a los bantustanes sudafricanos, observa Avnery. En otras palabras, jamás existirá un Estado palestino viable. Después de todo, ¿acaso el EI no es lo mismo que Hamas? Claro que no. Pero no es eso lo que oímos de Mark Regev, vocero de Netanyahu. No, lo que él declaró a Al Jazeera es que Hamas es “una organización terrorista no muy diferente del EI en Irak, Hezbolá en Líbano, Boko Haram…”

Tonterías. Hezbolá es una milicia chiíta que ahora combate a muerte dentro de Siria a los musulmanes sunitas del EI. Y Boko Haram –a miles de kilómetros de Israel– no representa ninguna amenaza para Tel Aviv.

Pero ya me entienden ustedes. Los palestinos de Gaza –y por favor olviden para siempre a los 6 mil palestinos cuyas familias vienen de la tierra de Sederot– son aliados de las decenas de miles de islamitas que amenazan a Maliki en Bagdad, a Assad en Damasco o al presidente Goodluck Jonathan en Abuya.

Aún más relevante al caso: si el EI avanza hacia el borde de Cisjordania, ¿por qué el gobierno israelí aún construye colonias allí –ilegalmente, en tierra árabe– para civiles israelíes?

Esto no se trata sólo del infame asesinato de tres israelíes en Cisjordania o del repugnante homicidio de un palestino en Jerusalén este. Tampoco del arresto de muchos militantes de Hamas y políticos en Cisjordania. Ni de cohetes. Como siempre, se trata de la tierra.

Robert Fisk es periodista del diario inglés The Independent. Corresponsal en Medio Oriente.

jueves, 10 de julio de 2014

14 de Febrero






14 de Febrero.

Abre los ojos y un escalofrío lo inunda, lo siguiente que alcanza a distinguir, es la oscuridad. La humedad y el  sonido de las aspas del ventilador se filtran a través de sus sentidos como distantes eventos de un mundo que parece todavía onírico. La realidad comienza a materializarse. Reconoce con su tacto la rugosa piel de la pared y la acaricia. Fría, le devuelve una textura que se antoja a una costra que le crece a un muerto. Quita la mano y toca la sábana: fresca, suave, interminable.

Cinco minutos más tarde, el despertador anuncia que son las cinco de la mañana con cinco minutos, la vida, piensa Claudio, está llena de repeticiones. Son las cinco con cinco, es catorce de febrero de dos mil catorce, pronto me levantaré y cepillaré mis dientes como lo hice ayer y antes de ayer, y como lo haré mañana. La mente soñolienta recita casi sin esfuerzo los razonamientos cíclicos en los que se aventuraba. Catorce de febrero, intentó retener en su consciencia, como si algo alrededor de la fecha fuera a revelarsele y lo hizo, se acordó del festejo. Hasta ese momento, la fecha no aportaba nada más que cualquier otro día, la rutina se apoderaría de todo como si fuera un gran molino y acabaría por consumir cada segundo entre ligeros sobresaltos poco interesantes. Pero ahora, el día parecía llenarse de una sustancia invisible e incorpórea, de naturaleza parásita, virulenta, contagiosa.

Absorbió el aire pesado que le envolvía e intentó localizar el aroma, el almizcle que aseguraba se encontraba ahí. No consiguió nada. Bah, al fin, seguramente en esta habitación demasiado pequeña es imposible concebir tan graciosa sustancia, pensó para consolarse, después de todo, siendo yo un hombre solo, es muy probable que el hongo que produce estas sensaciones, no haya arraigado ni en la puerta ni en los ladrillos. Se quedó con la imagen del  hongo y los componentes metafísicos que seguro fluctuaban en el ambiente, desesperado porque algo fuera distinto en su vida, además de lo obvio, recurría a explicaciones cada vez menos lúcidas y visiblemente más desesperadas.

Una hormiga hecha de frío comenzó a punzarle el dedo gordo del pie derecho y lo escondió bajo la sábana. Esto le pareció extraño, sin duda, era una de esos sobresaltos mediocres que se producirían a lo largo del día. Hizo una mueca de molestia, estaba harto de esta vida plagada de asuntos estables, a medias. Su vida de oficinista en una dependencia de gobierno se definía en un café al llegar, una torta a media mañana, casi siempre de pollo y una comida en la fonda de siempre. Los viernes variaba y escapaba hacia algún restaurante previamente seleccionado por sus compañeros. Su vida, no era suya. Servil súbdito de las cosas mediocres, todo tenía un sabor simplón y corriente.

En varias ocasiones había intentado cambiar, entró al gimnasio y lo dejó, aprendió a tocar piano y lo  olvidó. Pero no se lo reprochaba, tampoco achacaba sus infructuosas empresas a otras personas, tal vez, decía, esto era el destino. En siete años habían desfilado tres mujeres, y de ninguna se acordaba con suficiente detalle. Por las noches se acordaba de la última o de la primera, y era frecuente que descubriera que tenía rasgos de la segunda o de la tercera. Todas, al final habían acabado por aburrirse y en un arrebato existencialista, salían corriendo con el primer tipo fornido, estafador o bebedor que conocían. No eres tú, tú estás bien, no me mereces, yo soy una loca, era una frase acostumbrado a oír.

Pero hoy sería diferente. En general, cada vez que se acercaba una fecha especial, como navidades, la pascua, o simplemente su cumpleaños, sospechaba que algo emergía de los ladrillos y de las piedras e inundaba el ambiente. Alguna vez intentó explicar esta visión del mundo y lo tacharon de loco. Es la emoción, le decían. Pero no era cierto, la emoción era una cosa y esto simplemente era algo más allá de su mente, existía por si mismo. Por eso hoy, se decía, sería diferente.

Hizo una bola con la sábana y la aventó lejos, otro cambio en la rutina. Su mano recorrió su pecho desnudo. Escuchó pasos en la cocina, alguien o algo gritaba su nombre: ¡Claudio! , ¡Señor Claudio! Se llenó de miedo, ¿quién estaba en su casa? Las voces se multiplicaron en el pasillo y se escuchaban desde el baño o desde la sala: ¡Claudio, Claudio, ¿Donde estás?! El miedo, o algo que no alcanzaba a entender le impedía  hablar, pero en su mente gritaba, deseaba que lo encontraran.

Justo cuando la puerta comenzó a ser golpeada con fuerza y desesperación, se sintió feliz. Al fin, dijo, pasaría algo distinto. Volvió de sus divagaciones y se levantó en el momento en que la  puerta caía en pedazos, la luz tenue y fría de las lámparas de mano iluminaron la habitación, ¿Claudio?, se escuchó una voz familiar, su madre. ¡Llevensela de aquí!, gritó un hombre. Claudio estaba confundido, todavía un poco soñoliento devolvió la mirada a la pequeña cama en donde había dormido. El frío lo abrazó desde la espalda, se apoderó de cada átomo que aún poseía: ahí en la cama, estaba su cuerpo, amoratado por el tiempo.

martes, 3 de junio de 2014

El Presidente (Cuento)



El Presidente
Intentó mirar de nuevo por la ventana de su habitación, pero la mera idea de contemplar una techumbre eternamente gris, con manchas de moho creciéndole en las esquinas, en los rincones y debajo de los tinacos, le pareció ruin y deprimente. Enterró su rostro en la almohada como para deshacerse de estas ideas, apretándola con fuerza en los extremos.

Al poco, se volvió a ver el techo. Las telarañas comenzaban a desgarrarse de las uniones con la pared. Daban la impresión de estar deshabitadas desde hacía mucho. Como él, las telarañas tenían la apariencia de algo que ya no era, o que ya no estaba.

Ahora vagaba. ¿Dónde estaría Laura? Laura, Laura, con su cabello largo, negro y lacio que caía graciosamente sobre sus hombros, sus largas pestañas curvadas hacia afuera, su piel firme y tersa, los labios menudos y discretos. ¿Cuántas veces había soñado con ella en sus tiempos de estudiante novato? y, ¿cuántas veces más pudo poseerla? Aquí y allá, en las fiestas de Bienvenida y en las de Despedida, Laura siempre se entregaba con una pasión y un desapego envidiables. Luego, cuando pasaba todo, acababa con un beso demasiado tierno, totalmente en disonancia con los jadeos desesperados de animal en agonía de hacía un rato; y los ojos llenos de locura, desaparecían en un par de borreguitos. Finalmente, él jugaba con sus cabellos y ella se acomodaba en su pecho, siempre con una oreja al aire, atenta a los sonidos indescifrables que provenían de más allá de la puerta. Cuando prestaba atención, se podía escuchar como lentamente los sístoles de ambos se iban reduciendo, como una marea en retroceso, y terminaban donde habían empezado. En calma.

Al principio, cuando la conoció en los pasillos de la Universidad, pensó que no había mujer más pura y bella que Laura. Bastaba con compararla con cualquier otra mujer para que las otras terminaran siendo un reducto de lo que eran. Comparaciones no ya imprecisas, sino impensables. Eso, creía, era la prueba más infalible de su amor por ella.

Pero después, con las fiestas, los triunfos y las salidas del Comité, la realidad fue destruyendo sus espejismos. Hasta el más onírico sueño sucumbe a la tiranía de lo tangible. Clavado en su viaje al pasado, donde prefiere estar, intenta recordar el día, la fecha o la época en que perdió ese amor por Laura. Tal vez fue después de la primera novatada cuando borrachos hasta más no poder, se fueron dando tumbos entre las banquetas, perdiéndose ambos el respeto. O quizá mucho antes, cuando empezaron a circular rumores de ella y el presidente en turno. Pero no, la verdad es que no recuerda nada, ¿y para qué?, ya no le interesa.
Cierra los ojos y deja rodar su brazo sobre el borde de la cama, del piso, un vaho de humedad le responde que algo en el ambiente ha cambiado. El oído recorre la habitación en busca de la ventana y el sonido de unas gotas de lluvia mediocres se filtra a través del vidrio, casi imperceptibles, sólo pueden hacerse notar porque son miles, millones. Son como borregos, piensa, y la comparación le dibuja una sonrisa contenida. Borregos, repite, y se deja arrastrar por esas suaves olas que insisten en decirle que está lloviendo, que es Sábado, y que no tiene absolutamente nada que hacer, a nadie a quien esperar, o nada porque vivir.

“Quédate, Laura, quédate”. “Lo siento Joaquinito, ya sabes como soy... perdiste mi amorcito, de veras te quise, pero ya no me puedes dar lo que necesito”. “Pero te quiero Laurita, te quiero”. “No, Joaquinito, de querer no vive la gente, y tú sabes que yo tengo gastos, de mi gente y míos, tengo una vida y un estatus”. “¡Al diablo con el estatus!”. “¡Al diablo tú!, porque te fuiste al diablo Joaquinito, no previste, ¡4 años como flamante presidente de los borreguitos y nada, puras fiestas!... ¡pendejo!, ya ves el Damián le puso coche a la novia... ¡y tú de fiestecitas cualquierillas no me bajabas!, yo que pensaba ahora si se me hizo, ya me toca... ¡puras promesas Joaquín, purititas promesas!, ¡entiende, yo no soy tu borrega!”. “Pero Laura...”, ella se dio la vuelta y se fue. Experta en amores fugaces, de conveniencia, tenía las agallas para deshacerse de cualquier hombre que considerara, ya no servía para nada, y este pobre, que ya estaba en plena caída, era mucho menos de lo que sus manos podían obtener.

Aquella fue la última vez que la vio. Él se graduó en Marzo después de pagarle una fuerte cantidad a un funcionario y recibió su flamante título. Hubo una foto, ¡La Divina Sociedad!, gritaron todos cuando los retrataron por última vez. Los otros, los borreguitos, miraban de lejos. ¡Pobrecillos!, ¡sin influencias!, pensó con profundo desprecio cuando veía al resto de sus compañeros.

Con lo que le quedó de sus funciones como Presidente, pudo pagarse la mitad de una maestría en Administración y quiso hacer carrera en la política. “La política real no es como la de la escuela Joaquín”, le dijeron en su casa, pero no entendió. Intentó un par de diputaciones locales y cargos menores, después de un par de años terminó resignándose. Sus habilidades deficientes para el mundo real lo deprimieron, el partido le hizo a un lado, y terminó relegado a ser un engrane más dentro de la gran maquinaria burocrática del país. Destinado a pasar sus días gangrenándose en una silla de cuero sintético, rellena de una espuma amarilla y dura que tendía a salirse cada vez que podía, no hacía otra cosa sino pensar en mujeres para consolarse. Y así, poco a poco, veía en las secretarias los ojos de Marissa, las caderas de Jimena, el cuerpo voluptuoso de aquella señora cuarentona que le dijo que era cubana en un bar de la 5 de Mayo. Pero nunca a Laura, Laura permanecía encerrada en algún espacio de su memoria, inasible. Después de haberse vaciado de ella, le parecía por lo menos curioso descubrir que el luto de su partida le había durado menos que una semana, y que el alcohol no había estado presente. ¿Cómo se puede olvidar a alguien a quién se ha querido y deseado tanto?

Después de un tiempo comenzó a frecuentar los bares. Primero se engañaba diciendo que intentaba localizar los mejores cócteles de la zona, pero al final, era bastante obvio que había desarrollado un gusto peligroso por ahogarse en el primer tugurio que encontrara abierto, en el punto más alejado de su oficina. Habían pasado siete años de su flamante Presidencia y en la colonia uno que otro lo seguían llamando “el presi”, casi como un insulto. Así pasaba el viernes y el sábado, bebiendo, hasta gastarse casi todo el dinero de la semana. En especial, disfrutaba quemar los sobornos en líquidos importados, mientras se sentaba a platicar con extraños sobre sus robos y de cómo había amañado a la usanza de los grandes, los procesos electorales. Sonreía feliz cuando las golfas se le acercaban y le besaban las mejillas rechonchas y sudorosas, y susurraban “mi presi, ándele presi, invítenos una”. La colonia y el bar, le parecían dos mundos distintos, pero se engañaba; no era ni el lugar, ni la cerveza, ni la vulgar compañía, sino el recuerdo lo que lo ponía feliz. A veces, en la madrugada, cuando abandonaba furtivamente a la mujer de turno en algún motel de la periferia, se deslizaba hasta la facultad y la contemplaba pensativo hasta que el sol comenzaba a amenazar en el horizonte.

A estas alturas, los amigos, ¡La Divina Sociedad!, ya era sólo un fantasma que habita en el rabillo del ojo. En la foto que observaba en la casa de su madre siempre contaba a 20, de los cuáles, sólo había visto ocasionalmente a 5, y conversado con 2. Del resto sabía lo mismo que sobre las colillas moribundas que se tiran a la coladera. Nada. ¿Qué habría sido de Samuel, el Gallo o Damián?, ¿Habrían seguido conquistando a las de nuevo ingreso?, ¿Habrían puesto aquel bar, que sonaba tan revolucionario? Su madre preguntaba por sus amigos, los de esa época, y él no sabía que decir. Antes, en las fiestas continuas, estaban siempre a su lado.

Pero hoy, la lluvia seguía. Ya llevaba una hora y no tenía intenciones de detenerse. Cuando llovía así, más que ideas suicidas, le atacaban unas ganas terribles de tener a alguien a quien decirle te extraño, está lloviendo, veamos algo en el DVD. Pero no tenía a nadie. Todo lo que tenía era una barriga que crecía día con día, un catre frío, el frigobar, la tele, el DVD, una estufa y un par de trastes que servían para hervir agua en las mañanas o para cocinar alguna cena apenas comestible. Y recuerdos, recuerdos que se le iban alejando, emborronando. ¡Recuerdos que nunca fueron!, porque el recordar es inventarse lo que pasó, se decía. Y así era. Las historias que contaba ya variaban, a veces estudiaba derecho y otras veces ingeniería, a veces conocía a María y otras veces a Cecilia, pero en el fondo sabía que ni Cecilia ni Jimena, era ese otro nombre que decía, era impronunciable.

Cansado de bañarse en los vapores de tristeza que se elevaban de aquella felicidad lejana y sombría, decidió levantarse. Un mareo lo detuvo en el borde de la cama y unas sombras moradas le nublaron la vista, el estómago contribuyó con un sabor agrio que se detuvo en su garganta. Tal vez sería buena idea salir a caminar a esta hora en que a nadie le importa a quién se encuentre en la calle, y alejarse del pasado o del presente. Se calzó unos zapatos que usaba para los días de asueto, sin calcetines, una sudadera remendada y salió a la calle. La lluvia le golpeó el rostro, estaba tibia. No podía haber peor cosa, que decidir salir a caminar para disfrutar el poco aire que puede correr a ésta hora y descubrir que la lluvia ha decidido ser tibia e infundir un sopor molesto, producto del bochorno. Quiso volver, pero pensó que su vida estaba llena de indecisiones, o de decisiones a medias y se echó a andar. Caminó tres cuadras con las manos hundidas en los bolsillos de la sudadera y los ojos vigilando el andar de sus pies. Había comenzado a pensar que tal vez podría tomar un camión para ir a meterse en un nuevo burdel que habían abierto en una colonia cercana, cuando se detuvo en seco. Ahí, a aproximadamente una cuadra, una mujer con abrigo de cuero y un sombrerito calado de lado, caminaba en su dirección. Tenía una cabellera un poco desteñida, pero claramente caía de forma graciosa sobre sus hombros, era lacio. Joaquín tembló un poco, dudó entre si avanzar o retroceder. Pero sus pies seguían sucediéndose uno frente al otro.

Recordó los muchos otros encuentros fortuitos sobre los que alguna vez había leído o escuchado, y una imagen de trenes encontrándose en la mitad de la nada le vino a la mente. La muchacha parecía no haberse dado cuenta de que Joaquín se encontraba a escasos 5 metros de ella, un movimiento rápido de su cabeza la delató.

— ¡Joaquín!— gritó alzando las manos, demostrando la nueva consistencia blanda y cansada que habían adquirido sus brazos. Joaquín intentó parecer sorprendido.

— ¡Laura!, ¿cómo estás?, ¡tanto tiempo!—. Las frases de rigor, pensó. Después de todo, años de práctica en encuentros innecesarios lo habían dotado de una colección de palabras que debían concatenarse en un orden específico para parecer naturales.

— Justo iba a tu depa, ¿sigues viviendo ahí?

— Ahí mismo

— ¿A dónde vas?, ¿tendrás tiempo para mí?

La idea de la cerveza fría, unas piernas firmes y una música estridente desaparecieron, había que conversar y evitar a toda costa ese otro pasado.

— Iba por leche... Pero vamos, puedo ir más tarde, el OXXO nunca lo cierran—. Ella sonrió con satisfacción, unos lentes oscuros y gratuitos cubrían su rostro, dejando entrever algunas arrugas.

Echaron a andar conversando la clase de cosas que la gente que se encuentra después de años, tiene que decirse. A Joaquín todo esto le parecía una broma de mal gusto, pero igual no tenía nada mejor que hacer. Calculaba que si todo iba bien, por lo menos se iría metiendo al pasado que le gustaba recordar. La lluvia había comenzado a ponerse de un humor tal, que todo mundo la ignoraba, prácticamente inexistente se empeñaba en golpear los lugares más impensados, como para recordar que podía desatar un temporal, si lo quisiera.

Al abrir la puerta, la humedad fue la primera que salió a recibirlos.

—Vaya Joaquín, te hace falta una mujer— comentó la invitada, dejando caer una mano huesuda sobre el hombro de su anfitrión.

Él le devolvió una mirada aburrida, aderezada con una sonrisa falsa. Laura entendió el mensaje y calló. Se sentaron en la cama, porque no había sillas, y Joaquín se disculpó. Laura planchaba la sábana con su mano izquierda y miraba al piso.

Bueno, dime, ¿para que soy bueno?—.

— Para muchas cosas Joaquín, pero hoy... tengo que decirte... —.

— ¿Decirme qué?— dijo, con un tono ligeramente molesto, porque en el fondo, a pesar de saber el estado de desolación en que se encontraba, deseaba que todo permaneciera intacto. Se había acostumbrado a una vida insípida y la idea de que Laura le dijera algo que ya no esperaba le molestaba. —...ando mal... y... ya no soy la de antes... pensaba que por nuestra amistad... podrías ayudarme... — . comenzó a sollozar, soltando grandes y largos suspiros que le impedían hablar. Joaquín la contemplaba, esa mujer que suplicaba por ayuda, con un hombre a quien ya no le importaba, a quien ella olvidó, debía estar sumamente desesperada. La abrazó y trató de calmarla. No quedaba de otra, eso era lo que se tenía que hacer en situaciones como ésta, repetir: ya, ya, tranquila, todo va a estar bien; hasta que uno se aburriera o el otro se convenciera de que ya había dado la lástima suficiente.

Estuvieron un largo rato abrazados en el borde de la cama, en silencio, hasta que descubrieron ese sonido tan característico de dos corazones acelerando lentamente. Se miraron, y él comprendió que ella lo buscaba. Ella, no comprendió nada, sólo era el recuerdo de su cuerpo el que actuaba por compromiso.

Él despertó primero cuando aún no había salido el sol y se sintió como antes, quiso abandonar aquel otro cuerpo tibio que yacía a su lado, pero la modorra se lo impidió, esperó que ella despertara para levantarse. Ambos se miraron y mecánicamente se vistieron, se arreglaron y sin despedirse, salieron. En la puerta del edificio dividieron sus caminos, él a la casa de su madre y ella al olvido. Al dar la vuelta para esperar el camión, Joaquín sintió algo extraño y se quedó pensando en eso todo el día. Imaginó que algo cambiaba.

El lunes amaneció con gripa. Excepto por eso, nada había cambiado, ni cambiaría. Laura no volvería, ni la Divina Sociedad, y algún otro ocuparía su puesto de Presidente imaginando las posibilidades infinitas de su futura vida. Su innecesaria vida.

lunes, 2 de junio de 2014

Castigos [Rafael Alberti]



Es cuando golfos y bahías de sangre,
coagulados de astros difuntos y vengativos,
inundan los sueños.

Cuando golfos y bahías de sangre
atropellan la navegación de los lechos
y a la diestra del mundo muere olvidado un ángel.

Cuando saben a azufre los vientos
y las bocas nocturnas a hueso, vidrio y alambre.
Oídme.

Yo no sabía que las puertas cambiaban de sitio,
que las almas podían ruborizarse de sus cuerpos,
ni que al final de un túnel la luz traía la muerte.

Oídme aún.

Quieren huir los que duermen.
Pero esas tumbas del mar no son fijas,
esas tumbas que se abren por abandono y cansancio del cielo no son estables,
y las albas tropiezan con rostros desfigurados.

Oíd aún. Más todavía.

Hay noches en que las horas se hacen de piedra en los espacios,
en las venas no andan
y los silencios yerguen siglos y dioses futuros.

Un relámpago baraja las lenguas y trastorna las palabras.
Pensad en las esferas derruidas,
en las órbitas secas de los hombres deshabitados,
en los milenios mudos.

Más, más todavía. Oídme.

Se ve que los cuerpos no están en donde estaban,
que la luna se enfría de ser mirada
y que el llanto de un niño deforma las constelaciones.

Cielos enmohecidos nos oxidan las frentes desiertas,
donde cada minuto sepulta su cadáver sin nombre.

Oídme, oídme por último.

Porque siempre hay un último posterior a la caída de los páramos,
al advenimiento del frío en los sueños que se descuidan,
a los derrumbos de la muerte sobre el esqueleto de la nada.

Rafael Alberti

jueves, 29 de mayo de 2014

Incomprensión



Resisto a tu mirada
a tus labios buscando mis labios
a tus manos vestidas de mí

resisto a tus palabras
a la cadencia de tu voz
a las sílabas que pronuncias
como pronunciando
poesía


resisto a tu abrazo
a tu piel sin ropas
a tus ropas sin ti

resisto el discurso de tu sudor
cuando sudas con mi sudor
cuando nos hacemos nosotros
y nos olvidamos de lo que fuimos
tú y yo
separados

resisto casi todo
verdaderamente
¡casi todo!
excepto
(siempre hay un excepto):

no resisto
tu ausencia.

Jorge Gómez Naredo

lunes, 26 de mayo de 2014

Siempre o nunca [Mario Benedetti]


Hay quienes confunden la palabra siempre con la eternidad. Antes que nada conviene aclarar que la eternidad es un cuento chino. En cambio, siempre sí existe: es una permanencia o más bien una rebanada de tiempo. Si uno dice: «En invierno siempre me resfrío», ya le está poniendo un límite, porque su vigencia no alcanza, digamos, a la primavera. O sea que se trata de una permanencia con límites. Si un hombre y una mujer se casan, creen estar unidos para siempre, y se olvidan de que en el peor de los casos ese siempre puede concluir en un divorcio, y en el mejor puede durar hasta que uno de ambos estire la pata o acaben juntos en un accidente aéreo.

Ahora bien, siempre es antónimo de nunca, y ésta sí es una palabra definitiva: cuando cierra el portal no pasa nadie, ni siquiera un misil.

Hay quienes consideran al reloj como un símbolo de siempre, porque su aguja da vueltas y vueltas y pasa y repasa por el mismo número, por la misma hora, pero en uno de sus giros puede agotarse la pila o atracarse la cuerda, y el reloj se queda sin siempre. O sea que esa palabra puede ser una vida o también un soplo instantáneo.

«Siempre fue antaño mejor que hogaño» dice el refrán, pero los refranistas a menudo exageran. Aun así, cuando en la infancia decimos siempre, la palabra abarca kilómetros y alegre pompa, pero cuando, ya octogenarios, decimos siempre, nos basta con un bostezo y también una pompa, pero fúnebre.

Lo más prudente es habilitar dos bolsillos del chaleco: uno para guardar a siempre y otro para esconder a nunca.

Mario Benedetti 

martes, 29 de abril de 2014

La voraz lejanía


"Yo ya no soy feliz sin ti ese es el problema", dijo ella una vez, con su corazón tendido al sol.

Pocas veces demostró su verdadero sentir así. Prefería guardar silencio, refugiarse en ella misma y explotar las verdades hasta que la crisis emergía de alguna u otra forma.

Extraño la intensidad de esos días. Sin embargo, volvería a vivirlos aún sabiendo que el derrumbe estaba marcado desde el primer momento en que me miró con sus ojos inmensos.

Será by Las Pelotas on Grooveshark

jueves, 24 de abril de 2014

Hadag Nahash y el hip-hop en la línea de fuego


En medio de la encrucijada de un país inmerso en un conflicto armado que parece hacerse eterno, con una sociedad que lucha por mantener sus principios intactos, Hadag Nahash apareció para tratar de enmendar la realidad y compartir una visión de las cosas diametralmente opuesta a la que actualmente ofrece su país Israel.

La rebeldía ha estado ligada a este grupo desde que apareció en el año de 1996, buscando despertar la conciencia de sus connacionales por medio de sus letras de protesta social y una mezcla de música entre hip-hop, el rock, reggae y sonidos del funk, sin perder el equilibrio entre este estilo y los sonidos provenientes históricamente de las culturas en medio oriente.

Un grupo que en muy poco tiempo se volvió un fenómeno de masas y consiguió miles de seguidores en todo su país, lo que provocó la atención de los medios de comunicación, quienes desde entonces les han otorgado un lugar preferencial en sus pantallas y micrófonos.

Uno de los momentos estelares de la banda lo vivieron al componer la melodía '' Shirat Ha'Sticker'' ('' La Pegatina canción'') junto al escritor y ensayista israelí David Grossman, en la que dotan de un sentido irónico y particular a cincuenta y cuatro consignas políticas que aparecen constantemente en las ventanas traseras de los coches de Israel.

Calcomanías que para Grossman, son un símbolo inequívoco de intolerancia. '' Cuando tuve a mi lista de etiquetas engomadas, me di cuenta de que es como una cápsula de israelidad, toda la brutalidad y la agresión y la necesidad de salir de esta situación'', dijo el también autor de “La muerte como una forma de vida”, en una entrevista al diario The New York Times, en 2004.

Una relación de intolerancia y racismo, de la que tampoco ha escapado el vocalista de la banda, MC Shaanán Street, quien relató en 2008 a un portal de internet israelí, cómo vivió muy de cerca las tensiones cotidianas entre árabes y judíos, en su etapa de mesero en un bar de Jerusalén.

“Yo solía trabajar en el turno de la tarde y una tarde de sábado que era sólo yo y otros dos chicos en el bar, de repente aparece un hombre que nunca hemos visto antes. Él no dice nada, sólo da movimientos al grifo de cerveza, por lo que le sirvo una cerveza. Se ve nervioso, así que yo también me estoy poniendo nervioso, y él no dice nada, lo que me pone aún más nervioso. Finalmente, uno de nuestros clientes va a hablar con él. Resulta que era un trabajador de la construcción de Turquía, pero en una ciudad plagada de atentados terroristas, incluso las interacciones entre árabes y judíos más simples se puede torcer”.

Hadag Nahash es una alternativa para conocer a Israel desde con una historia singular construida a base de la denuncia social con posicionamientos claros en contra de la desigualdad, la pobreza y el racismo entre unos y otros por vivir diferentes culturas.

lunes, 3 de marzo de 2014

El amor como campo de batalla


Amor en singular, amor en plural. Amor a la vida, amor a la tierra, amor a la madre, amor a la amante. Amor platónico, amor prohibido, amor libre, amor propio. Queda claro que existen miles de formas de amar y miles de formas de ser amado.

Sin embargo, ¿qué sucede cuando dos tipos de amor se confrontan, se excluyen y entran en una encarnizada lucha por el dominio del corazón?

Una posible respuesta a esta interrogante está incluida en Club Sándwich, una película mexicana que logra desentrañar la batalla entre el amor de madre y el amor surgido espontáneamente por enamoramiento, algo que si bien se puede conciliar, no deja de estar presente en el día a día de nuestra sociedad, sobretodo en la adolescencia pues es ahí donde el hijo comienza a descubrir nuevos mundos y también nuevos amores.

La historia de Club Sándwich comienza con Paloma (María Renée Prudencio), una joven madre de 35 años que siendo ella misma, ha sabido ser la amiga perfecta de su hijo Héctor (Lucio Giménez Cacho Goded) , un chico de quince años, rodeado de interrogantes y deseos de descubrir el mundo en el que está inmerso.

Es en ese contexto, en el que aparece Jazmín (Danae Reynaud), una adolescente de 16 años desenvuelta y atractiva, que de pronto, logra atraer toda la atención de Héctor, lo que en definitiva comienza a pesar en Paloma, quien se da cuenta que a partir de ahí, su vida con Héctor no volverá a ser la misma.

Contrario a lo que podría pensarse, la mirada del filme no está puesta en la relación que van tejiendo Héctor y Jazmín, sino en lo que siente Paloma, quien es la protagonista de la trama, según confesó a La Jornada Jalisco en octubre pasado, el director y guionista de Club Sándwich, Fernando Eimbcke.

“Empecé a escribir y empecé a descubrir que el personaje principal era Paloma, no Héctor, Héctor es un personaje muy importante en la relación de los dos pero el personaje con mayor conflicto era Paloma y en la escritura del guion empecé a escuchar la voz de Paloma y empecé a descubrir cosas que yo compartía con ella”.

Y no sólo eso, Eimbcke descubrió que lo que él contó en este filme, de alguna manera lo lleva al pasado.

“Siempre me ha interesado ese tema, yo creo que de alguna manera sigo siendo un adolescente aunque tengo 42 años pero como que a uno le gusta poder regresar a eso, a la infancia, a la adolescencia”.

La cinta, cuenta con la fotografía de María Secco, la música de Camilo Lara y se estrena este 2014 en las salas de cine mexicanas, después de haber participado en diversos festivales internacionales, como el Festival Internacional de Cine de Toronto, el Festival Internacional de Cine de Morelia y el Festival de Cine de San Sebastián, en la que Eimbcke recibió el premio como Mejor Director.

sábado, 1 de marzo de 2014

La batalla por Martha



En ese entonces, teníamos la idea de que las monedas no parecían ser lo suficientemente justas, para poner la cuestión a su merced. Se habían agotado las razones y, siendo niños, no queríamos inmiscuirnos en golpes que se transformarían en regaños y castigos al llegar a casa. Después de todo Julián era mi amigo, no nos íbamos a partir la mandarina en gajos por ella. 

Ya hacía varios meses que los rencores venían creciendo y para nadie era un secreto que nuestra relación se deterioraba. Manuel sugirió el duelo y yo acepté a la primera, Julián dudó un poco, sabía que mi habilidad con las máquinitas podría jugarle en contra, pidió una semana de preparación. El día elegido fue martes, durante el receso. Nos presentamos los dos y nos dimos la mano, como habíamos visto en tantas películas. Manuel se paró en medio de ambos y llamó al público. No era necesario, a nuestro alrededor comulgaban poco más de quince niños y se empujaban unos a otros. Julián y yo entrelazamos nuestras manos y nos dirigimos una mirada letal cuando izamos los pulgares. El dedo de Julián parecía más largo que de costumbre, delgado y largo se erguía desafiante, el mío un poco más grueso, parecía moverse impaciente. ¡Empiecen! Gritó Manuel, seguido de un bullicio de niños que rogaban que los dejaran ver. Julián avanzaba desesperado tratando de controlar mis movimientos, yo observaba su dedo ir y venir, intentaba estudiar como trabajaba. Con movimientos rápidos salía al encuentro de la falange y trataba de dominarlo, tenía bastante fuerza y en un descuido logró dominarme por tres segundos. ¡Punto para Julián! Avisó Manuel y el público festejaba. Nos acomodamos de nuevo y aproveché para limpiar mi sudor, Julián dejó que el suyo corriera, grave error. “¡Fight!”, dijo Manuel imitando a los juegos de las máquinas. Esta vez embestí con furia, no iba a dejar que un dedo flacucho me ganara, por mucho que fuera mi amigo, ¡Se trataba de Martha!. Julián retrocedía asustado y mi dedo se contorneaba como una víbora, atacaba y regresaba. Julián comenzó a sudar más, en dos ocasiones lo dominé por dos segundos pero logró zafarse. Fue entonces cuando vi una gruesa gota de sudor a punto de resbalar hacia su ojo y lo empujé para aprovecharla. Cerró los ojos un momento y su pulgar cayó exhausto. ¡Punto para Javier!, gritó Manuel y no pude evitar sonreír abiertamente. Algunas niñas se habían acercado a ver la faena y les dirigí una mirada. ¡Punto final! Advirtió Manuel, ¡Punto final! Entrelazamos nuestras manos con furia y comenzó la batalla. Manuel seguía con avidez las estocadas de los pulgares, el sudor corría por las mejillas color canela de Julián y sin duda por las mías, el sudor inundaba nuestros ojos, pero el temor a perder hacía que nos las tragáramos. Casi bailábamos, un paso adelante, otro a lado, uno hacia atrás, los pulgares dominaban nuestros cuerpos, las manos casi se lastimaban en su intento por alcanzar al contrario, las uñas se enterraban en nuestros dedos para causar dolor, pero no cedíamos. Un niño provocador comenzó a gritar ¡Pela!, ¡pelea! Y le siguieron los demás. El calor encendía mi cabeza y en uno de los pasos que dimos, estuve a punto de resbalar, en el fondo la vi, Martha comía un helado junto con Juventino, los dos muy solos mientras nosotros intentábamos decidir quien se quedaba con ella. Me incorporé y con fuerza apreté el pulgar de Julián, la cuenta de Manuel lo sentenció. Los ojos sorprendidos de Julián buscaron los míos y se le encendieron de rabia, estaba a punto de estallar y lo abracé, ¡No seas pendejo!, le dije, Martha es de Juventino.

Audiolibro Recomendado del Mes

Compartimos el Libro: "De la dictadura a la Democracia" del autor Gene Sharp, en su formato audiolibro para nuestros estimados lectores. Un título imprescindible sobre los diferentes métodos que el autor propone para disolver dictaduras por medio de revoluciones pacíficas y acciones no-violentas. (son díez capítulos que se estarán subiendo hasta completar la carpeta):