Estoy muy contento porque apruebas mi conducta de luchador, conducta que nos hará sufrir mucho a ti y a mí, porque encoleriza a los verdugos del pueblo al ver que no pueden corromperme; pero en cambio, yo viviré con mi conciencia tranquila, y tú, mi dulce mujercita, cuando por fin un día me tengas en tus brazos no te sentirás humillada bajo mis besos y mis caricias, sino que te sentirás contenta de proporcionarle dicha a un hombre firme que te adora.
Se equivocan, mi vida, los que creen que puedo venderme. Soy viejo rebelde; no comencé a luchar ayer. [Porfirio] Díaz puede hacerme millonario en un abrir y cerrar de ojos. Pero no es riqueza lo que quiero, ni poder, ni gloria vana. Quiero que mi conciencia esté tranquila, y sólo puede estar tranquila sirviendo a los que sufren. Y si tengo la aprobación de la mujer que amo, ¿qué otra cosa puedo desear? No necesito más que tu aprobación, no quiero otra cosa sino que mi María no se avergüence de amarme.
María, tus deseos son los míos. Yo también quiero poner mi boca en la tuya y estar así horas enteras bebiendo cada quien el aliento del otro hasta quedar satisfechos. Sí, criatura amada, si supieras qué consuelo siento cuando te veo, no dejarías de pasar por aquí. Se remueve hasta lo más íntimo el amor que te tengo cuando te veo y más te amo.
Ricardo Flores Magón
Los Ángeles, California, febrero 28 de 1909.
Una sola mirada, diferentes visiones.
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