miércoles, 4 de julio de 2012

Homicidio en La calle del olvido


Esa noche eran como las diez o once, ya no recuerdo bien pues desde entonces empecé a suprimir de mi mente aquel acto macabro que llevé a cabo con alevosía y ventaja; la noche recuerdo, era perfecta, de esas noches que se tiñen de gris y no dejan mirar a ni una sola estrella, de esas noches en la que los rayos resplandecen la habitación como anunciándote que no debes salir.

Yo recuerdo, aún lo amaba, yo recuerdo que entre pausas y mentiras intentaba hacer sufrir mi misma vida, pero simple y sencillamente parecía disfrutar cada mililitro de dolor que por mis venas corría, y lo que en él anhelaba causar se volvía felicidad incontenida; vuelvo a repetir, lo amaba a morir, con un amor tan filial que en algún momento llegue a pensar que ese amor podría convertirse en ágape, pero no fue así, la furia lleno mis sentidos y cada palabra que +el me pronunciaba era una daga para mi alma envenenada.

Me armé de valor y entre lloriqueos y mocos escurriendo me resigné a perder pero no perder como aquellos que se doblegan después, perder en esa forma en la que ni mio ni de nadie. Y efectivamente fue aquella noche cuando tome entre mis manos aquella arma inimaginable, le busque entre las multitudes y comencé mi plan perfecto, y por si las dudas entre las mangas un plan emergente, de esos que me enseñó a hacer, al cabo que uno de los dos tiene que ser.

Entre tanto buscarle lo encontré en el bar del olvido, ahi donde llega esa gente sin escrupulos a perder la conciencia para no sentirse tan culpables de los males que han causado, de la mano de una de aquellas mujeres que venden besos por caricias, de aquellas que se han cansado de buscar y cambian un poco de su amor por cualquier basura; muy particularmente pensé que así podría terminar yo, pero ese es asunto de un mundo feliz, el chiste aquí es que la pobre mujer se esfumó dejandole de ella sólo un poco de su aroma, ese que se llevó hasta su tumba minutos siguientes a la desaparición.

Una cita en un lugar despampanante fue la primera opción que en segundos aceptó, unos ojos frívolos le recomendaban hacer el amor, y los otros tímidos le incitaban a besarle la boca tal como si fuera ella, la que en esos tiempos inspiraba sus sueños; la noche pintaba para ser una de esas alocadas noches románticas con alguien de un minuto, atracción, eso era lo que había pre a la excitación, un par de toqueteo y ahí estábamos yo y  él, (el que no recordaba ni mi nombre y a suplicas imploraba se lo gritara una y otra vez) haciendo el amor o quizas simplemente teniendo sexo, de ese sexo que suele ser tan exquisito, el éxtasis, el desenfrene total, y al momento del orgasmo un salto particular, sin más ni más, ni remordimiento alguno tomé el arma que llevaba entre no se donde y se la clavé en aquel sitio causa de mis desolaciones; juro que lo amaba, pero ese era un amor de esos enfermizos.

Nadie supo quien había cometido tan atroz homicidio, simplemente que fue el hombre que apareció en aquella habitación de hotel con una sonrisa dibujada en el rostro, como que había muerto de la forma más placentera.

-Maldito depravado- dijo el periodista que había ido a sacar unas cuantas fotos para el diario de la mañana
-Seguro no fue por bueno- fue el comentario seguido del perito
-Si, ni mirarlo con lastima resulta- le dio una patada al cuerpo inerte y se marchó

El cuerpo se fue a una fosa común pues nadie reclamo el maldito cuerpo, moría de ganas por hacerlo, pero sería sino muy obvio un poco hipócrita de mi parte y sabiendo que el odiaba esas cosas no quise fastidiarlo ya.

Ya de aquella noche no recuerdo más que el palcer que me causó, el que nadie más según él me podría provocar, y sé que dije que su alma ya no quiero molestar, pero debo especificarle que hay quien llene mis sentidos quien cumpla mis expectativas, no como él sino en orgasmos de placer que se pierden entre muchos actos de esos sexosos y podría dejarle un mensaje que había omitido:

Querido, no eres el mejor, en la cama como en el amor ya hay alguien mucho mejor.

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