lunes, 16 de julio de 2012

Bienvenidos a Santa María de la Victoria

 foto por rbairdpccam @Flickr 



 Tres camionetas tipo pickup con logotipos del Instituto Nacional de Antropología e Historia arribaron a eso de las seis de la mañana al embarcadero, traían el equipo necesario para la investigación. Detrás y con una hora de retraso, pues pararon a desayunar, venía una vagoneta con el equipo de personas que venían a hacer la  investigación definitiva de la ubicación del pueblo de Santa María de la Victoria.

Samuel Solórzano observó el río y aspiro profundo los aromas que arrastraba la corriente superficial, una sonrisa se dibujó en su rostro barbudo y se giró a sus compañeros: "Santa María de la Victoria, el escurridizo poblado que fue el primer asentamiento español en México, y  tal vez en la América Continental, ese es nuestro objetivo,  hay que encontrarlo, ha estado perdido, pero de esta no escapa". Las investigaciones más recientes que habían descubierto cerámica de fabricación española del siglo XV esparcidas por alrededor de un kilómetro en el margen izquierdo del Grijalva, habían inyectado ánimos y esperanzas en el equipo. Aquellos cuatro hombres y una mujer, contemplaban el caudaloso  río que arrastraba troncos, lirios y hasta animales muertos, el Sol despuntaba y el color café lechoso del cauce se veía aún más oscuro y amenazador. María Villegas, la geografa se asomaba de cuando en cuando entre los tablones del embarcadero y se preguntaba que animales los estarían acechando, ella que provenía del centro del país jamás había estado "ante tremendo montón de aguas" como decía, y se la pasaba observando nerviosamente la  superficie de las aguas que constantemente se perturbaban por peces, aves, manatís, e incluso lagartos y cocodrilos; "Lo que más me preocupa, es que no sabemos que carajos hay debajo de nosotros, aquí no se ve nada", sus compañeros asentían, mientras continuaban bajando las provisiones a las tres lanchas que estaban apostadas en los lados del muelle. Jacinto Garzón maniobraba con una palanca la  más grande de las lanchas y era él también el  responsable de que el equipo se mantuviera a salvo. Lo acompañaban sus hijos Silverio y Manuel a bordo de "La doña" y "Palmita" dos lanchas de igual envergadura, pero más pequeñas que "Juventina". Jacinto vivía del río, era uno de los primeros hombres que habían aprendido a manipular a la perfección lanchas con motor fuera de borda "lo más cabrón es acontentar al motor, tenerlo como quiere, pa' que no andee haciendo sus jaladas", le comentaba a Javier Soto, el periodista que había llegado desde Villahermosa a cubrir las investigaciones, llevaba su sombrero de pescador y su chaleco, en una libreta francesa azul, anotaba todo lo que oía y veía, "ya veras cuando venga, publicaré el diario de la expedición y me haré famoso", soñaba cuando le contaba a su hermana lisiada que había sido asignado a irse con los científicos. Javier sabía que había pescadores más experimentados que Jacinto, estaban los prácticos del puerto de Frontera que conocían el río a la perfección, algunos incluso descendientes de viejos que llevaron barcos desde Frontera hasta Villahermosa, así que curioso, y adelantando su nariz aguileña preguntó "¿Y como fue que le eligieron?", "Pues verá, cuando dijeron que iban a hacer una expedición, que venían de México, todos se apuntaron, pero cuando dijeron que era pa' encontrar al mentado pueblito ese, todos empezaron a echarse pa' atrás..." y agregó un poco reflexivo pero orgulloso "¡pinche gente supersticiosa!" y se inclinó, mojó su mano y la sacó formando una cruz para persignarse.

Una vez que las cosas estuvieron aseguradas, y que los cientificos María Villegas, Samuel Solórzano, Carlos Silva, antropólogo, Juan Acosta, arqueólogo,  Manuel Urrutia, biólogo y el periodista lograron acostumbrarse al bamboleo de la lancha, las tres embarcaciones partieron con dificultades, río arriba, el sonido de los motores causó revuelo en los manglares y garzas, pijijes y aves irreconocibles emprendían el  vuelo aterradas.

La esposa de Jacinto y sus dos hijas más pequeñas se quedaron en el embarcadero, junto con un grupo de pobladores cercanos que les lanzaban "Dios los bendiga y regresen con bien"  desde la distancia, así permanecieron media hora y al cabo de un rato, sólo Milagros estaba parada viento hacia el horizonte, el sol le hervía los cabellos negros y los pies descalzos. Por el contrario, apenas despegaron del embarcadero y comenzaron a alejarse río adentro, la expedición empezó a entrar a una niebla espesa, los extranjeros se miraron entre sí, mientras Jacinto les gritaba "Ahhh esto es normal, deberían ver en Marzo como se pone, ya verán el pinche calor que va a haber" y los chilangos se sentían más tranquilos. María vigilaba el río y el movimiento de la lancha que le ponía los nervios de punta, en cierto momento, la niebla se espesó tanto que uno no veía ni su reloj, Villegas se empezó a sentir alarmada, ahora uno no sabía por donde vendría el golpe...El motor de la doña se empezó a escuchar menos y las otras dos lanchas redujeron la marcha, pero el río comenzaba a arrastrarlas "¡Pinche Silverio, que chingaos haces, jálale canijo, nos vas a hacer perder el día!" los gritos de Jacinto se perdían en la sustancia gris que le entraba por los ojos y no encontraban eco, entonces las dos lanchas restantes se juntaron y emparejaron sus puntas "Hay que parar pa' saber donde está el cabrón de Silverio, ¡Vamos a detenernos pa' ver que pasó con la otra lancha!", "¡Está bien!", gritaron con voz tímida los pasajeros. Conforme las lanchas se movían hacía la orilla del margen izquierdo a Jacinto le pareció que la orilla estaba muy lejos, y comenzó a dudar de su sentido de la ubicación, primero creyó que estaba más bien en una laguna y luego que en realidad no avanzaban, por fin Juventina golpeó con un muelle viejo y podrido que estaba en la orilla y Jacinto corrió a amarras las dos lanchas, su hijo Manuel lo ayudaba, todo quedó en silencio. "Que niebla tan espesa, va a haber un chingo de calor" se repetía Jacinto para calmarse.

Esperaron, sentados en los troncos que habían  en el muelle, hasta que comenzó a oírse lejanamente el rumor de la doña. La euforia que invadió al grupo impidió que vieran al hombre que subía al muelle y pasaba de ser una sombra a un ser andrajoso jorobado y viejo, se acercó a Jacinto y preguntó "¿Me llevan?", todos se sobresaltaron al oír su voz, y lo miraron con desconfianza. María se apiadó de él, "vamos a darle el ray" y se impuso ante la mirada atónita de todos, el sujeto se sentó a un costado de María y una vez que la doña se acercó a las otras dos, el avance continuó.

— Y usted, de ¿donde viene, señor?
— De por aquí, pero no tenía en que regresarme
— Y en que llegó
— En el Nautilus
— ¿Una lancha?
— ¡No!, es un barquito de vapor
— ¿de vapor?
— ¡Si!, ¿que nunca ha visto uno?
— No soy de por acá —  María volteó a ver a Jacinto para preguntarle con la mirada, quién le devolvió un no con la cabeza y una seña de locura
— Ah, el Nautilus era muy bonito, hace mucho que ya no lo veo por acá... ni a nadie
— ¿Y porque?
— Pues estoy muy lejos, de todos
— Tiene usted razón, ¿como se llama a donde va?
— ¿A donde voy?...
— Si, si, a donde quiere que lo llevemos
— No recuerdo, sé que queda  por aquí — se movío un poco para mirarla de frente — ¿Sabe?, estas aguas son muy frías, no se le vaya a enfriar el corazón, usted está muy bonita para eso, ¿tiene hijos?
— No, no tengo
— Yo tenía uno, pero me lo mataron...eso es feo, sabe... una mujer lo mató...pero ya no hay que hablar de los muertos, hay que dejarlos en paz...en paz, ¿sabe?...una mujer lo mató...en paz, los muertos deben descansar...
— ¡Tiene usted toda la razón!  — Los demás observaban nerviosos la plática, hasta Jacinto empezaba a sentir que algo no estaba bien.
— ¿No huele eso?
— No, ¿que cosa?
— Mmmm, el pan de don Filo, que rico, ya están preparándolo, ¿tiene usted la hora?

Por primera vez desde que iniciaron el viaje, María revisó el reloj, y se puso pálida, se acercó al periodista y le dijo que su reloj fallaba,  el periodista revisó la hora y dijo "Son las...jajaja, ¡mi reloj está loco!, las cinco y cuarto de la tarde jajaja", María lo miró con los ojos bien abiertos, "esa misma hora tengo", los demás buscaron sus relojes, y uno a uno fueron corroborando la hora, — ¡No puede ser!, hemos estado aquí sólo un par de horas— Jacinto miró el tanque de gasolina y estaba lleno, ¿cómo habían viajado tanto?. La niebla comenzó a disiparse.

— Mire, ¡ahí está el muelle! — Un muellesito apareció en la orilla y Jacinto se acercó a él,las otras lanchas permanecieron en la corriente. La punta de la lancha golpeó con las bases y el viejo se levantó de golpe, el práctico corrió a ayudarlo y a sujetar la lancha, unas sombras empezaron a aparecer en el muelle, y un frío recorrió el cuerpo de Jacinto en cuanto puso un pie en el muelle, la niebla empezó a desaparecer y un olor fétido venía de todas direcciones.
— A los muertos hay que dejarlos en paz...no se le olvide señorita — descendió de la lancha el viejo.
— ¡Vaya con dios!
— ¿Cual dios?, aqui no hay ni dios ni diablo.
Sonidos de tumulto comenzaron a llegar de todas direcciones, y el río comenzó a amainarse, se escuchaban gallos, gallinas, pájaros, niños corriendo, cayucos llegando y saliendo. Un silbato se escuchó a lo lejos, y todos en la lancha empezaron a mirar hacia todos lados desconcertados.
— Rápido tomen mi mano, les gritó un hombre con una sotana sobre el muelle
— ¿Quién es usted?
— Suban si algun dia quieren regresar por donde vinieron
— ¿Qué dice? — la sombra con aspecto de párroco jaló a Jacinto primero, luego a María, y después apuró a los demás...
— No se suelten y síganme — Los hijos de Jacinto apenas lograron amarrar las lanchas y se subieron al muelle. El sol comenzaba a cegar a los desembarcados.
— ¿Dónde estamos? — El parroco respondió con voz grave y sin dejar de caminar
— Están en ningún lado, bienvenidos a Santa María de la Victoria.


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