viernes, 20 de mayo de 2011

El regreso de Juan Arriaga



Juan Arriaga, hijo de doña María Concepción de la O, y don Mariano Arriaga. Su madre, oriunda de la Hacienda de Villa Flores, 3 km al oeste de Villalpan de los Polvos, hoy renombrado a Villalpan de las Sabanas por cuestiones turísticas recomendadas por el gobierno.

Don Mariano, hijo de don Nepomuceno Arriaga, y doña Concha Castillo, soldado de Zapata el primero, adelita la segunda, aunque las malas lenguas decían por decir, que don Mariano de Arriaga no tenia nada y le sobraba lo Zapata, doña Concha siempre les recriminaba a las chismosas, y chismosos, y con la trompeta que tenia por voz, se encargaba de silenciar los secretos que entre tamaleras volaban.

A Don Mariano, le toco la suerte de vivir de pequeño la revolución, concebido unos años antes del estallido, para cuando Villalpan de las Sabanas cayo en manos de los zapatistas, el joven Mariano corrió al pueblo a ver si llegaba su padre entre las tropas, y lo encontró como capitán de un pequeño bastión de hombres que descansaban sobre la plazuelita de Villalpan, el polvo los cubria a todos... Como lloró a su padre el joven Mariano de 15 años, que le permitiera seguirle el paso. SU padre se negó, le dijo que debía cuidar a sus hermanos, que a quien se llevaba el era a doña Concha.

Unos meses más tarde le llegó la noticia a Mariano, le llegó en forma de féretro, adentro venían su padre y su madre, doña Concha y don Nepomuceno, murieron comandando un ataque a la Villa de San Idelfonso, el pueblo mas grande de la región del Valle de Polvorones; les habian tendido una emboscada, los federales, sabían que era importante acabar con la famosa pareja que habian estado escalando posiciones entre los rebeldes de Zapata, y que anduvieron sembrando el terror y asombro entre unas tropas casi siempre indispuestas, y por demás incompetentes.

Don Mariano, según dicen no lloró, cuando el padre de la Iglesia de Villalpan le dijo que sus padres habían muerto por causa de su gran pecado, en cambio, le plantó al señor cura un bofetón, que no hizo más que salir corriendo a toda prisa echando maldiciones sobre la casa de los Arriaga.

Los santos no lloraron, pero si Villalpan, todo el pueblo se tiñio de luto, al frente de la caravana fúnebre, iba don Mariano, en silencio y con cara de perro rabioso, muchos se imaginaron lo que pensaba, así que lejos de darle el pésame, lo que la gente le dijo es que hiciera lo que pensaba, que detrás de él iba todo ese pueblo vestido de luto, pero con fusil en mano.

Un mes más tarde, tropas federales que se dirigían hacia Villalpan, eran acabadas por las fuerzas de Don Mariano. En principio Mariano se quedó en Villalpan, y corrió a cuanto federal y cura divisaba, derrumbó iglesias y haciendas, el decía “no hay quien me ponga un alto para salvar al pueblo de estas pestes, o bueno, las únicas con las que me paro un rato, son con las mujeres”.

Don Mariano fue soltero hasta los 16, cuando cansado de los abusos de Estroncio de la O, se encargó de darle fin a su entonces bien cimentada hacienda. Allí se encontró a María Concepción, “tan bella como un ángel”, de 15 años, y la eligió para esposa, doña María, según contaba ella, nomás se había dado a él con tal de que no matase a su padre. Más tarde la misma doña María confesaba el odio que ella misma sentía por su padre, un hombre manipulador y sin corazón.

En las vísperas de la muerte de Zapata, la ciudad de San Idelfonso estaba sitiada, María y Mariano se despidieron en el caserío de Los Monjes, a unos kilómetros de la ciudad, esa noche ellos no podrían saberlo, pero habían concebido a Juan Arriaga. Dos horas más tarde, comenzaba el ataque a una bien defendida capital, pero sólo con fusil, porque los rebeldes aunque mal armados, tenían más ganas de pelear que toda la plaza que se hallaba en Idelfonso.

El ataque duró unas horas, tras las cuales, el coronel José Remedios rendía la ciudad, las fuerzas al mando de Mariano Arriaga triunfaban donde su padre había fracaso años atrás. Doña Concepción se encargó de la administración de la ĺaza frente al asombro de algunos revolucionarios y muchos, muchos conservadores de la ciudad, se iniciaron una serie de juicios, se abrieron las bodegas de las haciendas y se repartieron a los pueblos y a los pobres. 3 meses duró aquello y la noticia de que Zapata había muerto llegó como cuervo que anuncia muerte. Doña Concepción sabiéndose embarazada al fin, huyo a el Monte de San Juanito, los siguientes seis meses, doña Concepción fue doña Flor, y don Mariano, se encargó de defender la plaza, pero eran otros tiempos, tiempos de traiciones y San Idelfonso regresó al poder federal.

A los tres años llegó Juan Arriaga a los pastos donde había crecido Mariano Arriaga, con su madre y otro muerto para sumar a el panteón de los Arriaga. Esta vez hubo luto pero fue con miedo.

Juan Arriaga se quedó con la fama de los Arriaga, con el peso de su apellido, y con las historias que su madre le contaba, desde muy pequeño sobre su padre, el libertador de los Polvorones.

Gobiernos pasaron, malos y peores, los cerros se volvieron cerros otra vez y no lugares para esconderse de los federales, Zapata pasó a mejor vida, y la Revolución se institucionalizó en partidos políticos.

Mientras tanto, Juan creció, y le tocó ir a mitines, ser invitado de honor en la mesa, e inaugurar estatuas, de su padre y de su abuelo. Su madre se volvió vieja, conforme la gente iba olvidando a los Arriaga y pasaban a segundo plano. Un buen día la última conexión con ese pasado tormentoso murió, y se desvaneció en una tumba que decía “Aquí yace Maria Concepción de la O, madre, esposa y revolucionaria del Valle de Polvorones ”.

Juan viajó a la ciudad de Idelfonso, ahora llamada “Esperanza”, por cuestiones turísticas otra vez. Allí se casó y llego a los cincuenta.

De vez en cuando Juan piensa en regresar a Villalpan, a visitar la casucha donde creció queriendo ser revolucionario, y devolverle a la gente el poder. Muy de vez en cuando asiste a manifestaciones en la plaza de la “Esperanza”. Y la verdad es que alguna gente vieja de Villalpan, recuerda a los Arriaga y preguntan ¿donde están?.

Cansado de aquello, un 24 de marzo, Juan cogió su escopeta de caza, tomó un bus hasta la Hacienda Martí y tomó “prestado” un equino. Unas horas más tarde ya para cuando iba amaneciendo el caserío de Villalpan le saludaba en las cercanías. Aún ladraban esos perros matutinos, en conjugado con los gallos que le cantan al Sol y a las gallinas, y entró con el Sol a las espaldas a ese pueblo tan querido por su corazón.

Don José Peréz anciano de casi un centenar de años, salía de su casa como siempre, a revisar sus animales, y mirando hacia el horizonte, más cerca que lejos, vió a un hombre, de traje negro, montando a caballo; su visión no era muy buena pero si su memoria y habiendo visto aquello no dudó en esbozar ¡ Viva mi general Arriaga !, ¡ Viva Zapata!, ¡ Viva la Revolución!.

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