sábado, 13 de febrero de 2010

El héroe y su descripción



Pedro es una persona excepcional. Había combatido, sin quejarse y lamentarse nunca, pero tampoco con muchas ganas de triunfar. Siempre fue un pesimista pero nunca se rindió. Sus miles de cicatrices así lo demuestran, las esquirlas de granada que como saldo, le dejaron un ojo que nunca más volvió a enfocar, nomás de simple decoración sirvió. Y es que Piter luchó junto a los republicanos, codo a codo, siempre en la primera línea. Dicen los que lo conocen que siempre luchó con agallas, muy temido por los falangistas,  esos partidarios de franco, que hicieron circular decenas de mitos sobre él.

Después de la guerra marchó de regreso a México, su país nátal.  De ahí se incorporó a la revolución cubana, para al final terminar en la guerrilla del Salvador, con un grupo de aguerridos muchachitos, de esos que pocas veces uno encuentra, dispuestos a luchar… Y entonces, cuándo los años comenzaron a consumirlo, cuándo los ideales parecían acabados, regresó a su patria querida, para darse cuenta que aquel lugar que había dejado ya no era el mismo, pues la derecha e hipocresía del partido gobernante en el poder, lo consumían poco a poco entre burocracia y corrupción.

Así que un día, sacó sus maletas, arreglo todas sus cosas y se fue, para nunca más regresar, al menos es lo que dijo él. Realmente era difícil partir, dejar al país que lo forjó, que lo educó, que le enseño tantas y tantas cosas de la revolución. Ese terruño con Panchos Villas por doquier, con sus Zapatas y claro, con los ojetes que uno tiene por obligación que joder. Pero ahora, salía como un cobarde, huyendo de él, con todo el dolor del mundo, hacia un país que lo enseñaron a odiar, al que siempre combatió, al que siempre detestó.

Se emborrachaba con whisky, escuchando siempre el vasto repertorio musical de Camilo Sesto, cantante que lo hacía contrastar, el llamado galán de Hispanoamérica, el cabrón del cual las mujeres se enamoraban, el que siempre provocaba odio entre los enamorados, el que no paraba de cantar: “tarde o temprano algún sueño se cumple pasan los días sin que el cielo se nuble” aunque nunca sufría en carne propia  y terminaba siempre llevando a su camerino, a las mejores chicas del concierto. Sí, Camilo lo hacía contrastar, sus canciones no conjugaban con su vida, pues Piter nunca fue agraciado con la belleza, no era uno de sus principales dotes, más bien fue el sentido del olfato, esas miradas furtivas que lanzaba a sus conquistas, ese perfume siete machos (o al menos la sugestión que provocaba esté) sin olvidar los poemas del viejo libro de Neruda.

Pero las rolas de Camilo, no eran la perfecta sintonía para un viejo lobo de mar, un borracho sin igual, de esos combatientes aguerridos de los que uno no podría dudar ni temer nunca, de esos que al escuchar las canciones de José Alfredo son capaces de hacer volar botellas entre las cantinas, pero que sin duda, quizás necesitaban de un Camilo sesto, capaz de calmar esa sensación de venganza que lo perseguía y al contrario, lo hacía acordarse de María, sí, la taquera más sensual y hermosa que jamás volvió a ver en su vida.

Aunque hoy Pedro, a estas alturas del partido, estaba recluido en un viejo sillón del café, disfrutando los coqueteos de la mesera, una mujer de grandes ojos, sin igual.

Una sola mirada, diferentes visiones.

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