Y estaba ahí, un sábado cualquiera, esperándote en la misma butaca de siempre, en la misma zona de la gradería, siempre al lado del arco que nos hace sufrir, llorar o gritar de felicidad. La iluminación aun comenzaba a encender, yo miraba mi reloj, el estadio era testigo. Cinco, diez, quince minutos. No llegabas, te esperaba y entre las banderas rojinegras tu mirada de siempre se encontró con mis ojos.
Una sola mirada, diferentes visiones.
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