Acá me pongo a cantar
esta milonga en la Plaza.
Me siento como en mi casa
porque sé que es mi lugar.
Nos lo supimos ganar
de las fuentes al balcón.
Fue un auténtico aluvión
de pueblo, todos mezclados,
en patas, descamisados,
reclamando por Perón.
En aquella primaveraesta milonga en la Plaza.
Me siento como en mi casa
porque sé que es mi lugar.
Nos lo supimos ganar
de las fuentes al balcón.
Fue un auténtico aluvión
de pueblo, todos mezclados,
en patas, descamisados,
reclamando por Perón.
–fue en octubre, como ahora–
había llegado la hora
y era la hora primera.
Parecía una quimera
lo que entonces empezaba,
y se me lengua la traba
porque diez años después
se daba todo al revés:
la Plaza se desangraba.
Es simple contar los sueños
pintar la inauguración
de una gesta, la ilusión
desatada y sus empeños.
Y es fácil sentirse dueños
de la desgracia y pensar
cuando nos pegan fulero
que no hay nada que cantar,
que sólo queda colgar
la guitarra en el ropero.
Para llorar siempre es tarde;
temprano, para el festejo.
Con el Viejo o sin el Viejo
esta plaza siempre arde.
Ninguna bomba cobarde
pudo clausurar la Historia.
La derrota o la victoria
son un sencillo avatar:
nos volvemos a juntar
porque tenemos memoria.
No se llena un agujero
con flores o con lamentos.
Bien haigan los sentimientos
por el que se fue primero,
pero nunca el sensiblero
renuncio que hace decir:
No nos queda porvenir,
y acá ya ha pasado tanto...
Si ha de servir este canto
que sirva para seguir.
Esta milonga será
para cantarla entre todos.
Respetando cada modo
de pensar la realidad.
No nos falte caridad:
aciertos y desatinos
hicieron nuestro destino
con réprobos y patriotas.
Nadie rompa las pelotas:
somos todos argentinos.
No olvidemos, sin embargo,
que hoy se juegan muchas cosas.
Desde los tiempos de Rosas
(cada uno se haga cargo)
viene un litigio muy largo
entre el campo popular
y un grupo, listo a acatar
los dictados del Imperio.
Es un asunto muy serio,
cosa de nunca acabar.
Por eso es que a la salida
repito mi moraleja:
siempre es más fácil la queja,
el lamento o la sentida
palabra de despedida
a un sueño y su devenir.
Yo no lo dejo morir
porque alguno lo disponga:
vaya pues esta milonga,
que sirva para seguir.
Juan Sasturain
Página 12, Contratapa
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