Las
grandes poblaciones, el anonimato, el empleo de dinero y las vastas
diferencias en riqueza hacen que el mantenimiento de la ley y el orden
sea más difícil en las sociedades estatales que en las bandas, aldeas y
jefaturas.
Esto explica la gran complejidad tanto de las fuerzas
policiales y paramilitares como de las demás instituciones y
especialistas estatales que se ocupan del crimen y del castigo. Aunque,
en última instancia, todo Estado se halla preparado para aplastar a los
criminales y subversivos políticos encarcelándolos, mutilándolos o
ejecutándolos, el peso de la labor cotidiana de mantener la ley y el
orden frente a individuos o grupos descontentos lo soportan, en su mayor
parte, instituciones que tratan de confundir, distraer o desmoralizar a
los alborotadores en potencia antes de que sea necesario someterlos a
la fuerza. Por tanto, todo Estado, antiguo o moderno, dispone de
especialistas que realizan servicios ideológicos en apoyo del statu
quo. A menudo, estos servicios se prestan de formas y en contextos
que no parecen tener relación con los problemas económicos y políticos.
El
principal aparato de control del pensamiento de los sistemas estatales
preindustriales consiste en instituciones mágico-religiosas. Las
complejas religiones de los incas, aztecas, antiguos egipcios y otras
civilizaciones preindustriales santificaban los privilegios y poderes de
la élite dirigente. Defendían la doctrina de la filiación divina del
Inca y del faraón y enseñaban que el equilibrio y continuidad del
universo exigían la subordinación de los plebeyos a personas de
nacimiento noble y divino. Entre los aztecas, los sacerdotes estaban
convencidos de que los dioses debían ser alimentados con sangre humana; y
arrancaban personalmente los corazones palpitantes de los prisioneros
de guerra en lo alto de las pirámides de Tenochtitlán. En muchos
estados, la religión ha sido utilizada para condicionar a grandes masas a
aceptar la depauperación relativa como una necesidad, a esperar
recompensas materiales en la otra vida en vez de en la presente y a
mostrarse agradecidos por los pequeños favores recibidos de los
superiores (pues la ingratitud acarrea una retribución llameante en esta
vida o en un infierno futuro).
Para transmitir mensajes de este
tipo y demostrar las verdades en las que están basados, las sociedades
estatales invierten una gran parte de la riqueza nacional en
arquitectura monumental. Desde las pirámides de Egipto o Teotihuacán
hasta las catedrales góticas de la Europa medieval, el monumentalismo de
los edificios religiosos subvencionados por el Estado hace que el
individuo se sienta impotente e insignificante. Los grandes edificios
públicos, ya parezcan flotar como en el caso de la catedral de Amiens o
aplastar el suelo con su peso infinito como en el caso de las pirámides
Khufu, enseñan la inutilidad del descontento, la invencibilidad de los
que gobiernan y la gloria del cielo y los dioses. (Esto no quiere decir
que no enseñen nada más.)
El Estado y el control del pensamiento
Parte 1
Una sola mirada, diferentes visiones.
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