Una manera importante de lograr el
control del pensamiento consiste no en asustar o amenazar a las masas,
sino en invitarlas a identificarse con la élite gobernante y gozar
indirectamente de la pompa de los acontecimientos estatales.
Espectáculos públicos como procesiones religiosas, coronaciones y
desfiles de victoria operan en contra de los efectos alienantes de la
pobreza y la explotación. Durante la época romana, las masas eran
sometidas a control permitiéndoles contemplar combates de gladiadores y
otros espectáculos circenses. Los sistemas estatales modernos tienen en
las películas, la televisión, la radio, los deportes organizados, la
puesta en órbita de satélites y los aterrizajes lunares técnicas
infinitamente más poderosas para distraer y entretener a sus ciudadanos.
A través de los modernos medios de comunicación la conciencia de
millones de oyentes, lectores y espectadores es a menudo manipulada
según vías determinadas con precisión por especialistas a sueldo del
gobierno. Pero tal vez la forma más efectiva de «circo romano» hasta
ahora ideada sean los «entretenimientos» transmitidos por el aire
directamente hasta la chabola o el apartamento. La televisión y la radio
no sólo reducen el descontento al divertir al espectador, sino que
también mantienen a la gente fuera de las calles.
Sin embargo,
los medios modernos más poderosos de control del pensamiento puede que
no estén en los narcóticos electrónicos de la industria del
entretenimiento, sino en el aparato de educación obligatoria apoyado por
el Estado. Maestros y escuelas satisfacen evidentemente las necesidades
instrumentales de las complejas civilizaciones industriales adiestrando
a cada generación en los servicios técnicos y de organización
necesarios para la supervivencia y bienestar. Pero maestros y escuelas
también dedican mucho tiempo a una educación no instrumental: formación
cívica, historia, educación política y estudios sociales. Estas materias
están llenas de supuestos implícitos y explícitos sobre la cultura, el
ser humano y la naturaleza que indican la superioridad del sistema
político-económico en el que son enseñadas. En la Unión Soviética y
otros países comunistas muy centralizados, no se hace ningún intento
para enmascarar el hecho de que una de las principales funciones de la
educación obligatoria es el adoctrinamiento político. Las democracias
capitalistas occidentales son, en general, menos propensas a reconocer
que sus sistemas educativos son también instrumentos de control
político. Muchos maestros y alumnos, al carecer de una perspectiva
comparativa, no son conscientes del grado en que sus libros, planes de
estudios y exposiciones en clase apoyan al statu quo. Sin
embargo, en otras partes, consejos locales de educación, juntas de
regentes y comités legislativos exigen abiertamente la conformidad con
el statu quo.
Los modernos sistemas de educación
obligatoria, desde los jardines de infancia hasta las universidades,
operan con un doble modelo políticamente útil. En la esfera de las
matemáticas y de las ciencias biofísicas, se estimula a los estudiantes a
que sean creativos, perseverantes, metódicos, lógicos e inquisitivos.
Por otra parte, los cursos que tratan de los fenómenos culturales evitan
sistemáticamente los «temas controvertidos» (por ejemplo, la
concentración de riqueza, la propiedad de las multinacionales, la
nacionalización de las compañías petrolíferas, la involucración de
bancos e inmobiliarias en la especulación del suelo urbano, los puntos
de vista de las minorías étnicas y raciales, el control de los medios de
comunicación de masas, el presupuesto de defensa militar, los puntos de
vista de las naciones subdesarrolladas, las alternativas al capitalismo
y al nacionalismo, el ateísmo, etc.). Pero las escuelas van más allá de
la mera evitación de temas controvertidos. Algunos puntos de vista
políticos son tan esenciales para el mantenimiento de la ley y el orden
que no se pueden confiar a métodos objetivos de educación; en vez de
ello, se implantan en la mente de los jóvenes apelando al miedo y al
odio. La reacción de los norteamericanos ante el socialismo y el
comunismo no es menos resultado del adoctrinamiento que la reacción de
los rusos ante el capitalismo. Los saludos a la bandera, juramentos de
fidelidad, canciones y ritos patrióticos (asambleas, juegos y desfiles)
son algunos de los aspectos políticamente ritualizados más familiares en
los planes de estudios en las escuelas primarias.
Jules Henry,
quien pasó del estudio de los indios en Brasil al estudio de los
institutos de enseñanza media en St. Louis, ha contribuido a la
comprensión de algunas de las maneras en que la educación universal
moldea la pauta de conformidad nacional. Henry muestra en su libro Culture
against Man cómo incluso en las lecciones de ortografía y canto
puede haber un adiestramiento básico en apoyo del «sistema competitivo
de libre empresa». A los niños se les enseña a tener miedo al fracaso;
también se les enseña a ser competitivos. De ahí que pronto empiecen a
ver en los demás la principal causa de fracaso y tengan miedo unos de
otros. Como observa Henry: «La escuela es, en efecto, un adiestramiento
para la vida posterior no porque enseñe (mejor o peor) la lectura,
escritura y aritmética, sino porque inculca la pesadilla cultural
esencial: miedo al fracaso, envidia del éxito...».
En los
Estados Unidos, actualmente, la aceptación de la desigualdad económica
depende mucho más del control del pensamiento que del ejercicio de la
pura fuerza represiva. A los hijos de familias económicamente débiles se
les enseña a creer que el principal obstáculo que les impide alcanzar
riqueza y poder son sus propios méritos intelectuales, resistencia
física y voluntad de competir. A los pobres se les enseña a cargar con
la culpa de su pobreza y, así, dirigen su resentimiento,
primordialmente, contra sí mismos o contra aquellos con quienes deben
competir y que se encuentran en el mismo peldaño de la escala de
movilidad ascendente. Por añadidura, a la porción económicamente débil
de la población se le enseña a creer que el proceso electoral garantiza
la separación de los abusos de ricos y poderosos mediante la legislación
que tiene como objetivo la redistribución de la riqueza. Por último, a
la mayor parte de la población se la mantiene en la ignorancia del
funcionamiento real del sistema político-económico y del poder
desproporcionado que ejercen lobbies representativos de
corporaciones y otros grupos de interés. Henry concluye que las escuelas
de Estados Unidos, pese a su ostensible dedicación a la investigación
creadora, castigan al niño que manifiesta ideas intelectualmente
creativas respecto a la vida social y cultural:
Aprender
estudios sociales es, en gran medida, en la escuela primaria o en la
universidad, aprender a ser estúpido. La mayoría de nosotros realizamos
esta tarea antes de entrar en el instituto de enseñanza media. Pero el
niño con imaginación socialmente creadora no se le alentará a jugar con
sistemas sociales, valores y relaciones nuevos; no hay mucha
probabilidad de que esto suceda por la sencilla razón de que los
profesores de estudios sociales catalogarán a tal niño como un
estudiante mediocre. Además, este niño sencillamente no podrá comprender
los absurdos que al maestro le parecen verdades
transparentes... Aprender a ser un idiota o, como dice Camus, aprender a
ser absurdo, forma parte del desarrollo. Así, el niño a quien le
resulta imposible aprender a pensar que lo absurdo es la verdad...
normalmente llega a considerarse un estúpido.
Una sola mirada, diferentes visiones.
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