Hoy si me dispensan los escasos lectores (número que siempre creo tiende a 0, porque ni yo mismo me releo a veces), trataré de divagar un poco en disertaciones filosóficas no concernientes a los problemas del momento.
Divagar, en esa palabra he de detenerme, para tomarla como punto de partida, como si hiciesemos un traslado a conveniencia de el eje de la ecuación, para forzar mediante artificios lógicos a nuestra mente a entender el punto que viene más adelante. Como decía, divagar, ese arte tan bien ejecutado por al menos el 99%, (según estimaciones mías) de la población. Divagar es una actividad tan creativa como que puede ser el preámbulo de la imaginación o tan destructiva, como que nos puede conducir a un estrepitoso fracaso en otros factores tanto más importantes que el acto vanal, y en ocasiones tendiente a lo escatológico del naufragio por cuenta propia en nuestra mente.
Desde mi punto de vista, personalísimo (mucho me gusta esa frase de Aristegui), he de acotar que lo verdaderamente puntual en este pequeño ejercicio de razón extraviada, es subrayar mi supuesto que versa sobre la peligrosidad categórica de la divagación ontológica sobre le personalidad humana. Categórica y particularmente importante, si al traducir la elaboradisíma oración final del parráfo anterior, nos encontramos con una trivial frase de "olvidar lo que somos". No he dde entrar como he apuntado en líneas más arriba, en la predefinición del concepto, es decir, la definición misma del ser, ni tanto por falta de experiencia y la suma conjugada del conocimiento, voy a entrar en detalles expresamente técnicos en lo referente a la definición del olvido mismo de las razones del ser.
No hablo tampoco del ser que se pierde a sí mismo, como una especie de plantilla que deba ser aplicado con rigor a todos los seres que la Ontología nos permite imaginar como tales, o en su defecto descartar.
En cambio si pretendo en un tono más cercano a un idioma lírico y distante de formalismos elevados, el efecto devastador que puede tener para un alma el olvido mismo de sí misma (si se me permite, primero la expresión del alma, después la expresión de el olvido recursivo).
Un ser sin él mismo, se convierte solamente desde un punto de vista superficial, en una especie de extrañeza innecesaria, y transforma eso en un constante sentimiento discriminatorio hacia ciertos factores que pueden derivar o no de él, sin detenernos por supuesto, en el consecuente estado de necesidad imperiosa de entenderse de nuevo. He de aclarar al lector que hasta este punto me ha seguido que no poseo yo las respuestas a este singular estado, más no poco común en la sociedad moderna, puesto que el ser para un mercado auténtico y vivaz, debe ser despojado de si mismo, para que a partir de este estado de ausencia total, intente siempre autodigerirse falsamente mientras lo que digiere son cosas enteramente ajenas a él.
No obstante, falto de soluciones, quiero si me lo permiten subrayar algunas lineas de pensamiento que me asaltan, no como consejos probables, sino más bien como direcciones lógicas que atraviesan mi memoria. Aclarado lo anterior, debo entonces comenzar a describir que creo innegablemente que el ser entendido desde un punto de vista psicológico, y como ente humano, no es un conglomerado que confusamente más tarde, y pasada la adolescencia, termina formando un grupo coherente de pensamientos estables y fluidos que lo acompañaran el resto de su vida. Por el contrario la personalidad (a la cual me dirijo en particular), es más bien un conglomerado difuso, cambiante y mutante, que si bien tiene una piedrecita sólida en su interior no es siempre constante, y al igual que un cuerpo físico se mantiene en constante adaptación. Partiendo de ello, es todavía más confuso poder hacer que el ser se recupere a si mismo, pero aún así, como podrá haberlo imaginado el lector, la probable respuesta se halla en eso que antes demonine tan poco rigurosamente "piedrecita".
Está piedrecita si se quiere moral, si se quiere conductual, es un conglomerado de impresiones terriblemente profundas, que han de acompañar al sujeto por el resto de su vida, de una manera casi patológica, cierto es que no insuperables, pero si terriblemente difíciles de arrancar. Y es este conjunto de experiencias perturbadoras donde se halla lo que el ser es en si mismo, una combinación tremendamente compactada del ello, el yo y el superyo, pero no por eso oculta y no en muchas veces apreciada algunas ocasiones y en otras más.
Cierto es que esta, mi última divagación pseudofilosófica resultará a más de una persona sospechosa y falta de coherencia e integridad, ruego al lector no escatime sus esfuerzos en abofetear tanto mi tesis como mi hipótesis para corregir el timón del que escribe.
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