La Puerta Azul by Steelparadox
Sé que irremediablemente un día, como suceden las cosas que tienen pasar, que simplemente suceden, aunque tarden, y no se apuren de que uno las espere noche y día, vas a cruzar el umbral de la puertecita azul de madera que da hacia la calle, y me encontrarás aquí, igual que ayer sentado y esperándote.
No me quiero convencer vaga e inútilmente como lo hacen los cobardes, que te has ido para no volver, y en una desesperación que ahonda y cala me voy a tirar al suelo a llorar tu ausencia, a querer arrancar de la tierra tus últimos pasos, que se han quedado grabados en mi conciencia.
¿Ves?, he sido fiel a mi promesa de esperarte y en el curso de la misma, no te he llorado, como había dicho aquella luz de luna en que te recité unos versos de Neruda que rozaban en tu oído. No voy a negar mi naturaleza humana, y tampoco he de purificarme aventándome a un mar de tristeza y desolación. Lo cierto es que hace unos días, muy cerca de la estación una chica ha empezado a hacerme señas, de esas señas que tu y yo nos hacíamos cuando en los juegos previos que van desde el comedor hasta la cama, nos advertíamos primero encendidos, y ya más tarde desnudos y mojados en esa dulce pasión que recorría nuestros cuerpos y fundía nuestras almas.
Me perturba un poco, pero amor, lo sabes y lo supiste, que mi debilidad no son las piernas bien torneadas, ni un vientre de ninfa, ni los delicados labios rojos que se vislumbran como manzanas, frescas y prestas a ser mordisqueadas. Nada de eso agita mi alma, ninguna cosa la estremece más que un par de ojillos tiernos, ni siquiera azules o vivos, o verdes, o amarillos como girasoles de granja de alcurnia. Sólo ojos que irradien ternura humana, blanquecina, transparente e inocente; sabes bien que ante tal artificio de la naturaleza he caído más de una vez, y ella me tienta corazón, porque sabe lo que es capaz de hacer con esos ojos, que tú ni en sueños has tenido.
Sin embargo ayer le di otra mano de azul a la puerta que da a la calle, mientras conversaba con un niño que pasaba hacia el mercado, le conté que estaba pronta tu visita, que se acercaba la partida de mis noches en vela y la ausencia de lo ausente. Él no entiende, dice que estoy irremediablemente loco, terriblemente ahogado en lo que sus palabras sólo definen como falto de cesos.
Tu partida, me tuvo sin cuidado, tu regreso me mantiene con la vida colgando de un risco, o para efectos citadinos más convenientes y más comunes, de un rascacielos, de un edificio, o quizás de un puente.
Sé que tal vez hoy no llegues, ya se hace tarde, hay que apagar las velas que puse en la mesita de la cocina, ya van doce y media docenas de paquetes de cebo que me gasto, pero tú bien lo vales, bien vales la cena que preparó cada noche, en que como hoy el corazón me avisa que estás próxima a volver.
Genaro vino a verme ayer, me dijo al igual que el niño que por la mañana iba al mercado, que estoy innegablemente loco y perdido, me explicó que te has ido y para siempre. Yo simplemente los ignoro, falsos amigos, falsos pésames de corazones que no creen en el amor que por ti aun yo siento.
Si, si, ya lo entiendo, tal vez una vez más perdiste el tren y te has quedado con las ganas. Ya sé, el día que llegues te habrás de disculpar, y besaras mis labios cálidos y yo entretendré los labios fríos tuyos. Yo sé mi bien, que el día que te has marchado dirigiendo una caravana de gentes vestidas rigurosamente de luto, ha sido sólo una visión de mi enferma mente, que borracha de tu ausencia insertó en mi enrarecida conciencia vagos recuerdos de un ataúd y un accidente.
Ya vi, hoy no volverás, pero será mañana, mañana estarás aquí y habrás de cruzar el umbral azul de la puerta, y la niña que me mira en la estación será una más, porque yo estaré contigo, como hacía unos meses lo estaba. Yo se que volverás, que estas volviendo, que algún día, más temprano que tarde regresarás.
¿Ves?, he sido fiel a mi promesa de esperarte y en el curso de la misma, no te he llorado, como había dicho aquella luz de luna en que te recité unos versos de Neruda que rozaban en tu oído. No voy a negar mi naturaleza humana, y tampoco he de purificarme aventándome a un mar de tristeza y desolación. Lo cierto es que hace unos días, muy cerca de la estación una chica ha empezado a hacerme señas, de esas señas que tu y yo nos hacíamos cuando en los juegos previos que van desde el comedor hasta la cama, nos advertíamos primero encendidos, y ya más tarde desnudos y mojados en esa dulce pasión que recorría nuestros cuerpos y fundía nuestras almas.
Me perturba un poco, pero amor, lo sabes y lo supiste, que mi debilidad no son las piernas bien torneadas, ni un vientre de ninfa, ni los delicados labios rojos que se vislumbran como manzanas, frescas y prestas a ser mordisqueadas. Nada de eso agita mi alma, ninguna cosa la estremece más que un par de ojillos tiernos, ni siquiera azules o vivos, o verdes, o amarillos como girasoles de granja de alcurnia. Sólo ojos que irradien ternura humana, blanquecina, transparente e inocente; sabes bien que ante tal artificio de la naturaleza he caído más de una vez, y ella me tienta corazón, porque sabe lo que es capaz de hacer con esos ojos, que tú ni en sueños has tenido.
Sin embargo ayer le di otra mano de azul a la puerta que da a la calle, mientras conversaba con un niño que pasaba hacia el mercado, le conté que estaba pronta tu visita, que se acercaba la partida de mis noches en vela y la ausencia de lo ausente. Él no entiende, dice que estoy irremediablemente loco, terriblemente ahogado en lo que sus palabras sólo definen como falto de cesos.
Tu partida, me tuvo sin cuidado, tu regreso me mantiene con la vida colgando de un risco, o para efectos citadinos más convenientes y más comunes, de un rascacielos, de un edificio, o quizás de un puente.
Sé que tal vez hoy no llegues, ya se hace tarde, hay que apagar las velas que puse en la mesita de la cocina, ya van doce y media docenas de paquetes de cebo que me gasto, pero tú bien lo vales, bien vales la cena que preparó cada noche, en que como hoy el corazón me avisa que estás próxima a volver.
Genaro vino a verme ayer, me dijo al igual que el niño que por la mañana iba al mercado, que estoy innegablemente loco y perdido, me explicó que te has ido y para siempre. Yo simplemente los ignoro, falsos amigos, falsos pésames de corazones que no creen en el amor que por ti aun yo siento.
Si, si, ya lo entiendo, tal vez una vez más perdiste el tren y te has quedado con las ganas. Ya sé, el día que llegues te habrás de disculpar, y besaras mis labios cálidos y yo entretendré los labios fríos tuyos. Yo sé mi bien, que el día que te has marchado dirigiendo una caravana de gentes vestidas rigurosamente de luto, ha sido sólo una visión de mi enferma mente, que borracha de tu ausencia insertó en mi enrarecida conciencia vagos recuerdos de un ataúd y un accidente.
Ya vi, hoy no volverás, pero será mañana, mañana estarás aquí y habrás de cruzar el umbral azul de la puerta, y la niña que me mira en la estación será una más, porque yo estaré contigo, como hacía unos meses lo estaba. Yo se que volverás, que estas volviendo, que algún día, más temprano que tarde regresarás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario