Por: César Huerta
En los últimos años México se ha vuelto un país de desaparecidos. Miles son los mexicanos que han salido de sus hogares y jamás han sido vistos de regreso.
De ellos y ellas muy poco o nada se sabe, se esfumaron sin dejar rastro alguno. Para los familiares se volvió necesario salir del anonimato y protestar por los seres queridos, movilizarse y continuar con la búsqueda burocrática en un sinfín de instituciones, de donde regresaran con las manos vacías, sin respuesta alguna.
En un país cotidianamente bañado en sangre, vivir se ha convertido en toda una osadía. Todas y todos estamos expuestos a aparecer al siguiente día en la nota roja de la prensa local. Si bien nos va, seremos un caso más a investigar, sino nuestro expediente formará parte de los casos cerrados, donde se nos acusará de ser culpables por desaparecer, dejarnos asesinar o terminar en una fosa común. Ya muertos, difícilmente probaremos nuestra inocencia.
Hoy más que nunca necesitamos levantar la voz para decir que ellos y ellas no sólo son un número más en la cifra muertes en la guerra del narcotráfico emprendida por Felipe Calderón, reclamar el regreso del ejército a los cuarteles, el cese de la violencia, la corrupción y la impunidad. Como bien dice Mario Benedetti en uno de sus poemas: “Están en algún sitio / concertados, desconcertados / sordos, buscándose / buscándonos”.
Ellos y ellas tienen un rostro, ¡justicia!
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