Confieso, a la luz de esta luna melancólica y maldita, que aún te cuelgas de mi brazo para cruzar la acera.
Admito que por las noches diáfanas y extrañas tus besos aún me persiguen y se estrellan en mis labios.
Cuando duermo, ya no estás, es cierto, y casi nunca estuviste, pero sabes que tengo ese sueño que es toda la antonimia del insomnio; y sin embargo al despertar la almohada me recuerda la frescura de tus ojos detrás de una cortina que se ilumina por un desdeñoso sol que en unas cuantas horas hará hervir a sus hijos en sus brazos.
Si tu no me extrañas, yo menos, si tu no me quieres yo no te querré el triple, pero si aún albergas la esperanza vaga de que pase algo entre nosotros, déjame avisarte que parto en el tren de las dos y tres cuartos, para quizás, tan sólo quizás, no volver...
Admito que por las noches diáfanas y extrañas tus besos aún me persiguen y se estrellan en mis labios.
Cuando duermo, ya no estás, es cierto, y casi nunca estuviste, pero sabes que tengo ese sueño que es toda la antonimia del insomnio; y sin embargo al despertar la almohada me recuerda la frescura de tus ojos detrás de una cortina que se ilumina por un desdeñoso sol que en unas cuantas horas hará hervir a sus hijos en sus brazos.
Si tu no me extrañas, yo menos, si tu no me quieres yo no te querré el triple, pero si aún albergas la esperanza vaga de que pase algo entre nosotros, déjame avisarte que parto en el tren de las dos y tres cuartos, para quizás, tan sólo quizás, no volver...
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