por matlock @Flickr |
A las once y diez, cómo
era la costumbre apareció el vendedor de antojitos, un minuto más
tarde, Luciana encontraba las actas de nacimiento de Anabetina y
Azahalea Flores, gemelas de noventa y siete años de edad, quiénes
habían solicitado el acta para dar fe a un reportero incrédulo que
había llegado de la capital haciendo una nota precisamente sobre
ellas, la nota llevaba por título “Las gemelas de la Revolución”.
Luciana guardó el libro deshojado donde había encontrado los
documentos, a éstos les puso un clip junto con las respectivas
solicitudes, y los dejó en la pila de listos. Se había pasado toda
la mañana buscando las actas de las gemelas, y quiso festejar su
triunfo agrio, mediocre para cualquier otro, pero que, pensaba ella
“contribuía a contar la historia de la Revolución”. Santa María
es un pueblo chico, así que no es de sorprenderse que Luciana
supiera para qué querían las actas las gemelas. Le compró al
vendedor una torta cubana y una botella de agua de coco y se unió a
la plática acostumbrada de las once. La vida es una cosa curiosa,
quién le iba a decir a la pobre Luciana que ese triunfo era el
último que saboreaba, que después de ese día no iba a comprar más
tortas cubanas, que el agua de coco le iba a ser negada, a menos que
sufriera de infección estomacal y que la plática tan emocionante
con las otras dependientas sobre las gemelas, los aparecidos de Salto
de Rana, las butifarras de Jalpa y Nacajuca, y las feas y apestosas
calles de Frontera (enemigos a muerte de los Victorianos) no le
volvería nunca a saber tan bien, ni les encontraría sentido. Pero
ese día Luciana continúo viviendo en paz, tranquila y segura de que
la rutina se volvería a repetir.
Después de la
innecesaria comida burocrática, se retiró de nuevo a su escritorio,
tocó el papel viejo y raído de las actas de las gemelas, y sintió
un impulso extraño de tomar el papel y olerlo, aspirar profundamente
de su textura rugosa y café. Lo hizo, tomó el papel con delicadeza,
lo llevó hasta su nariz y aspiró hondo, sintió ese olor a vainilla
que tienen los papeles viejos y ese polvo encerrado, ese pedazo de
pasado que encierran tanto en su estructura externa cómo en la
tipografía y en sus letras. Apareció Paco –¿'stán listos estos
papeles?– Luciana volvió de golpe a la realidad –¡Sí!,
llévatelos, y éste también– extendió la mano con el papel
raído, polvoso, y que extrañamente describía como afelpado, débil,
sin duda débil, y lo entregó al joven –Ta bueno, ahí nos vemos–.
Suspiró, y tomó el
siguiente papel de la pila “Solicitud de Acta de Nacimiento de
Quién Responde o Respondiese Al Nombre de: Jonás Colapez. Dice Ser
Oriundo de la Ranchería de Limantour Primera Sección. Anotado
Irregularmente Dice el Señor Que Entre Tres y Diez años Después de
su Alumbramiento. Nacido en la Casa de Dolores Gutiérrez El...” se
detuvo de golpe, sorprendida y regresó a leer “ Anotado
Irregularmente Dice el Señor Que Entre Tres y Diez años Después de
su Alumbramiento. ”. Su cara dibujó una mueca de disgusto y
molestia y sus facciones antes tranquilas y hasta alegres se tornaron
feroces y sus pensamientos se atropellaban “Joder, pero quien anota
un niño diez años después...¿al menos le habrán cobrado
bien?...diez años...¡pinches indios!...Jesús me perdone por ser
tan grosera...cinco años...¿mil niños, mil actas?...¡cincuenta
pesos, eso vale buscar en mil actas!...pero me las va a pagar Jonás,
me las va a pagar, seguro que lo hace con toda la intención...¿qué
horas son?...¡cincuenta pesos, ni que fuera qué!”. El reloj de la
oficina marcaba ya las doce y media, las cejas fruncidas, la boca
torcida con el labio inferior mordido, y los puños cerrados se
relajaron de a poco, se pasó la mano por la nuca y ejecutó un
movimiento circular con la cabeza, abrió las piernas y se estiró la
blusa, buscó el año y se dirigió a los libros de febrero del
estante número tres. Escogió el libro y lo sacó de mala gana, sacó
el del año siguiente y el siguiente, así hasta juntar diez libros,
y los llevó hasta su escritorio, los dejo caer en un golpe seco que
estremeció todo el lugar, los demás la voltearon a ver con
molestia, ella no contestó las miradas, dejó que el lenguaje
corporal hablara por si mismo, la silla arrastrada, su cuerpo
dejándose caer sobre el asiento, los puños que golpean el primer
libro, luego separa el conjunto de dos de cinco libros y le entrega
su parte a su compañera. La otra la observa con miedo, ella no ha
visto la orden, pero cinco libros de diferentes años le parece
amenazador, y la leona en que se ha convertido su compañera, no le
hace las cosas precisamente fáciles.
Dentro del cuerpo de
Luciana, crece esa sensación de derrotar a su enemigo, ese papel
blanco propiedad de Jonás Colapez, es ahora su única preocupación,
dentro de ella crece una obsesión casi imperceptible, ella no lo
entiende, pero de a poco crece. “Lo peor”, piensa, “Es que al
ser irregular no está anotado en orden alfabético, hay que ver a
dónde se le ocurrió a la encargada meter a este niño”, y
continúa buscando, en un mar de letras, de papeles amarillos y
cafés, algunos roídos por cucarachas y ratas otros tienen huevos de
insectos, unos más se están borrando, otras hojas están pegadas
entre sí y hay que removerlas cuidadosamente, sin embargo, pese a
los defectos que el tiempo ha agregado sobre los papeles débiles y
suaves, ninguno tiene tachaduras o enmendaduras, todos están al
menos en su redacción, íntegramente correctos y respondiendo a
todas las normas que incluso hoy se han establecido para documentos
tan importantes. Sin tachaduras ni enmendaduras. Página a página
avanzan ella y su compañera. Dan la una de la tarde, con los niños
llegando a la oficina las cosas se complican –¡Mamá! Mira mi
hermano, me está pegando– – Hijoo, no molestes a tu hermana–,
regaños, peleas de chuiquillos, luego llantos, exigencias de dulces,
de mentitas, de pozol fresco, de dulces de coco, de caramelo, de
guanábana, de oreja de mico. Hoy los niños están de suerte, la
absorta de su madre les concede todo lo que deseen a costa de su
silencio, ellos primero tienen miedo de su nuevo poder, luego se
aprovechan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario