Víctor Manuel espera a la salida de la empresa. Sentado en uno de los bordes de la banqueta, frente a una avenida solitaria y enorme, piensa en qué podría haber sucedido si Rosa María, se hubiera decidido a formar una historia con él.
A pesar de todo, de las circunstancias, de los desengaños, de las traiciones, aún aguardaba una pequeña esperanza en su corazón, un fueguito que pudiera cambiar su realidad, cada vez más, venida a menos. En eso estaba, cuando Rosa María salió de la fábrica, un poco alterada, un poco cansada de estar sentada una buena parte del día, a la espera de las órdenes del patrón.
Sin pensarlo dos veces, se levantó y se puso en marcha para cruzar la enorme avenida, que lo separaba de ella. Su corazón, latió a un nivel sorprendente, como nunca antes. Estaba emocionado, ilusionado, la amaba. Quería encontrarse de nueva cuenta con su sonrisa, su irresistible mirada, su voz tan particular que tanto le gustaba.
Al mismo tiempo en que Víctor Manuel inició su camino, él bajó del coche último modelo y también se dirigió hacia ella. Ambos, sin pretenderlo, emprendieron una competencia por llegar primero. De pronto, Rosa María que ya se había percatado de la presencia de Víctor Manuel y desde lejos, había alzado su mano para saludarlo, dejó de mirarlo y sus ojos, inmensos e inigualables cambiaron de objetivo y se dirigieron a él. Eso le bastó a Víctor Manuel para no continuar con su camino, para dar marcha atrás con sus esperanzas, para guardar las utopías.
Las miradas tienen la capacidad de fulminar, de terminar con las esperanzas, de marchitar los sentimientos. Las miradas, no mienten, reflejan el sentir del alma, el sentir de lo más profundo del corazón. En ese preciso instante Víctor Manuel lo supo, y pensó en cerrar definitivamente el capítulo con Rosa María, su amor imposible, su vida. Ya bastantes elementos estructurales estaban en juego para que ella nunca le perteneciera, pues él, un chico de barrio, obrero sí pero pensante, cargado de ideales e ilusiones, jamás igualaría la vida resuelta que el otro, le prometía. Y aunque posiblemente Rosa María también compartía algunos sueños con él, eran castillos de arena desprotegidos, sin cimientos, escritos en el viento.
A veces, la vida es injusta. A veces, su impredecibilidad nos asombra y nos maravilla, pero otras tantas, también nos duele, nos atormenta en el fondo del alma. Víctor Manuel lo comprendió y triste, cual piltrafa humana, subió al camión de siempre y comenzó la huida. Poco quiso saber del amor, en aquel momento deseaba desterrarlo, desprenderlo de su ser.
El viaje cotidiano en el autobús siguió su curso, mientras él trataba de no pensarla más. En eso, un señor de anteojos, camisa blanca y chaleco oscuro, subió al camión. Acompañado de una guitarra, empezó a cantar una canción, de malquerencia, de dolor. Atónito, Víctor Manuel escuchó lo que aquél señor decía y entendió para siempre que su fatalidad estaba escrita, y la señora realidad se había encargado de enviarle a ese juglar de la selva urbana para rememorar su historia, aunque mutilada, con ella.
6 comentarios:
De nuevo esa sensación de: "Eso ya lo he vivido"... siempre las canciones tienen un no sé que, que choca con nuestra realidad.
Me agradó su historia...
creo que hubo un error en su redacción en cuanto que en todos los momentos llama a su personaje Victor Manuel y en un pequeño parrafo usted lo llamó José Manuel... o son dos personas distintas?
Toda la razón, error de novato :) Gracias estimado anónimo. :)
Gracias por leerla Cindy, yo apenas vislumbro alguna historia y la escribo, pero no con todo el talento de usted. ;)
Gracias por los halagos, y considero que todos escribimos con el mismo talento pero en diferentes estilos... Saludos y que tenga una excelente noche.
Hey zorro queremos ver más historias de austé, seguro que es bueno para el relato corto
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