Después, no la vi más. Quise que el semestre no hubiera terminado, pero en la vida los deseos no definen el futuro. Inevitablemente las vacaciones iniciaron y con ellas la monotonía. Hasta que de repente, una noche recibo un mensaje de ella pensando en mi. Las palabras y las letras maravillosas van y vienen. Después, las salidas al cine, al café y a comer. Voy conociéndola a pedacitos, armando el rompecabezas de su vida y la mía. Sin imaginármelo, me adentro en sus ojos preciosos de mirada triste, que me cautivan y me enamoran.
Tras un viaje intenso, en el que descubrí su esplendor, quedé flechado, encantado, atado a ella. Yo no quería pero me fue envolviendo. Sabía que entraba en terrenos peligrosos en los que en definitiva yo era el que podría perder. Pero aún así, acepté, tomé el anzuelo y me enganché.
En una de nuestras citas, nos quedamos con el aliento de decirnos algo cuando íbamos en el taxi. Ella preguntaba mientras yo, balbuceaba y respondía incoherencias. Hubo un momento de silencio, el destino final y la separación momentánea.
Aquella vez, fue la primera en que regresé a casa arrastrando los pies, pensando en que la perdería definitivamente, lamentando mi existencia, tropezando conmigo mismo. Lo que no sabía, es que en aquel momento, ella sólo pensaba en mí. Debí robar su corazón completamente, pero cobardemente no lo hice.
Yo no escogí quererla es cierto, pero los pretextos poco importan ahora.
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