Perderse.
Abrir los ojos, y mirar las estrellas desenrollarse desde un manto plagado de luciernagas errantes y
difusas. Respiro, ¿respiro?. Respiro. Mover los dedos lentamente, y rozar esa sustancia áspera y seca
que envuelve mis manos, ese mar de partículas invisibles en la noche que se cuela por cada resquicio
de mi cuerpo, que inunda mis cabellos y mis oídos, y revolotea en vendavales inconstantes sobre mi
cuerpo que yace muerto sobre su superficie. Estoy en un mar, compuesto de lo más superficial del mar
y al mismo tiempo, lo más contrario, pero no lo sé, aún no lo sé. Me molesto conmigo, no sé dónde
estoy recostado, no quiero saberlo y lo único que contemplo de manera incesante son dos estrellas, me
aterra la idea de recordar que las estrellas podrían no existir, y su luz no ser más que la recolección de
momentos pasados, plagados de luz hasta la saciedad, e incluso trangrediendo sus límites. Mentira, una
luz falsa que me baña sin descanso, pálida, titilante, fría, porque su calor ya no puede alcanzarme. EL
corazón abierto, late despacio, ¿estará cansado?, ¿tendrá frío?. Sin luna no hay esperanza, las horas de
la tarde en que el cerebro está bañado de buenas intenciones, de augurios en el mañana están tan
distantes, y eso no es porque hayan pasado muchas horas desde el atardecer, sino porque en mi
atemporalidad irresoluta no sé en que tiempo estoy parado. Ahora, eso es todo lo que tengo, un ahora
continuo, doloroso e irremediable que se desliza como un aire denso y susurrante sobre el corazón
abierto, que late y sangra hacia adentro. ¿Cuánto hace que dejó de bombear?, ¿Hace cuánto que sangra
en hemorragia interna?. La sangre derramada, mezcla de sentir y horror, miedo y futuro destrozado, se
licúa con mis venas y me arrastra hacia el fondo de la arena sobre la que floto, a duras penas floto. La
arena se rebela y me consume por momentos, es densa e irrespirable. ¿Se puede decir que algo es
irrespirable, cómo un reproche, a algo que nunca ha sido de otra forma?, ¿No es acaso una estupidez
pedirle peras a los olmos?. “Sin música, la vida deja de ser vida”, y no hay música, entonces no hay
vida, entonces floto a la deriva en una masa grisácea que intenta ahogarme, ¿qué es eso?. Soledad,
soledad en su más profunda existencia, en su más completa revelación, al fin estoy en su superficie, las
dos estrellas titilan, cada vez más débilmente, empiezan a parecer globos lejanos, cada vez más lejanos
que se consumen a sí mismos. Intento llamarlos, nombrarlos, si me acostumbro a ellos podré
inventarles historias, de alguna manera creo que los conozco, pero se disuelven en la distancia cuando
les cuento del futuro, aquí no hay futuro, esto es la noche y la noche sólo puede discurrir esperando, en
completa espera que sume al mundo en la muerte, y yo estoy vivo en medio de tanta mortandad, porque
los demás duermen y yo sólo estoy despierto. Yo y las estrellas que se disuelven y danzan, se colorean,
juegan a formar arcoiris invisibles sobre arcos astronómicos. El negro es la ausencia de luz, y sin luz no
hay verde, sin verde no hay esperanza. Mi cuerpo flota entero, sobre el mar de partículas que
comienzan a moverse por un viento helado que viene de todas direcciones, pero no forman tornados
terribles, sino todo es una masa gigantesca de cosas que burbujean, personas de arena se saludan y
personas de arena se golpean, la vida se recrea en estatuas viajeras que sólo existen un instante. Tú,
¿cómo te llamabas?, ¿tenías nombre?, ¿me has abandonado?. “Sólo tu te has abandonado, encuentrate”.
Condenado, condenado, condenado, la lluvia no llega y el mar de arena se crespa, las sustancias se
crecen y burbujean, la tormenta se acerca, ¿o ya pasó?, ¿dónde estoy?, ¿a dónde voy?, ¿subo o bajo?,
¿esto es derecha o es izquierda?. ¡No!, ¡no!, mi necesidad de auxilio se ahoga en mis últimas burbujas
de aire que escapan velozmente de mi boca, y el sonido único del viento me abandona, el corazón
busca salida y se licúa, se me escapa, ¿a dónde va?, ¿a dónde voy?, calaveras de arena me hunden, y
me defiendo, lo intento, de verdad no quiero ir donde van, una marcha profunda al centro del dolor,
“hay que viajar, hay que ir”. ¡Agua para vivir!, ¡Aire para respirar!, “A dónde vas, no hay tal cosa como
el aire, el ambiente es un sofoco continuo, un ahogo que no termina”, ¡No!, ¡No!, las estrellas se funden
en dos granos de arena y luchando contra mi propio cuerpo-piedra, mi cuerpo-muerto mi alma intenta
librarse, pero no hay escapatoria, “Hay que perderse para encontrarse”. ¡Ay, Ay!, sin muerte no hay
vida, hay que morir para vivir, la vida y la muerte son la misma cosa ¿lo entiendo, lo entiendes, quien
lo entiende, quien me habla?. La arena me cubre los párpados, los oídos y cada pequeño poro de mi
cuerpo, lo último que alcanzo a sentir es un frío terrible que se cuela desde mis extremidades hacia mi
centro y que congela todo lo que toca, uno se va quedando sin aire, pero no muere, primero uno se
alegra, después uno se preocupa, ¿si uno no respira, y no está uno muerto, que es uno?. La muerte me
abraza por la espalda y el mundo se dobla sobre si mismo, renegando mi existencia. En el desierto, la
arena manda.
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