Como una playa que se va extendiendo mansamente, como un oleaje quedo y continuo, ritmo, forma, sustancia, la unión de distintas sensaciones, armonía, armonía es la palabra. Un sol benévolo y terrible, una humedad que estruja los cuerpos vestidos y las almas desnudas, esas que no sienten calor.
Una melodía delicada que desciende cadenciosa desde un cielo plagado de cirrus, de altocúmulos, y el sonido de aves migratorias cortando el silencio que se desliza entre las horas. Silencio hablado, silencio que no es auditivo porque es de otro tipo, el silencio que atrae la paz y que lo reparte en cada elemento, que termina flotando ingrávido, como instantes suspendidos que se van desligando de la tiranía del continuo y los alcanza lo fugaz de la eternidad.
Un regresar, un camino recorrido, ¿a dónde?, a la promesa, un reencuentro con la casa, y el pan, y la luz de la mañana, un salir de la noche y un regresar a la mañana tierna que se desdobla virginalmente en el bosque, en la playa, en el instante en que estas, en las manos que tientan y los labios que tiemblan, un regresar a la edad de oro, la distante y la futuro, la promesa extraviada, lo bendito de lo terrenal, lo humano, un retorno a la humanidad.
Una cabaña y un olor a pino fresco, y las teclas de un piano que se van abriendo entre las copas de los árboles, como se abren tus labios para mostrarme una sonrisa, como se cierran tus ojos cuando el viento los golpea. Una madera que renace y el moho que se vuelve benévolo, desenmarañarse, tiempo de paz, de austeridad, se simplicidad y sencillez, porque solo en la simplicidad se puede estar en paz, que es ser feliz y mucho más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario