Anciana por Guillermo Jacobs. "La vi salir de la Iglesia de Panajachel, con forme se iba acercando me parecio que murmuraba algo, no le entendi lo que dijo." |
Calacuta, una mujer vieja, de cabellos casi azules, rostro ajado y marcado por las arrugas del tiempo, pechos caídos, mirada vidriosa y extraviada se levantó del suelo muy lentamente. Clotilde la vio levantarse desde la última banca de la iglesia en donde se encontraba, la mirada fija de la mujer la puso nerviosa y comenzó a morderse los labios.
Con pasos cansados la mujer fue moviéndose entre las gruesas bancas de cedro hasta llegar donde Clotilde, le tocó la cabeza y la miró con compasión:
--¿Me puedo sentar hijita?--Clotilde dudó por un segundo pero la voz paciente y un poco ronca de Calacuta le recordó a su abuela. Asintió con la cabeza. Eran alrededor de las siete de la mañana y la Iglesia estaba poco concurrida, la vieja se acercó al rostro congestionado de Clotilde, le tomó la mano delicadamente y le susurró al oído lo que veía:
"Morir cada día al anochecer, para levantarse muerto al día siguiente. Morir para dejar que otros vivan. Para justificar el ciclo de la existencia de los que si vivien, de los que si cambian en el mundo, de los que creen, de los que aman y de los que ignoran. Quitarles a todos la llaga del dedo gordo, la piedra del zapato, el parche viejo y las noches solas. Apartarnos como los leprosos y vivir en la periferia...¿o sólo existir?. Sólo existir lejos, cómo el recordatorio necesario de lo que no se debe hacer, de lo que no se debe olvidar.
Que ellos vivan mientras nosotros morimos, vivan ustedes todos juntos, los que besan y los que sueñan, los que rien de verdad y los que lloran cuando es tiempo de llorar, los que sienten, los que cambian de estado al ver el sol que se refleja sobre el mar, los que pueden ser triviales y se atreven a trascender...todos ustedes nos matan a diario a mi y a mis huestes...pero nos matan, nos pisotean, nos reducen, porque queremos, porque alguien creemos, debe cargar las pesadas piedras que son tan innecesarias. Vivan por sus dioses, ¡vivan!.
Yo por mi parte, no muero a diario, y quiero hacerlo, quiero morir hoy y despertar mañana medio muerto, luego muerto y medio, y saborear el gris, y beber de aguas color ceniza, y sonreír como quien nada le importa y todo le sabe a agua clorada, un sabor tenue y constante, sin sobresaltos."
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