Si, bajo la mirada de los curas, todos los demás somos pecadores, desde
nuestros ojos, ellos son delincuentes. Tal vez así podríamos resumir el
radicalismo furioso e inquisitorial que, en los tiempos recientes, ha
caracterizado al alto clero mexicano, y a no pocos de sus ministros: los
homosexuales y lesbianas no van al cielo; hacen cosas que ni los
animales harían; quienes se practican abortos son asesinas; y todos los
que apoyan estas causas ofenden a Dios y deberían ser excomulgados.
Es el mismo clero que jamás se ha conmovido por las matanzas de
gobiernos de todo signo; que voltea a otro lado para ignorar la miseria
extrema y las injusticias que padecen los desvalidos o encarcelados; es
el clero de las páginas de sociales, siempre degustando grandes vinos al
lado de los poderosos del dinero y la política; el que nunca se
escandalizó por los miles de niños abusados por ellos mismos en todo el
mundo y, menos aún, por la inhumana historia de ese demonio de la
pederastia que fue Marcial Maciel. El clero que ve varas de pecado en el
ojo ajeno y no la viga de sus delitos en el propio. Porque, hay que
decirlo con todas sus letras: cuando hablamos de curas abusivos que han
destrozado la vida de niños y adolescentes, se trata, no sólo de
pecadores, sino de delincuentes que han sido encubiertos por los propios
jerarcas eclesiásticos y gobiernos cómplices.
Ricardo Rocha
Una sola mirada, diferentes visiones.
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