domingo, 29 de enero de 2012

Su mirada en mi

Por Rocio <3  Flickr


Su mirada penetró todos mis sentidos, me hipnotizó, los ojos verdes de don Federico, al que siempre le llamé así (no por el hecho de ser un señor, sino por su manera de vestir tan elegante), tuvieron gran importancia en mi vida pasada; recuerdo que una tarde al volver a casa, lo pillé mirándome entretenidamente en el vagón, disimulé pero él seguía observándome sin perder un detalle de mis movimientos, al bajar me sostuvo la manga del blazer rojo que portaba, tal acción me sorprendió, no puedo negar que sentí un pavor tremendo, aún cuando me encantaba la idea de poder platicar con él, esa tarde el andén estaba totalmente vacío, me invitó a sentarnos por ahí, donde solo el sonido de las maquinas podrían interrumpir la entonación de nuestras voces. Desde que nos sentamos no deje de mirarle los ojos, ese encuentro tan poco casual con un extraño, al que jamás le había visto me desconcertaba y me atraía, esa vez escuche su nombre y se me quedó grabado de una manera anormal; la plática sólo fue una presentación común, hasta llegar a coincidir en que su hermana era mi compañera de oficina, pero sin más ni más, al mirar el reloj noté que se hacía tarde y me dispuse a marcharme, nos paramos del lugar y al despedirnos, poco a poco sus labios rojos se acercaron a los míos, me besó.

De camino a casa pensé en su boca que me extasió por completo; más tarde el sabor de don Federico se había esfumado, su recuerdo ya no estaba en mi, ni siquiera recordaba los ojos verdes que me habían mirado de una manera loca, que me hipnotizaron. Pude dormir tranquilamente sin insomnio ni pesadillas, sin ni un solo recuerdo de su aroma.

La siguiente tarde al subir al vagón de nuevo pensé en él, pero no estaba en ningún sitio el chico de los ojos verdes y los labios rojos, de aroma a madera y de sabor a cereza; desilusionada bajé muy a prisa y del mismo modo caminé rumbo a casa, al llegar tremenda sorpresa la que me llevé…

En el pórtico estaba a pierna cruzada como catrín de la Europa antigua, don Federico, el de los ojos de gato; lo saludé tartamudeando y él se levanto para besarme la mano, era todo un don, sentía que el estomago se me revoloteaba, mezcla de nervios y emoción, que al cabo siempre están ligados; le ofrecí una copa de vino y mientras fumaba un cigarrillo, hablamos largo y tendido, del amor, de los sueños, de la vanidad que me envolvía, mientras el humo del cigarrillo se iba en forma de espiral, el me miraba de pies a cabeza, y después de pensarlo tanto, me confesó como había llegado a mí, y el motivo por el cual estaba ahí esperándome tan galante; aun seguía yo sin pronunciar palabra alguna, mirándole solamente los labios y recordando el beso aquel, de nuevo se acerco a mí, para susurrarme al oído palabras de esas engatusadoras, que nosotras las mujeres adoramos oír, aún cuando sabemos que pudieran llegar a ser falsas, recorrió mi oreja con sus labios y llegó hasta los míos, de nuevo ese momento, de nuevo esa inquietante sensación, pero juro que no era amor, no, era ese deseo de pasión, de querer, era un sentimiento distinto, y ahí estaba de nuevo el beso en su más largo apogeo, su dedo índice dibujaba círculos en mi mejilla y yo tuve que soltar la copa y el cigarrillo antes de terminarle, nos levantamos y comenzamos a caminar, la habitación nos esperaba, era el segundo encuentro y yo no lo pensé dos veces para invitarle a hacer el amor, pero no con palabras, esa invitación se hizo con caricias que nos movieron hasta la cama; el sombrero salió volando, y mi vestido poco a poco se deslizó hasta caer en la alfombra, al tiempo en que le desabotonaba la camisa, y los besos subían cada vez de ritmo, la intensidad de las caricias aumentaban, sus manos delicadas acariciaban mis pechos, yo le besaba la frente y así entre caricia y caricia nos tiramos en la cama y empezamos la batalla, una guerra de pasión, los gemidos eran inevitables pues lo que hacía no tenía comparación, me hizo tocar el cielo, su cuerpo se movía de una manera tan excitante, y sus cabellos rizados parecían moverse con una soltura tan espontanea, mientras arqueaba mi espalda el metía sus manos tratando de acariciarme la espalda, estábamos en un acto de locura, terminado con el deseo que evidentemente demostramos al mirarnos en el vagón aquella tarde, y comenzaba el momento del máximo placer, era la hora del orgasmo, y al sentirme y sentirlo casi llegar, me penetro esa sensación inexplicable de ansiedad y clavé mis uñas en su espalda, un grito de placer rompió el silencio de la habitación, no cabía duda…  llegó, llegué; caímos rendidos, envolvimos los cuerpos en las sabanas de seda al tiempo en que hablamos de lo que sentimos, de las sensaciones que nos llevaron hasta aquel exquisito sexo de devastador placer; seguía sin evitar mirar sus ojos y sentirlos penetrándome el alma; después de un rato me levanté, peiné mis cabellos y me senté a verlo dormir, ese momento, esa tarde don Federico se volvió el ser más importante, fue esa tarde cuando empecé a soñar con su mirada, fue esa tarde cuando su aroma se quedó impregnado, no solo en mis sabanas sino en todo mi ser y los besos se tatuaron de una forma casi permanente, esa tarde empecé a amar a don Federico, aún siendo extraño; fue ese día que entendí que existe ese amor espontaneo, que de un solo vistazo te hace caer en la dulce tentación del placer que se dibuja a pinceladas en los verdes ojos que se quedaron arraigados en mi, esos ojos bellos de demonio y hombre que no puedo olvidar y nunca lo lograré hacer, sus ojos han quedado en mi.

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