Por Rocio <3 Flickr |
Su mirada penetró todos mis
sentidos, me hipnotizó, los ojos verdes de don Federico, al que siempre le
llamé así (no por el hecho de ser un señor, sino por su manera de vestir tan
elegante), tuvieron gran importancia en mi vida pasada; recuerdo que una tarde
al volver a casa, lo pillé mirándome entretenidamente en el vagón, disimulé
pero él seguía observándome sin perder un detalle de mis movimientos, al bajar
me sostuvo la manga del blazer rojo que portaba, tal acción me sorprendió, no puedo
negar que sentí un pavor tremendo, aún cuando me encantaba la idea de poder
platicar con él, esa tarde el andén estaba totalmente vacío, me invitó a
sentarnos por ahí, donde solo el sonido de las maquinas podrían interrumpir la
entonación de nuestras voces. Desde que nos sentamos no deje de mirarle los
ojos, ese encuentro tan poco casual con un extraño, al que jamás le había visto
me desconcertaba y me atraía, esa vez escuche su nombre y se me quedó grabado
de una manera anormal; la plática sólo fue una presentación común, hasta llegar
a coincidir en que su hermana era mi compañera de oficina, pero sin más ni más,
al mirar el reloj noté que se hacía tarde y me dispuse a marcharme, nos paramos
del lugar y al despedirnos, poco a poco sus labios rojos se acercaron a los
míos, me besó.
De camino a casa pensé en su boca
que me extasió por completo; más tarde el sabor de don Federico se había
esfumado, su recuerdo ya no estaba en mi, ni siquiera recordaba los ojos verdes
que me habían mirado de una manera loca, que me hipnotizaron. Pude dormir
tranquilamente sin insomnio ni pesadillas, sin ni un solo recuerdo de su aroma.
La siguiente tarde al subir al
vagón de nuevo pensé en él, pero no estaba en ningún sitio el chico de los ojos
verdes y los labios rojos, de aroma a madera y de sabor a cereza; desilusionada
bajé muy a prisa y del mismo modo caminé rumbo a casa, al llegar tremenda
sorpresa la que me llevé…
En el pórtico estaba a pierna
cruzada como catrín de la Europa antigua, don Federico, el de los ojos de gato;
lo saludé tartamudeando y él se levanto para besarme la mano, era todo un don,
sentía que el estomago se me revoloteaba, mezcla de nervios y emoción, que al
cabo siempre están ligados; le ofrecí una copa de vino y mientras fumaba un
cigarrillo, hablamos largo y tendido, del amor, de los sueños, de la vanidad
que me envolvía, mientras el humo del cigarrillo se iba en forma de espiral, el
me miraba de pies a cabeza, y después de pensarlo tanto, me confesó como había
llegado a mí, y el motivo por el cual estaba ahí esperándome tan galante; aun
seguía yo sin pronunciar palabra alguna, mirándole solamente los labios y recordando
el beso aquel, de nuevo se acerco a mí, para susurrarme al oído palabras de
esas engatusadoras, que nosotras las mujeres adoramos oír, aún cuando sabemos
que pudieran llegar a ser falsas, recorrió mi oreja con sus labios y llegó
hasta los míos, de nuevo ese momento, de nuevo esa inquietante sensación, pero
juro que no era amor, no, era ese deseo de pasión, de querer, era un sentimiento
distinto, y ahí estaba de nuevo el beso en su más largo apogeo, su dedo índice
dibujaba círculos en mi mejilla y yo tuve que soltar la copa y el cigarrillo
antes de terminarle, nos levantamos y comenzamos a caminar, la habitación nos
esperaba, era el segundo encuentro y yo no lo pensé dos veces para invitarle a
hacer el amor, pero no con palabras, esa invitación se hizo con caricias que
nos movieron hasta la cama; el sombrero salió volando, y mi vestido poco a poco
se deslizó hasta caer en la alfombra, al tiempo en que le desabotonaba la
camisa, y los besos subían cada vez de ritmo, la intensidad de las caricias
aumentaban, sus manos delicadas acariciaban mis pechos, yo le besaba la frente
y así entre caricia y caricia nos tiramos en la cama y empezamos la batalla,
una guerra de pasión, los gemidos eran inevitables pues lo que hacía no tenía
comparación, me hizo tocar el cielo, su cuerpo se movía de una manera tan
excitante, y sus cabellos rizados parecían moverse con una soltura tan
espontanea, mientras arqueaba mi espalda el metía sus manos tratando de
acariciarme la espalda, estábamos en un acto de locura, terminado con el deseo
que evidentemente demostramos al mirarnos en el vagón aquella tarde, y
comenzaba el momento del máximo placer, era la hora del orgasmo, y al sentirme
y sentirlo casi llegar, me penetro esa sensación inexplicable de ansiedad y
clavé mis uñas en su espalda, un grito de placer rompió el silencio de la
habitación, no cabía duda… llegó,
llegué; caímos rendidos, envolvimos los cuerpos en las sabanas de seda al
tiempo en que hablamos de lo que sentimos, de las sensaciones que nos llevaron
hasta aquel exquisito sexo de devastador placer; seguía sin evitar mirar sus
ojos y sentirlos penetrándome el alma; después de un rato me levanté, peiné mis
cabellos y me senté a verlo dormir, ese momento, esa tarde don Federico se
volvió el ser más importante, fue esa tarde cuando empecé a soñar con su
mirada, fue esa tarde cuando su aroma se quedó impregnado, no solo en mis
sabanas sino en todo mi ser y los besos se tatuaron de una forma casi
permanente, esa tarde empecé a amar a don Federico, aún siendo extraño; fue ese
día que entendí que existe ese amor espontaneo, que de un solo vistazo te hace
caer en la dulce tentación del placer que se dibuja a pinceladas en los verdes
ojos que se quedaron arraigados en mi, esos ojos bellos de demonio y hombre que
no puedo olvidar y nunca lo lograré hacer, sus ojos han quedado en mi.
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