foto por Antonio Nicolás Pina |
¿Llueve?. Parece, me contestas y guardas silencio. Acaricio tu torso desnudo, recorro con mis torpes y toscas manos tu espalda y acerco mis labios gruesos y gastados a tu oreja derecha. La beso. Si, parece que llueve, ¿no sientes frío?. No, frío no, más bien calor, o mejor dicho calentura. ¿Calentura?, estás enferma. De amor, o mejor dicho, de pasión. Te beso y llevo mis dedos hasta tu entrepierna, descienden furtivamente y llegan a ese punto en que tu cuerpo se curva sobre sí mismo. Suspiras. Acerco el edredón viejo que nos cubre la mitad de los cuerpos y te sumerjo en esa oscuridad engrosada, sofocante, tupida. Me besas, te beso, nos besamos. Nuestros cuerpos juntos y distantes, necesitados de fundirse se golpean mutuamente, se hallan, se encuentran, se pierden. Afuera llueve... llueve... llueve. Adentro también, agua salada, de cuerpo humanos, llueve calor.
-¿Me quieres?
-Ahora si.
-¿Y mañana?
-¿Habrá sol mañana?
-No lo sé, supongo que...
-exacto, no sabes
-osea que...
-no sé.
-No sabes. O no quieres saber.
-No sé, si quisiera te querría, pero te quiero ahora, ¿qué más da mañana?. No hay mañana sólo ahora.
-Y ahora llueve
-¡Llueve!
Nuestros ojos, semi-brillantes en la oscura cama se encontraron, como descubriendo una verdad, los suyos verdosos, los míos no sé, casi no me paro a contemplar mi rostro. Llovía afuera, como granizo. Pero yo nunca he escuchado caer granizo, es cierto que no lo sé, pero supongo que así ha de oírse. Nos tiramos boca arriba y nos soltamos, sólo nuestras piernas seguían entrelazadas. Fatigados, mi corazón, cansado. Arriba sobre la teja de barro el agua se deslizaba entre las baldosas cóncavas, se escabullía, se bifurcaba, se unía, y se precipitaba desesperadamente a un suelo rojizo y polvoso, que empezaba a convertirse en un charco lodoso alrededor de la casona. A esta hora, pensé, nadie ha de notar que llueve, una, dos, cien, miles de gotas besan el suelo. Ella estaba ahí, con la mano en el sexo, como si intentara guardar algo de pudor. ¿De qué o de quién?, si sólo estaba yo aquí, y yo la había visto así tan abandonada decenas de veces. De alguien se esconde, imaginé, y este pensamiento me cabreó un poco. La idea de no ser el único, aunque lo sabía. Rodar por su cuerpo y su cama, como uno más y no como yo mero. Me enojé y clavé la mirada en el techo. Una gota se partió en mi nariz y se rompió en un montón de gotitas que mojaron mi rostro y su pezón derecho. Fruncí el ceño e hice un pequeño rugido de molestia. Torcí la boca y apreté los labios. Ella soltó una ligera risa, luego suspiró. Me pareció malévola, pero el suspiro me devolvió un poco de calma. Sonrió otra vez y alargando las piernas se deslizo sobre mi cuerpo hasta quedar sobre mi, dejó caer su cabello castaño. Me cubrió la cara. Acercó su nariz a la mía y susurró, con una voz pícara y angelical: "Está lloviendo, mañana quién sabe, vamos a celebrar que la tierra está mojada de nuevo", y me mordió el labio inferior.
Afuera de la casona, siguió lloviendo como nunca, pero en calma, una pared constante de agua que reprimía la vista y enlodaba las calles del poblado. Sin viento. Sin luz. Sólo agua desbocada. Esa noche hacían más de 150 días sin agua.
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