Junto a su potente grupo cantó ayer más de dos horas y media en el Auditorio Telmex
“Por un segundo de tu cuerpo doy el mundo”
El auditorio Telmex no se cayó. Pero parecía que se caería. Andrés Calamaro volvió. Retornó a estas tierras de mariachi, tequila y calor con buena dosis de rock, tango y cientos de palabras. Con poemas que son canciones, o canciones que son poemas: da lo mismo. Duro, cursi, sensible. Un amasijo de sentimientos por todos lados. Ahí estaba El Salmón con su grupo conformado por Candy Caramelo (bajo), José Niño Bruno (batería), Diego García (guitarra), Julián (guitarra), Tito Dávila (piano) y Geny (guitarra). La noche inició con “La parte de adelante”. Después vinieron dos canciones del disco La lengua popular: “Carnaval de Brasil y “Mi gin tonic”.
Calamaro venía vestido de negro: camisa negra, pantalón negro, chaleco negro, corbata negra con rayas blancas y azules y, no podían faltar, sus inseparables lentes oscuros: lentes negros. Una mezcla de Elvis Presly con Bob Dylan, pero con mucho Calamaro. Porque él, el músico argentino que comenzó su carrera con el grupo Los Abuelos de la Nada, ha marcado la escena del rock latinoamericano. No es exagerado decir que hoy, en lengua castellana, Calamaro es uno de los grandes. De los que perdurarán. De los que jamás se olvidarán: de los imprescindibles.
“No sabe distinguir el amor de cualquier sentimiento”
Obras incompletas es el nuevo disco de Andrés Calamaro: un disco que son seis discos, más dos DVD, más un libro. Y falta más. Porque no está todo y porque seguramente habrá más canciones, más poemas y más rock. Más futuro, pues. En el auditorio Telmex Calamaro cantaba, cantaba y no dejaba de cantar. “Media Verónica” se escuchó, y después vinieron “Todavía una canción de amor” (de la cual Joaquín Sabina tiene una versión muy a su estilo) y “Elvis está vivo”. Una inefable relación energética con el público se comenzaba a dar. El público coreaba, Calamaro cantaba. El público gritaba, Calamaro se movía. El público se levantaba de sus asientos y agitaba las manos y Calamaro se ponía gafas oscuras y decía: “Aquí estoy para lo que usted guste mandar, México”.
Y es que hay una deuda con los mexicanos. Sí, Andrés Calamaro llegó por primera vez a tocar a este país (y lo hizo en Guadalajara) hace tan sólo ocho meses, en 2008, cuando tenía en su haber más de 20 discos en solitario, cuatro con Los Abuelos de la Nada y seis con Los Rodríguez (grupo que marcó el rock en España). Una ausencia inexplicable. Una ausencia asesina. Una ausencia que no cansaba de doler. Quizá por eso justifica constantemente este largo no estar en nuestro país: “Tal vez fue un poco mi estilo de vida bohemio y delirante… Pensaba que para viajar tenía que tener una agenda muy sacrificada de entrevistas; no me creía capaz y renuncié. Y sí, alguien tendría que haberme dicho: ‘Andrés, no necesita a Televisa’; Andrés, puede irse a tocar a México cuando quiera”.
Calamaro va de un género a otro: rock, blues, tango. Pregunta al público: “¿hacemos un poco de blues?” Y raudo se escucha en las bocinas un crudo sonido de melancolía, de blues clásico. La gente, el público o, mejor, la muchedumbre, corea y grita y alza las manos y las mueve de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Después del blues se hace un silencio, y parecería que inicia la emblemática canción de Led Zeppelin, “Stairway to heaven” (la famosa “escalera al cielo”). Pero nada más parece. Porque llega, en su lugar, “El día de la mujer mundial”, que podría considerarse machista, pero que en realidad es una canción de odio, de resquemor, de rencor e impotencia: “ojalá te sientas solamente un poco mal, en el día de la mujer mundial”.
“No quiero que se termine, no quiero que me abandones”
Calamaro es argentino; como la mayoría de los argentinos, le gusta el tango: lo ama. Y algo importantísimo, lo siente. Después de haber interpretado “Los aviones”, canta dos tangos: ¡y qué tangos! El primero, “Jugar con fuego”. La letra se siente, llega hondo, profundo: “es inmoral sentirse mal, por haber querido tanto: debería estar prohibido haber vivido y no haber amado”. Después vino “Los mareados” (tango con letra de Enrique Cadícamo –en 1942– y música de Juan Carlos Cobián –entre 1915 y 1923–), que dejó boquiabierto a más de un asistente: “Hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida. Tres cosas tiene el alma herida: amor, besar, dolor. Hoy vas a entrar en mi pasado y hoy nuevas sendas tomaremos. Qué grande ha sido nuestro amor, y sin embargo ¡ay!, mira lo que quedó”. Esta canción está incluida en un disco llamado Nada se pierde, el cual no se vende, se regala. Sí, quien tiene acceso a Internet, lo puede “bajar” gratis. Y es que Calamaro se ha manifestado por la el libre tránsito de la música, sin fronteras: música para el pueblo.
El viernes pasado, en el concierto de Andrés Calamaro, hubo varios clímax. Más de tres, más de cuatro. Uno de ellos vino con “Estadio Azteca” (que en su anterior presentación en el teatro Diana no cantó). Esa canción pone la piel chinita a los que habitamos estas tierras: “Cuando era niño y conocí el Estadio Azteca, me quedé mudo: me aplastó ver al gigante. De grande me volvió a pesar lo mismo, pero ya estaba duro mucho antes”. El auditorio Telmex no se cayó. Pero parecía que se caería. Calamaro terminó la canción con un “muchas gracias gente tapatía”.
“Quiero arreglar todo lo que hice mal, todo lo que escondí hasta de mí”
¿Qué pasa cuando El Salmón, Andrés Calamaro, canta, precisamente, la canción “El salmón”? La gente estalla en júbilo. Hay rock, hay movimiento, hay guitarras que suenan, que suenan duro. ¿Y qué pasa cuando, después de “El Salmón”, Calamaro canta “Los chicos”? Más júbilo y más gente que brinca y brinca, a pesar del pequeño espacio entre los asientos del auditorio Telmex. Es rock que retumba severo, que ruge pesado, que sabe muy a Calamaro: “Supongo que nadie se va del todo, espero que exista algún lugar donde los chicos escuchen mis canciones aunque no los escuche opinar”. Las guitarras y sus requintos, la batería que ensordece, el bajo que aturde. Sí, muchos clímax. El auditorio Telmex no se cayó. Pero parecía que se caería.
En este concierto Andrés Calamaro rescató varias de las canciones que hizo a su paso por Los Rodríguez. Una de ellas, “A los ojos”. Y otra: “Me estás atrapando otra vez”, melancólica, triste y lacerante: “Eres un ángel maldito, eres la dama más cruel. Un arma de doble filo: contigo sólo puedo perder”. Después vino el tequila: todos los integrantes del grupo tomar un caballito (con sal y limón) y brindaron “a salud de la gente, de la Perla Tapatía”. Más de alguno, en el público, con cerveza en mano, también brindó. Y es que ya Calamaro había mostrado su maestría en el escenario, la fuerza de su rock, la belleza de sus letras y su relación con este país: “México, ¡muchas gracias!”.
“La moneda cayó por el lado de la soledad”
Calamaro cantó “Crímenes perfectos”, una de sus mejoras canciones, de las emblemáticas, de las que lo representan. La gente reunida en el auditorio Telmex se le entregó, así, simple, natural. Y es que cómo no dejarse llevar por esas palabras llenas de melancolía: “¿Podrás entender lo que me pasa a mí esta noche?: ella no va a volver y la pena me empieza a crecer, adentro”. Después vino “Me arde”, y en las tres gigantescas pantallas (una a la izquierda, una a la derecha y una en el centro), se comenzaron a transmitir imágenes de llamas de fuego que subían y bajaban. Mientras, la voz de Calamaro cantaba: “me quema saber que no vas a volver”.
¿Qué piensa Calamaro de la gente?, ¿de la sociedad?, ¿acaso todo lo mira desde una burbuja donde no hay injusticias, donde todo es lindo, bonito, rosa? El Salmón dijo recientemente a Arturo Cruz Bárcenas, reportero de La Jornada: “Yo soy una persona consciente de la miseria y del sufrimiento que nos rodean, y de la muerte que nos rodea, y por supuesto que me afecta, me preocupa”. La canción “Alta suciedad” quizá muestra esta preocupación, el estar con los de abajo, con los jodidos: “Somos lo más bajo de la alta suciedad, basura de la alta suciedad”. La ironía es evidente. Y continúa: “Señor banquero devuélvame el dinero, por ahora es lo único que quiero. Estoy cansado de los que vienen de amigos y sólo quieren rellenarme el agujero”.
Dos horas de espectáculo parecían llegar a su fin. Vino “Paloma”, donde Calamaro recordó a Miguel Abuelo (muerto en 1988), emblema del rock argentino y quien fuera líder del grupo Los Abuelos de la Nada. El vuelo parecía llegar a su fin: “Mi vida fuimos a volar con un solo paracaídas, uno sólo va a quedar: volando a la deriva”. Calamaro sale del escenario e inician en las gargantas de los presentes los típicos: “Otra, otra, otra”, y el “ooleé, ooleé, ooleé, ooleeeé, Andreeeeés, Andreeeeés”. Pasó más de un minutó y Calamaro no retornaba. Y de repente se escucha la voz de El Salmón: “Si no piden otra con suficiente convicción pensaremos que están satisfechos”. Y la gente, entonces, comenzó a gritar y a gritar y a saltar y a saltar con más y más fuerza. El regreso estuvo acompañado de palabras de amor: “Somos tuyo, Guadalajara, te pertenecemos”. El auditorio Telmex no se cayó. Pero parecía que se caería.
“No me mientas, no me digas la verdad, no te quedes callada, no levantes la voz ni me pidas perdón”
El regreso. O el regreso del regreso. Da lo mismo. Calamaro entonó “Canal 69”, canción de su época con Los Rodríguez. La gente, el público, completamente entregado. Vino después “Volver”, un tango con letra de Alfredo Le Pera y que inmortalizó la voz de Carlos Gardel, el amo y señor del tango argentino: “Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno... Son las mismas que alumbraron, con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor”. Y para concluir, un clásico de Calamaro: “Flaca, no me claves tus puñales por la espalda, tan profundo, no me duelen: no me hacen mal. Lejos, en el centro de la tierra, las raíces del amor, donde estaban: quedarán”.
Dos horas y media de Calamaro no fueron suficientes. Pero el gozo fue total. Para ambos, para el público y para el cantante. En el blog oficial de Calamaro, un día después, el domingo 21 de junio, se podía leer: “Gracias Guadalajara por brindarse con emoción y por ser un público de rock atento, desbordado, respetuoso y amigo mío. Por conocer y vivir las canciones palabras por palabra, por entregarse a la alegría emotiva del recital. ¡Gracias por el fuego!” (parafraseando, así, al recién fallecido Mario Benedetti).
Sí, sin duda, Guadalajara espera, ya, desde ahora, el regreso de El Salmón, el eterno volver, el constante retorno. Y es que Calamaro ha comenzado una relación estrecha con el público tapatío: un público que se le entrega completamente. Andrés se despide, hace reverencia a los asistentes, da infinitas gracias. Y se retira poniéndose sus lentes oscuros. El auditorio Telmex no se cayó. Pero parecía que se caería.
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