Lorena se nos casó…
Lorena es exitosa: ha ganado, viajado y obtenido prestigio. Lorena es admirada; la quieren: unos hasta la idolatran. Es orgullo nacional. Cuando se reúne con Felipe Calderón, éste le reconoce, pública y oficialmente, su talento. Su hermano, el de Lorena, se encarga de los negocios: factura ganancias, torneos ganados y torneos perdidos, contratos y patrocinadores, etcétera. De repente Lorena tiene crisis en su juego, en sus tiros al green, pero sigue siendo la mejor golfista del mundo, y eso vende, produce ganancias. El golf, aquí, en este país, gusta a pocos. Gusta a casi nadie; eso sí, ese “casi nadie” representa a buena parte de los potentados que se creen dueños de México.
Lorena se casó el viernes pasado. Lo hizo en Guadalajara. A la celebración del enlace acudió pura gente importante. Ahí estuvieron varios miembros de la elite local tapatía y del Distrito Federal, políticos prominentes, señores de buenos modales y señoras encopetadas y emperifolladas. Llegó Francisco Labastida Ochoa, ex gobernador, casi presidente de México y ahora senador que maniobra por donde se pueda para privatizar Petróleos Mexicanos. También Agustín Carstens, secretario de Hacienda y Crédito Público: gracias a él y a su magnífica gestión, el próximo año habrá más impuestos para las mayorías y se mantendrán la evasión y los regímenes de excepción para unos cuantos empresarios. Y hubo dos invitados especiales: Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación; y Javier Lozano Alarcón, quien ocupa la cartera de Trabajo y Previsión Social, y quien es el héroe de mil batallas de Calderón, el único que se atrevió a desaparecer, en unos cuantos minutos, una empresa como la Compañía de Luz y Fuera del Centro, con todo y su sindicato.
Un periódico local, en su sección dedicada a la cultura y al espectáculo, describió el ambiente fuera de la boda de la golfista: “Entre fuertes dispositivos de seguridad, unos 35 hombres de traje resguardando banquetas, camellones y entradas, y amenazas a periodistas, Lorena se casó ayer en el University Club con Andrés Conesa, director de Aeroméxico”. Pero eso no fue todo: como el lugar donde se casaba Lorena podía ser divisado por algún curioso desde fuera, se colocaron mantas negras para que nadie pudiera mirar a la pareja. Sí, una fiesta para gente muy importante.
Lorena se casó con un hombre de bien: fue funcionario público y ahora es director de una aerolínea. Sus relaciones con gente de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (el mismo Agustín Carstens asistió a la boda), seguramente le permitirá tener trato preferencial a la hora de pagar impuestos. Eso de ser parte de la “gente bien” tiene sus muchos beneficios.
¿Y si nos esclavizan?
Cerca de la central de Abastos, en el Distrito Federal, decenas de personas de escasos recursos fueron levantadas y llevadas al hospital Santo Tomás “Los elegidos de Dios”. Ahí, con el argumento de ser adictos a alguna droga, los pusieron a trabajar sin recibir sueldo. Una nota de La Jornada el viernes pasado describe bien este hecho de esclavitud en pleno siglo XXI: “107 personas, entre ellas 13 menores de edad, de 12 estados de la República y la ciudad, la mayoría indígenas e indigentes, quienes eran levantados en la Central de Abastos y obligados a realizar labores de maquila en condiciones de esclavitud e insalubridad, sin ningún tipo de remuneración, además de presentar altos grados de desnutrición e infecciones en la piel”.
A los recluidos en esos centros los explotaban. Algunos incluso eran violados. Los testimonios impactan: Manuel: “nos desnudaban, nos amarraban, nos hacían bañarnos con agua fría y nos golpeaban”; Juan: “todo el tiempo estuve castigado. Lo primero que me hicieron al llegar fue darme una putiza. Dormí en el suelo y sólo comíamos una vez al día”; Claudia: “a mí varias veces me llevaron a los anexos. Estuve tres meses en el ‘Rebaño Sagrado’. Nos tenían junta tras junta. Nos hacían comer en el mismo recipiente en el cual hacíamos del baño y llegábamos ahí tras las redadas para quitar a los chavos indigentes. Si ya estamos de la chingada en la calle en esos lugares nos denigran más”. La esclavitud en plena ciudad de México, en pleno centro del país.
Unos con sus fiestas, otros con sus cuitas
¿En qué país vivimos?, ¿por qué tantas diferencias?, ¿por qué tanta desigualdad? ¿Hasta dónde llegaremos?, ¿hasta cuándo aguantaremos? Lorena se casó en una fiesta de ensueño, y lo hizo con un príncipe azul (no solamente por panista) que pilotea empresas de aviones, un hombre de negocios y de política, de buenas amistades, de dinero e influencias. Comida abundante en la boda, vinos para paladares exquisitos y lujos por donde se mire. Secretarios de Estado con sus trajes caros, sus perfumes parisinos y sus esposas cubiertas con abrigos del “buen vestir”. Un mundo. Un México. El México de los pocos.
Alejadísimo de ese México no en distancia, sino en forma, está el México de los esclavos en pleno siglo XXI, el México de los indigentes que sufren su posición de pobres, el México de los indígenas que migran a la ciudad y que les toca la mala suerte de ser levantados y explotados, marginalizados aún más. El México del llanto y la miseria, del oprobio y el sinsabor. ¿Cuándo esos muchos Méxicos se podrán mirar mutuamente?, ¿cuándo los del México de los pocos observará el México de los muchos? ¿Cuándo? Los rescatados de la esclavitud se curan las heridas, pero saben que vendrán más, porque la pobreza no se irá, porque la miseria se queda. Lorena Ochoa vendió la exclusiva de su boda a una revista española. Ahora espera: pronto saldrá ella y su esposo sonriendo en páginas a todo color. Felices.
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