No me pregunten cuándo y cómo revivió Héctor Belascoarán
Shayne. No tengo respuesta. Recuerdo que en la última página de
No habrá final feliz la lluvia caía sobre su cuerpo perforado.
Su aparición por tanto en estas páginas es un acto de magia.
Magia blanca, quizá, pero magia irracional e irrespetuosa hacía el
oficio de hacer una serie de novelas policíacas.
La magia no es totalmente culpa mía. Apela a las tradiciones
culturales de un país en cuya historia abundan los regresos: aquí
regresó el Vampiro, regresó el Santo (en versión cinematográfica),
regresó incluso Demetrio Vallejo desde la cárcel, regresó Benito
Juárez desde Paso del Norte.
Este regreso en particular se gestó hace un par de años en la
ciudad de Zacatecas, cuando el público de una conferencia exigió
que Belascoarán volviera a la vida por votación casi unánime
(menos un voto). El hecho habría de repetirse desde entonces varias
veces más ante auditorios variados, en ciudades diferentes, y las
votaciones fueron acompañadas de una larga serie de cartas.
Parecía que el personaje no se encontraba terminado a gusto de sus
lectores, y el autor pensaba que aún le quedaban algunas historias
por contar de la saga belascoaranesca. Y así, nació esta novela, que
si acaso tiene alguna virtud, es que se escribió aun con más dudas
que las anteriores. Sean pues los lectores de Zacatecas que
acudieron a aquella conferencia, tan responsables como yo del
regreso de Héctor.
No tengo mejor explicación.
Como siempre, es obligado decir que la historia que aquí se
cuenta pertenece al terreno de la absoluta ficción, aunque el país
siga siendo el mismo y pertenezca al terreno de la sorprendente
realidad.
Habría que añadir que por razones de la narración, los tiempos
reales se han trastocado levemente, uniendo las movilizaciones
estudiantiles de fines del 87 con el ascenso de la campaña
cardenista de la primavera del 88, en un tiempo ficticio que podría
situarse hacia el fin del año 87.
No habrá final feliz la lluvia caía sobre su cuerpo perforado.
Su aparición por tanto en estas páginas es un acto de magia.
Magia blanca, quizá, pero magia irracional e irrespetuosa hacía el
oficio de hacer una serie de novelas policíacas.
La magia no es totalmente culpa mía. Apela a las tradiciones
culturales de un país en cuya historia abundan los regresos: aquí
regresó el Vampiro, regresó el Santo (en versión cinematográfica),
regresó incluso Demetrio Vallejo desde la cárcel, regresó Benito
Juárez desde Paso del Norte.
Este regreso en particular se gestó hace un par de años en la
ciudad de Zacatecas, cuando el público de una conferencia exigió
que Belascoarán volviera a la vida por votación casi unánime
(menos un voto). El hecho habría de repetirse desde entonces varias
veces más ante auditorios variados, en ciudades diferentes, y las
votaciones fueron acompañadas de una larga serie de cartas.
Parecía que el personaje no se encontraba terminado a gusto de sus
lectores, y el autor pensaba que aún le quedaban algunas historias
por contar de la saga belascoaranesca. Y así, nació esta novela, que
si acaso tiene alguna virtud, es que se escribió aun con más dudas
que las anteriores. Sean pues los lectores de Zacatecas que
acudieron a aquella conferencia, tan responsables como yo del
regreso de Héctor.
No tengo mejor explicación.
Como siempre, es obligado decir que la historia que aquí se
cuenta pertenece al terreno de la absoluta ficción, aunque el país
siga siendo el mismo y pertenezca al terreno de la sorprendente
realidad.
Habría que añadir que por razones de la narración, los tiempos
reales se han trastocado levemente, uniendo las movilizaciones
estudiantiles de fines del 87 con el ascenso de la campaña
cardenista de la primavera del 88, en un tiempo ficticio que podría
situarse hacia el fin del año 87.
PIT II
México, D. F., 1987-88-89
Una sola mirada, diferentes visiones.
1 comentario:
Tomé las novelas del detective algo tarde. Leí su muerte. Por eso esta nota aclaratoria al inicio de la novela siguiente fue un descanso para mi. El héroe estaba de vuelta.
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