Sentado, en una banca de un jardín al poniente de la ciudad, entre dos fuentes, una glorieta de caballos que trotan libres, un hotel cinco estrellas y dos ríos de automóviles, observaba el paisaje. Los de cuatro ruedas circulaban entre sí, algunos, la gran mayoría del año, cuidados, pintados y quizás muy bien perfumados. Sus dueños al volante van sonrientes, con trajes, las damas con la cara pintarrajeada, con el vidrio hacia arriba, resguardados del calor gracias al aire acondicionado.
Y las banquetas vacías. Los pasos peatonales simplemente de decoración. Entre el paisaje urbano una señora, con mandil, canasta de dulces y chicles en la mano, espera el color rojo del semáforo. La edad parece haberla carcomido pero la necesidad la empuja hacia cada alto del semáforo que detiene a los autos lujosos y a sus dueños que no malviven ni padecen del hambre en el cuál este sistema ha llevado a millones de personas.
Ya lo decía Alexander Von Humboldt “México es el país de la desigualdad. Salta a la vista la desigualdad mounstrosa de los derechos y las fortunas”. El país donde una señora en vez de disfrutar los últimos días de su vida, camina entre los carros, ofreciendo sus dulces ante el clamor del sol, que arde en plena hora de la comida.
El paisaje urbano habla, cuenta, dice y calla. Los caballos también tienen su historia. Esa estampida de corceles alguna vez estuvo al lado del hospicio cabañas. Pero se marcharon de esa zona pobre al oriente de la ciudad. Donde quizás no habitan los carros lujosos, no hay hoteles cinco estrellas y donde seguramente vive la señora que vende dulces bajo la inclemencia de los rayos del sol.
Una sola mirada, diferentes visiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario