Sociedad. Eduardo Galeano, con Mariana Wenger y Paola Murias. (E. MacAllister)
La tarde transcurría calurosa y solitaria en el hall del Teatro General San Martín de Buenos Aires. En medio del vacío aparece afable y sencillo Eduardo Galeano. Llega puntual a la cita, un rato antes de participar de la filmación en Otros sentidos, una película documental que dirige la rosarina Mariana Wenger (ver aparte). Despojado, apenas lo acompaña una bolsa con un regalo. "Una botella de whisky para un amigo de Buenos Aires", revela.
El autor de Las venas abiertas de América Latina, Memoria del fuego y El libro de los abrazos, entre otros libros, se muestra dispuesto al diálogo. Durante la entrevista el escritor uruguayo hablará del valor de la mirada, su dolor por el mundo presente, su esperanza y su desesperanza, su visión de internet y tres de sus pasiones: el fútbol, el amor y la literatura.
"Estamos entrenados para la ceguera y siempre es complicado redescubrir la mirada", advierte Galeano. Y casi sin necesidad de escuchar un pregunta, cuenta algo que vivió no hace mucho. "Poco antes de que mi amigo y compañero del alma, mi perro Morgan, muriera, hace poquito tiempo, me sucedió algo curioso —dice—. Ibamos caminado por la calle, con tristeza, porque tanto él como yo sabíamos que se venía lo peor. Y de pronto, en sentido contrario, vemos que viene caminando, más bien brincando, trotando por el mundo, una niña que no superaba los 11 o 12 años".
El relato de Galeano sigue así: "La niña avanzaba y saludaba a las plantas que encontraba a su paso, «buen día plantita», les decía. Ellas las veía vivas, porque a esa edad somos todos paganos y aún no hemos sido mutilados por una cultura que nos dice qué es lo que podemos ver y qué no, porque uno va a ser confundido, por superstición, por ignorancia. Yo creo que es difícil recuperar esa primera mirada de niños".
—¿Usted siente que lo logra?
—En algún sentido Miró lo logró con su pintura. Pero los adultos ya estamos muy enfermos. Necesitamos limpiar los ojos de las telarañas que se nos han ido imponiendo. Ya lo dijo Bernard Shaw: "A los 8 años tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela". Y eso es un poco cierto aunque las cosas han mejorado y mucho en relación a cuando Bernard Shaw iba a la escuela.
—Después de un largo recorrido como escritor, sigue dándole apoyo a proyectos independientes —como Otros sentidos— donde, presumo, no participa por dinero. ¿Qué lo moviliza a integrarse en este tipo de propuestas?
—Ah no, a mí me dijeron que yo entraba pobre y salía rico de esta película (risas). Pero hablando en serio, cada vez que se me propone algo en lo que creo, me engancho. Y por suerte el mundo está lleno de posibilidades, más de las que puedo aceptar por una cuestión de tiempo material. Este mundo contemporáneo, tan condenado por la violencia y tan condenado a vivir contra la vida como parece. En cada minuto que transcurre mueren diez niños de hambre o de enfermedades evitables. Y en ese mismo minuto se gastan tres millones de dólares en la industria militar que es la industria de la muerte. Sin dudas, estamos en un mundo al revés. Extrañamente, nuestra especie se ha especializado en el exterminio del prójimo y sin embargo los espacios de creación siguen abiertos. A pesar de la inmensa maquinaria mundial de la manipulación de las conciencias, de la mentira organizada como única verdad posible, a pesar de todo esto por todos lados crecen buenas plantas que merecen ser saludadas, como lo hacía esa niña que cruzamos por la calle con mi perro Morgan.
—¿Qué sangre siente que está circulando hoy, en 2009, por esas venas abiertas de América latina?
—Hay de todo. Esperanza y desesperanza. Cuando me preguntan si soy optimista siempre pido que me hagan la pregunta con más precisión. ¿A qué hora de qué día soy optimista o pesimista? Soy optimista, pesimista, me caigo y me levanto.
—Bueno, hemos tenido suerte hoy.
—Mire, no crea que soy ninguna garantía (risas). La verdad es que tengo mala opinión de los optimistas, de la gente que vende recetas de la felicidad. Cuando escucho "compañeros la esperanza no se pierde jamás, los pueblos avanzan", yo me pregunto: ¿esa receta se compra en la farmacia? Porque a mí me pasa que la esperanza se me escapa por un agujerito del bolsillo, y después vuelve. Y vuelve fortalecida. Las esperanzas verdaderas son las que desayunan dudas. Las certezas absolutas a mí no me las venden, ya no las creo. Me las vendieron cuando fui chico, en las clases de catecismo, después ya no.
—Usted fue desde siempre un habitante rioplatense, de Uruguay y de Argentina, de ambas orillas. En esta etapa, ¿definió como propio un lugar dónde mejor se conecte con sus cosas?
—Mi idea es que los lugares por sí mismos no existen, existen las personas que los habitan. Lo demás son las tarjetas postales, y nada más. Yo me reconozco en muchos lugares, con las personas. Pero la certeza, como decía, muchas veces se va porque la realidad la lastima. Las que valen la pena son certezas con muchas cicatrices. En cambio, las caras que la pasión humana no marcó, son muñecos, muñecas.
—¿Cómo vive este momento de revolución comunicacional, impacta en su producción literaria?
—Si hablamos de internet, soy muy prehistórico, y tuve una gran desconfianza a ese sistema durante mucho tiempo. Tenía razones, internet nació de una necesidad militar del Pentágono, para operaciones militares, con fines de muerte. Pero con el tiempo se transformó en otra cosa. Ahora en internet suenan muchas voces que vale la pena escuchar, multiplicad de voces. Se ha vuelto una novedad tecnológica muy positiva. De todos modos, hay que ser cuidadoso porque internet está alfombrada de cáscaras de banana.
—¿Y cómo es eso?
—Por ejemplo, mi trabajo más felicitado, más laureado, que circula por Internet no me pertenece, y desconozco quién me lo atribuyó. Se llama "Por qué no tengo DVD", que además no es cierto, porque yo sí tengo DVD. Pero ocurren cosas desopilantes cuando algunas personas maravilladas con ese texto me felicitan. A mi me da cierto pudor incluso defraudarlas y suelo no aclararles nada (risas). Pero no soy el único, le ocurre a muchos autores, como a Gabriel García Márquez, que tiene un testamento circulando por internet que no es de él. Y según dijo, cada vez que lo lee le dan ganas de morirse.
—De todos modos, adoptó internet para trabajar y comunicarse.
—Sí, claro, pero no me confundo, una cosa es el violín y otra la mano que lo ejecuta. Creo en las palabras que nacen de la necesidad de decir. Yo busco leer y escuchar las palabras auténticas, verdaderas, que valgan la pena. El medio me importa poco. Por ejemplo soy un gran lector de paredes, y las paredes están ahí desde el principio de los tiempos, cuando todavía no eran paredes y eran sólo rocas como las del Río Pinturas, en Santa Cruz. Esas manos impresas allí son una palabra muy fuerte de esos hombres o mujeres que imprimieron sus manos en una época anterior a todas las épocas (Nota: las manos impresas tienen una antigüedad promedio de 10 mil años). Esas manos dicen "nosotros estuvimos aquí".
—¿Continúa teniendo vocación por los rincones de las ciudades, por los cafés?
—Sí claro, soy un gran caminante. Las ciudades se leen con los pies, lentamente. Yo soy lento, para todo. Para escribir, para el amor. Lento. Quizá porque nací en el Uruguay que es un país lento. Incluso para el fútbol, el jugador uruguayo recibe la pelota y medita. Pero claro, cuando llega a alguna conclusión, ya le han sacado la pelota. Pero es nuestro modo de ser.
—Serán lentos, pero también implacables para poner la pierna...
—Pero cuidado, porque hay una confusión. En la actualidad el fútbol uruguayo no está muy bien, hay que reconocerlo. Pero eso de poner pierna fuerte no es una tradición desde siempre del fútbol de mi país. Se confunde entre patada y coraje, como si la garra charrúa consistiera en violar todos los artículos del Código penal. Se trata de una confusión nueva, casi reciente.
—Digamos que tiene algunas décadas, por lo menos.
—Si repasamos la hazaña de 1950, el triunfo sobre Brasil en el Maracaná, en la final del campeonato del mundo, veremos que Uruguay no pegó en aquel partido. Si repasamos las estadísticas, Brasil cometió el doble de faltas que Uruguay en aquella final, incluso teniendo en cuenta que era Brasil el que ganaba el partido 1 a 0, para luego perderlo 2 a 1. Así que esa confusión la crearon lo que yo llamo los ideólogos del fútbol, los que anteriormente gritaban "métale, métale" y ahora gritan "mátelo, mátelo".
Una sola mirada, diferentes visiones.
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