Porque sin maíz no hay país, hagamos milpa. Y hacer milpa es mirar el campo –mirar el mundo– con otros ojos: con ojos de mujer.
Asomarnos al agro adoptando el punto de vista de las mujeres es fijar los contornos de un universo que está ahí pero que desde otras perspectivas resulta invisible. Por ejemplo: las calamidades del campo a todos atosigan, pero nombrar la penuria rural con la voz de las campesinas es darle un contenido distinto y más filoso a las palabras. Porque adoptar un enfoque de género no es documentar la situación particular de las mujeres sino asumir que la realidad está cruzada por una injusta y asimétrica diferenciación sexual históricamente construida. Y ese profundo desgarramiento, que en el agro es aún más doloroso, sólo puede ser develado desde la perspectiva de las oprimidas.
El “feminismo” es una filiación ideológica y política con la que se puede concordar o no. Pero el enfoque de género es insoslayable. Y el enfoque de género es feminista o mujerista por las mismas razones por las que el enfoque de clase exige ponerse en el lugar de los explotados: porque cuestionar la sociedad patriarcal y el sistema capitalista es tomar partido por sus víctimas, por las y los oprimidos.
Toma de partido que es opción política pero también epistémica pues más allá de darle visibilidad a prácticas y espacios sociales poco atendidos si no es que soslayados, de lo que se trata de ejercitar un modo de ver el mundo distinto del hegemónico que corresponde a un modo distinto de estar en el mundo. Adoptar el género como atalaya y como trinchera no se agota en documentar lo invisibilizado, exige repensarlo todo: edificar una nueva sociología, una nueva economía y una nueva historia; demanda restaurar la unidad del trabajo productivo y el reproductivo; convoca a construir un nuevo tipo de organización social y gremial; supone rediseñar las relaciones laborales y las formas de convivencia.
Dice bien Mercedes Olivera en El impacto de la crisis alimentaria en las mujeres rurales de bajos ingresos en México : “El género, por su transversalidad en todos los ámbitos de la realidad, es una categoría útil para analizar los efectos de la crisis alimentaria y global actual, proporcionándonos una visión amplia capaz de contemplar desde nuestra condición de mujeres, los múltiples factores, dimensiones y diversidades que son causa y consecuencia de este complejo proceso”.
En Género e historia , Joan Wallach Scott, una de las mayores teóricas del feminismo, hace una crítica del empobrecimiento del término género. A veces pareciera que “género es tan sólo otra manera de referirse a las mujeres y a los hombres (Con frecuencia) los libros que supuestamente practican un “análisis de género” (…) no son más que estudios, bastante predecibles sobre las mujeres o sobre las diferencias de estatus, de experiencia, y de posibilidades que se ofrecen a las mujeres y los hombres (…) En nuestros días, el género es un término que ha perdido su filo crítico”. La propuesta de Joan es devolverle al concepto su carácter subversivo asumiéndolo como la estructura del “conocimiento que organiza nuestras percepciones”.
Y creo que esto es lo que necesitamos hacer. Conversión intelectual y política trascendente porque otro mundo será posible si, y sólo si, lo soñamos y lo construimos desde la perspectiva de los oprimidos. Y el género es una de las formas más filosas de la opresión.
Pero además ese enfoque es importante porque la utopía se construye desde la crítica al orden inicuo pero también desde el proyecto alternativo. Visión de futuro que por lo general se inspira en las formas generosas y solidarias de convivencia, en las utopías hechas a mano que a pesar de los pesares florecen en los intersticios del sistema.
Y una de las experiencias altermundistas más inspiradoras es la de los campesinos y las campesinas. Tercos defensores de un mundo desgarrado y escarnecido donde sin embargo se mantiene viva la memoria, donde –en la medida en que los dejan– se preserva la naturaleza, donde la producción y la reproducción no son ámbitos tan separados (…) Núcleo civilizatorio duro de cuya preservación se han ocupado siempre las mujeres.
Territoriales, multiactivas, duchas en el bricolaje y las estrategias holistas; preservadoras de la naturaleza, los saberes locales y la memoria las mujeres de la tierra abordan la producción económica desde la reproducción social privilegiando la calidad sobre la cantidad, el valor de uso sobre de cambio y la vida sobre la economía. Y es por eso que las mujeres rurales representan en mayor medida que los varones los recursos civilizatorios necesarios para salvar al campo. Arrinconada pero poderosa, persiste la economía moral del mujerío, un virtuoso modo de hacer cuyo paradigma no es la empresa sino la familia y la comunidad.
Porque el campo profundo es femenino, el nuevo mundo –si lo hay– tendrá rostro de mujer.
Armando Bartra
*Mitote (del náhuatl, mihtotía: danzar) alcaraza, bulla, escándalo, alboroto.
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