Estoy cansado,
muy cansado,
cansadísimo,
como estos gastados zapatos
de los que hace años
abuso caminando por la ciudad.
Cansado,
de arrastrarme
pesadamente
por las calles
y los días,
sin norte,
buscando el Paraíso
en un parque,
el amor en los bares
que frecuento
y la libertad
en las ventanas
que abro
al crepúsculo
de todos los atardeceres.
Cansado,
de subir y bajar
a los trenes,
a los autobuses,
a los edificios,
de trepar pesadamente
las largas escaleras
que llevan
a la pequeña buhardilla
donde siempre
caigo rendido
a la evidencia
del naufragio
de las jornadas en vano.
Cansado,
de imaginar el Paraíso
y asombrarme de no encontrarlo,
de esperar
a que llegue el amor
y nunca llegue;
en fin,
cansado de vencerme
en el agónico aletear
de los sueños
y de los llantos
y de despertar
necesariamente
porque se acabó
la noche y ya viene
el tener que caminar
sin sentido,
otra vez,
por las avenidas
y las horas vacías
con estos gastados zapatos
que se agobian
de asfalto,
de sudor
y de tedio;
y es que ya ves,
se han quedado sin suelas
de tanto arrastrarse
por las vertientes inciertas
del tiempo,
de los fracasos
y de las penas,
es preciso decirlo,
sin encontrar jamás,
la ruta cierta que lleva
al amor,
al paraíso
o a la libertad.
Una sola mirada, diferentes visiones.
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