Para el Doctor Jorge Torres
Lo que parece ser un común denominador en los trabajos más importantes que intentan definir el concepto de enfermedad tanto endémica como epidémica, es que éstas debe entenderse como fenómenos complejos y que más allá del sustrato biológico de un padecimiento, las enfermedades son “construcciones histórico-sociales” que –como dice Diego Armus- existen después que se ha llegado a una serie de acuerdos que revelan que se la ha percibido como tal, denominado de un cierto modo y respondido con acciones más o menos específicas. En otras palabras, la enfermedad además de su dimensión biológica, tiene connotaciones sociales, culturales, políticas y económicas. Los estudios comparativos sobre las epidemias son muy ilustrativos de las continuidades y las rupturas en el manejo que se han dado en momentos de epidemias históricamente en los diferentes continentes y culturas.
Como sabemos, desde la antigüedad más remota, posiblemente desde los primeros asentamientos agrícolas en la prehistoria y hasta la segunda década del siglo pasado, la presencia periódica de mortíferas enfermedades epidémicas ha formado parte de la cotidianeidad de los seres humanos. Lo que significa decir que, las sociedades del pasado estaban moldeadas por el miedo, el sufrimiento, y las periódicas embestidas de la muerte masiva. Quiero ejemplificar lo anterior con el caso de la ciudad de Guadalajara, que entre los años de 1814 y 1851 fue asolada –como muchos otros asentamientos- por 6 mortíferas epidemias, a saber: 1814 una epidemia de tifo, 1825 una epidemia de sarampión, 1830 de viruela, en 1833 de cólera morbos, 1848 de viruela, y en 1850, una epidemia más de cólera morbos. A lo largo de esos 36 años, en promedio cada seis años se presento una epidemia, aun cuando en realidad podían presentarse cada tres años.
En el pasado como en el presente las epidemias actúan como mecanismos que obligan a las sociedades a buscar paliativos a los horrores y los sufrimientos que estas enfermedades causan. En términos individuales, sociales, políticos y culturales, las epidemias suelen poner al descubierto lo mejor y lo peor de la condición humana, como por ejemplo, el miedo y el repudio a los lugares o personas infectados, pero también ponen al descubierto los compromisos y las solidaridades.
A propósito de la actual pandemia de influenza AH1N1 quiero traer a colación algunos datos sobre la historia de las epidemias que en el siglo XVIII diezmaron a la población de Guadalajara y las carencias puestas en evidencia por dichas epidemias, particularmente por una epidemia de -como dicen los documento de la época- “calenturas catarrales” del año de 1786. En general las epidemias que asolaron la población de Guadalajara durante el siglo XVIII, pusieron al desnudo que una de las mayores carencias de la ciudad era la falta de espacios en los dos pequeños hospitales – El hospital Real de San Miguel de Belén y el Hospital de San Juan de Dios- que tenía la entonces capital de la Nueva Galicia para recluir al gran número de enfermos que solían presentarse durante las epidemias, al margen de que en ese tiempo la médica tuviese muy poco que ofrecer en la explicación y curación de las enfermedades.
La construcción de un edificio para el Hospital Real de San Miguel de Belén –actual Hospital Civil fray Antonio Alcalde- llevada a cabo entre 1787 y 1794 esta directamente relacionada con las mortíferas epidemias que diezmaron la población de Guadalajara a lo largo del siglo XVIII. En uno de los planos diseñados para construirle un nuevo edificio a este hospital y aprobado por el rey Carlos 111 en 1760, se especifica claramente en la leyenda del mismo, al referirse a las enfermerías para hombres y mujeres que “Compónese ambas del número de 28 salas con separación de personas y accidentes. Caben de 500 a 600 camas y en epidemias muchas”. Si el diseño del plano para el hospital llevó a su autor a concebirlo teniendo en mente la necesidad que tenía la ciudad de amplias salas para enfermos especialmente durante las epidemias, también la construcción del mismo -un monumental edificio- esta relacionada con ese hecho, y no puede explicarse sin tener en cuenta los estragos causados por las enfermedades epidémicas. Justamente el inicio de dicha construcción esta precedida por tres años de epidemias especialmente cruentas en Guadalajara.
De acuerdo con el historiador Donald Cooper en la primavera de 1784, la neumonía en forma de epidemias habían brotado en las ciudades de México, Pachuca, Puebla y en otras ciudades de la zona centro y meridional de la Nueva España. Guadalajara no escapó a la enfermedad y para el 20 de de abril de ese año, las “fiebres con afecto a el costado se habían extendido en la ciudad”. Al siguiente año, es decir en 1785 una epidemia más asoló a la población de Guadalajara, el año se inició con un incremento de la mortalidad, en el mes de abril el número de defunciones registradas alcanzó su punto más elevado, poco antes el 16 de marzo en un documento del Cabildo de la ciudad se describía la enfermedad de la siguiente manera “las malignas fiebres y dolores de costado…que quitan la vida dentro del termino de cinco o seis días sin distinción de edades ni sexo…”, por si fuera poco, unas granizadas que se presentaron durante el mes de agosto de dicho año, ocasionaron la pérdida de las cosechas causando una crisis de subsistencia. El siguiente año en Guadalajara 1786, se incubo una epidemias más llamada en los documentos de la época como “calenturas catarrales y dolores de costado.”
En un escrito de la Gaceta de México, las enfermedades que durante 1786 se presentaron en Guadalajara, fueron descritas de la siguiente manera: “el mal presentaba síntomas de constipación o catarro con poca fiebre por la mañana y fiebre altas por las noches, fuerte dolor de cabeza, sudor copioso y sangrado por la nariz;…se encojen los pulmones y el paciente fallece entre el undécimo y vigésimo primer día. En otros casos los síntomas ordinarios se complicaron con dolores en varias partes del cuerpo, principalmente en el pecho”. En ese año, 1786, la mortalidad por lo que sin duda eran enfermedades de las vías respiratoria, ¿influenza tal vez?, se incrementó en el mes de abril como había pasado en el año anterior de 1785, sin embargo en 1786 la epidemia de “calenturas catarrales” cobró fuerza nuevamente, como se puede apreciar en la grafica a partir del mes de julio la mortalidad fue ascendiendo durante agosto y septiembre, para alcanzar su punto mas alto en el mes de octubre. El historiador S.F. Cook dice que probablemente no hubiese habido una clara epidemia, que no se trataba propiamente de una sola enfermedad, si no que se juntaron una seria de enfermedades gastrointestinales y respiratorias que seguramente incluían tifoidea, disentería, pulmonía e influenza.
Una de las consecuencias de las mortíferas epidemias del siglo XVIII y especialmente de la epidemia de las “calenturas catarrales” de 1786 en Guadalajara, fue que al siguiente año, en 1787, se abrían los cimientos del nuevo Hospital, y parecería que la magnificencia con que fue construido –capacidad para mil camas- estuvo directamente relacionada con la catástrofe vivida, con el número de enfermos que a un mismo tiempo estuvieron hospitalizados, además de los que a la hora de la muerte tuvieron por lecho el suelo de las plazas y calles de la ciudad.
Sin duda existe una ruptura entre las epidemias de épocas pasadas y las actuales epidemias. Entre la epidemia de “calenturas catarrales” y la actual pandemia de influenza AH1N1, la ciencia médica en general, y especialidades como la virología, la epidemiología, etc., ha avanzado significativamente y la humanidad al parecer esta menos desprotegida con relación a las epidemias históricas, cuando estas podían acabar en un solo año o en unos meses con el 7 o hasta el 20 por ciento de las población de una ciudad como sucedió en Guadalajara, durante las epidemias de cólera de 1833 y de calenturas catarrales de 1786 respectivamente. Actualmente contamos con vacunas, antibióticos, antivirales, cercos sanitario, medidas higiénicas etc. Sin embargo, como parte de la injusticia social, el acceso a esos recursos no es el mismo para todos los países y habitantes del planeta.
Para finalizar y sin el animo de alarmar a nadie, me parece interesante observar, de acuerdo con la información histórica existente sobre la epidemia de 1786 en Guadalajara, en la cual, como mencioné, posiblemente la influenza, además de otras enfermedades, estuvo presente; que la mayor incidencia de la epidemia se presentó en el mes de abril de aquel año y a partir del mes julio la enfermedad se incrementó nuevamente para alcanzar su punto mas álgido en octubre de 1786. En este momento estamos presenciando un incremento en los casos de influenza AH1N1 y los expertos temen que en el invierno del presente año, los casos de influenza AH1N1 se incrementen y se junten con la brotes de influenza estacional
*Maestra Investigadora de la UdeG
Una sola mirada, diferentes visiones.
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