Voy en mi bicicleta por una avenida con poco tráfico. El semáforo indica un alto. Freno. A mi lado, una camioneta grande, lujosa y casi nueva, se coloca a mi lado. Adentro de ese armatoste de tecnología automotriz estadunidense, dos chicas, rubias ambas, de ojos claros y con pulseras multicolores, portan tapabocas blancos. Los cristales de la camioneta están herméticamente cerrados. Seguro ahí, adentro, hay aire acondicionado y música. Nada más ponerse la luz verde en el semáforo, el auto arranca y acelera rápidamente. Yo no traigo tapabocas. Llego a un café, estaciono antes mi bicicleta y la amarro con una cadena a un árbol. Entro al establecimiento: de 15 personas, 12 llevan tapabocas. Pido un americano: la señorita que me atiende lleva tapabocas. Me siento en una mesa y ojeo un libro: el muchacho musculoso enfrente, con su tapabocas, me mira como diciéndome “irresponsable”. Termino el café y salgo. Tomo mi bicicleta y pedaleo por esta ciudad que parece vacía, que parece desierta. Me detengo en un local donde se alquilan DVD. Nuevamente estaciono mi bicicleta y ahora la amarro a un poste de luz. Entro al videoclub. Hay siete personas: todas con tapabocas. Observo qué películas podré alquilar. De repente, tengo la necesidad de estornudar. Pasa por mi mente una retahíla de anuncios televisivos y radiofónicos que indican cómo uno debe estornudar en esta época de virus de influenza. Pongo mi antebrazo en mi nariz y estornudo fuerte. Se hace un silencio sepulcral. Todos me miran. Me ven como enfermo, o quizá como leproso, o puede ser que como un poseedor de un arma de destrucción masiva. Una pareja sale del local inmediatamente después de mi estornudo. Yo sigo observando las películas y, al final, alquilo una. Me subo nuevamente a mi bicicleta y en las calles que recorro, la mayoría de personas que observo llevan tapabocas. Yo no. ¿Debo comprarme uno y usarlo todo el día?, ¿es el miedo fundado o ha sido provocado por unas autoridades incompetentes e ineficaces?
¿Cuándo pasamos de la preocupación al pánico?, ¿cuándo de la intranquilidad al paroxismo? El gobierno (ilegítimo, no hay que olvidarlo) de Felipe Calderón no ha sabido cómo detener la propagación del virus, y, en cambio, sí ha utilizado el miedo entre la población, lo ha provocado y lo ha azuzado. ¿Por qué aquí, en México, el virus A/H1N1 (antes denominado influenza porcina) ha matado a 16 (solamente los “confirmados”) personas y en otras partes del mundo no (en Estados Unidos mató a un niño, pero un niño mexicano que vivía en la frontera)?, ¿por qué en España, en Inglaterra, en Alemania o en Estados Unidos, los pacientes contagiados con dicho virus salen rápidamente del hospital sin ninguna afectación y aquí, muchos de quienes se contagian fenecen? ¿No es acaso el sistema de salud mexicano, que ha sido desmantelado durante 20 años, el que provoca estas muertes?, ¿no es acaso culpa del poco presupuesto público que se le da a la investigación, a la salud y a la educación?, ¿por qué México no acató la recomendación en 1999 de la Organización Mundial de la Salud y estableció laboratorios para detectar nuevos virus y hacer vacunas?
Felipe Calderón utilizó el pánico para crear más pánico. Se han observado hechos verdaderamente inauditos: un presidente en cadena nacional pidiendo a la gente que no salga de sus casas; diciendo, además, que aquí, en el país, no hay laboratorios para saber de qué muere la gente, y que por eso los análisis se hacen en otras partes del mundo. ¿Por qué los mexicanos somos capaces de admitir a un tipo tan inepto y tan cínico en la Presidencia?
Las medidas tomadas para combatir al virus de la influenza humana han provocado pánico. Pero, ¿es acaso dicho virus tan mortal?, ¿o lo mortal es el sistema de salud mexicano que se ha ido deteriorando conforme el neoliberalismo se ha instaurado en México?, ¿por qué ya, en el extranjero, se dice que el virus A/H1N1 no causará muertes y que sus efectos serán “leves”? ¿Por qué muchos científicos aún no se explican por qué en México la gente se muere por el virus y en otras partes del orbe no? La explicación puede comenzar así: el sistema de salud en México es deficiente y ha sido desmantelado, estrangulado, casi asesinado. Y de ello hay culpables. Además, claro está, el virus entró en un país que tiene uno de los gobiernos más ineptos, cínicos, hipócritas y mentirosos del mundo.
Miles de personas caminan con sus tapabocas por las calles: se sienten seguras (aunque el tapabocas no sirva de nada, según lo declaró el director general de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades de la Secretaría de Salud, el doctor Miguel Angel Lezana). Pero el problema principal del país no es el virus A/H1N1, sino la venalidad, la ineptitud y la ineficacia de las autoridades mexicanas. Ellas son las culpables. Y tienen nombres: Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Ellos son los asesinos del sistema de salud en México. Mientras no exista una conciencia de esto entre la población, seguirán los saqueos, los virus incontrolables, las deficiencias, los “desastres naturales” y un largo etcétera. Y un tapabocas no es suficiente para esta plaga... una plaga tan venenosa, tan nociva, tan letal.
jorge_naredo@yahoo.com
Una sola mirada, diferentes visiones.
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