Hace poco tuve la suerte de conocer un lindo país del sur, llamado Argentina. Eran primaverales días de Octubre, cuando caminando por el corazón cultural de Buenos Aires, la Avenida Corrientes, me topé con un viejo pero seductor cine que colocaba en los estrenos del momento un documental sobre la vida de un argentino entrañable, comprometido con transformar el mundo en algo lindo y justo: Ernesto Che Guevara.
Sin pensar dos veces, decidí entrar y comprar un boleto para disfrutar la última función de la noche, desde el país que vio nacer al Che. Faltaban unos minutos, así que decidí comprar algunas provisiones turísticas y recorrer algunas librerías cercanas en busca de libros rojos, rebeldes y de esperanza, pero sobre todo con una mirada desde donde me encontraba, en el sur.
Antes había comprado el diario Página 12 algo así como La Jornada en México, el cual revisaba diariamente para darme una idea del país que visitaba, pero también para sentir un pedazo de papel y tinta que me servía también para revisar los eventos culturales del día, y donde por cierto nunca vi un concierto gratuito de León Gieco que me perdí. Pero ya que me encontraba frente al cine no dejaría para otro día el documental del Che y mejor decidí cerrar la noche de mi penúltimo día en la bella ciudad de Buenos Aires con él.
Debo confesar que entré impaciente, solitario y muy emocionado a la sala del viejo cine que me sorprendía una vez más, con una atmosfera increíble. Me acomodé bien entre los sillones y así dio inicio uno de los momentos más lindos de mi vida, en donde lloré, sentí cada momento y cada palabra de un joven revolucionario, dispuesto a dar por los demás lo más preciado que puede tener un ser humano: la vida.
Sin pensar dos veces, decidí entrar y comprar un boleto para disfrutar la última función de la noche, desde el país que vio nacer al Che. Faltaban unos minutos, así que decidí comprar algunas provisiones turísticas y recorrer algunas librerías cercanas en busca de libros rojos, rebeldes y de esperanza, pero sobre todo con una mirada desde donde me encontraba, en el sur.
Antes había comprado el diario Página 12 algo así como La Jornada en México, el cual revisaba diariamente para darme una idea del país que visitaba, pero también para sentir un pedazo de papel y tinta que me servía también para revisar los eventos culturales del día, y donde por cierto nunca vi un concierto gratuito de León Gieco que me perdí. Pero ya que me encontraba frente al cine no dejaría para otro día el documental del Che y mejor decidí cerrar la noche de mi penúltimo día en la bella ciudad de Buenos Aires con él.
Debo confesar que entré impaciente, solitario y muy emocionado a la sala del viejo cine que me sorprendía una vez más, con una atmosfera increíble. Me acomodé bien entre los sillones y así dio inicio uno de los momentos más lindos de mi vida, en donde lloré, sentí cada momento y cada palabra de un joven revolucionario, dispuesto a dar por los demás lo más preciado que puede tener un ser humano: la vida.
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