Nunca fui bueno para las metáforas, pero en aquel entonces el mundo me parecía un huevo de codorniz que pasa de mano en mano como una curiosidad. Todas las gentes tenían que ver con el huevecillo ese y todos esperaban nacer al animal. Había que ver la delicadeza con que cuidaban la débil cáscara, la tomaban entre sus dedos índice y pulgar y verificaban cuidadosamente que el proceso se repitiera a la perfección entre los observadores.
Eso creían, era la integridad. Aquello me parecía muy divertido, el huevito pasaba de boca en boca y la gente sonreía. Ella me miraba a veces y yo, yo la veía siempre que el huevo hacía de las suyas resbalando por la mano de una señora desprevenida. Aquél huevo y nosotros teníamos el tiempo contado, un día el huevecillo dejaría de ser huevo y la gente se entusiasmaría con el nacimiento y se olvidarían de nosotros. Y nosotros del huevo y finalmente de nosotros.
¿Sabes que este huevo es muy particular?, no es de cualquier codorniz. Y yo la miraba, que podía hacer si de todos modos no sabía de las peculiaridades del huevo. Observa este pequeño punto a la altura de lo que llamaremos "el ecuador del huevo", muy bien si suponemos que esto no es un punto sino un parásito, podemos reducir la búsqueda a al menos cien nidos de codorniz de la región.
¡Claro!, siempre y cuando no sea un hongo, que en ese caso sabríamos no es de este lugar. Y sonreía. Ella hablaba de lo que tienen las estrellas dentro y yo le explicaba las similitudes entre un huevo, la tierra, y la nada misma. El huevo pasaba de mano en mano y algunos se desesperaban, otros se decepcionaban, después de todo era sólo un huevo. Sólo nosotros parecíamos comprender la metáfora del huevo y su fortuna, la adivinábamos y la explicábamos como si fuera una metáfora de nuestras vidas mismas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario