Pensé que eras distinta. Me hubiera gustado que fuese así. Creo que más bien yo dibujé en mi pensamiento una mujer sublime y quise pensar que luego de tantas conversaciones mutuas, eras lo que andaba buscando por tanto tiempo sin encontrarlo. Después, ambos sabemos la larga historia en la que nos metimos y sus terribles consecuencias.
Confieso que desde mi perspectiva, te presentaste ante mí como una chica rebelde, con sueños a emprender y realizar. Eso me convenció y también imaginar que compartiríamos esos sueños y juntos alcanzaríamos las utopías. Aún, con todas sus dificultades, podrías dejar todo lo que ese mundo te ofrecía para pensar de otra manera, desde lo otro. Eso no sucedió.
Idealicé a una joven comiéndose al mundo en cada una de sus acciones. Eso me conquistó porque pensé que podrías desprenderte de tus ataduras y ser tú misma, la que luego se ocultaba tras su disfraz, la que por las noches decía la verdad. Estaba convencido de que pronto, esa mujer se me presentaría con buenas noticias, libre como a veces te veía en mis sueños.
Pero jamás esa noticia llegó. Luego, desperté del sueño y comencé a armar el rompecabezas entre los dos hasta que unas voces me trajeron la novedad de que nuestra historia jamás sucedió, de que todo fue un invento de mi imaginación.
No supe qué pensar ni qué decir. Negarnos era lo último que esperaba de ti. Fue así que comprendí, una realidad que nunca quise descubrir: jamás podrás separarte de tu mundo color de rosa y ser tu misma. Pensé que eras distinta a las chicas de tu condición y no encajabas en los moldes de esta sociedad. Me equivoqué.
Ahora, tengo el corazón maltrecho, con un futuro bien complicado y difícil, nada parecido a aquella ilusión donde al menos ambos podríamos hacernos fuertes mutuamente, ser uno mismo. Pero después de tanta decepción, sólo me queda olvidarme de tus ojos grandes, tan inmensos como la noche oscura. No recordarte más en los días de lluvia y mucho menos soñar con esos labios gruesos tuyos siempre tan apetecibles.
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