Fumo un cigarrillo, delicadamente lo envuelvo entre mis dedos. Mientras, le doy sorbidos poco a poco al café espresso que me acaban de traer. La mesera es una chica linda, una de esas pocas mujeres que disfrutó siempre al ver caminar, pues acá en Los, no hay más que rubias, siempre muy pálidas, que nunca sonríen, mucho menos te dirigen la palabra.
En cambio, la mesera de los grandes ojos sonríe y acepta el intercambio de miradas. El café es de mis favoritos, siempre cómodo, lleno de viejos militares retirados que discuten apasionadamente sobre la guerra que después de 30 años continúa en Irak. Otros prefieren el silencio y mueven estrategicamente sus piezas del ajedrez. A mi izquierda un gringo canta quizás quizás quizás en español. Su acento le da un toque distinto a la canción que desde siempre escuché en la rockola de la cantina, allá en el barrio viejo del San Juan de dios. Me enamoré de esa canción, como igual me pasó con María, una bella chica de grandes caderas, ojos preciosos y pelo rojo rojo, color de jitomate.
Pero qué va, ella siempre fue mi amor imposible, tan linda que se veía, con su enorme delantal, el cual discretamente cubría sus grandes tesoros escondidos. Aunque me los perdí y nunca pude disfrutar. El colmo, de todo esto, es que también era mesera en el centro de la ciudad. Trabajaba por las tardes en un puesto de tacos que siempre detesté, pero fuí cliente frecuente hasta el día en que ella nunca más volvió. Hoy retirado, entre viejos como yo, a lo lejos escucho a un gringo cantar, a kilométros de distancia del lugar donde nací, estoy en uno de los países a los que siempre dije no, pero hoy me abre las puertas, me recibe con una canción que en este preciso instante canta el gringo: "All you need is love, love, love", cover sin duda alguna de los Beatles, que por cierto, a estas alturas, ya nadie más recuerda, sólo los viejos que soñamos eternamente con el amor.
Una sola mirada, diferentes visiones.
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