Comenzaba el partido. En la delantera
de Atlas, Miguel Zepeda entraba a la cancha con cinco años sin encontrarse con
el balón al fondo de la red. Después de tener una carrera fructífera y llena de
reflectores, el nayarita tenía varios años ya de inactividad, incluso jugaba en
una liga amateur conocida como la de los animales, sin duda desesperanzado de
volver a las canchas, dónde alguna vez fue considerado seleccionado nacional.
Pero hoy no, hoy era su día, hoy después de mucho tiempo tenía que
reencontrarse con el gol, hacerlo suyo, llevarlo de la mano, acurrucarlo y
abrazarlo, como se abraza al primer amor, como se quiere a un hijo.
Y así fue. Del lado sur del
estadio Jalisco, Segundos antes del minuto 18, la gente en el estadio volcó la
mira en el jugador, seguramente recordando los momentos gloriosos, seguramente con
desconfianza de que Miguel no volviera a retomar su nivel, seguramente pensando
en que la fallaría y sería una más del partido.
El balón rodó entre las casacas
rojinegras y entonces Edgar Pacheco él joven promesa de Atlas filtró el balón
al área rival, para que Zepeda con sus 33 años encima corriera como nunca, con total confianza a su favor. El tiempo se congeló,
los segundos fueron largos. Muchos pensaron que la fallaría, pero no. A pesar
de la frustración que se dibujaba en su rostro, Zepeda tiró a matar y anotó. El
balón entro a la red, no sólo una sino tres veces. El autor principal fue él, prácticamente
se llevó la noche.
Una victoria vale por dos, cuándo el que triunfa vuelve con toda su gente.
Shakespeare
Una sola mirada, diferentes visiones.
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